Geometría variable y parálisis legislativa
«El funcionamiento de la democracia española se ha visto entorpecido por la fragilidad e incoherencia de sus sucesivas coaliciones informales de gobierno»
Desde que Pedro Sánchez llegase al poder de la mano de una moción de censura cuando su partido apenas contaba con 85 diputados, el funcionamiento de la democracia española se ha visto entorpecido de manera constante por la fragilidad e incoherencia de sus sucesivas coaliciones informales de gobierno: eso que Pablo Iglesias llamó «bloque de poder» y en la práctica designa una amalgama de intereses dispares cuyo único objetivo común es impedir que gobierne la oposición.
Que la fórmula arbitrada por los socialistas para alcanzar y conservar el poder carecía de coherencia quedó claro desde el principio: una fuerza sistémica como el PSOE se ha puesto en manos de la extrema izquierda —dentro de la cual un proyecto de vocación nacional como Izquierda Unida convivía con las confluencias regionales que integraban Podemos primero y Sumar después— y de los nacionalismos de vocación destituyente. Sánchez ha procurado disimular esa incoherencia desplazando al PSOE a la izquierda y presentando a sus socios como aglutinantes de un entramado «progresista» —incluidos Bildu, Junts o el PNV— indispensable para frenar a la ultraderecha. Esta frágil entente ha podido sostenerse gracias a las satisfacciones proporcionadas al nacionalismo; en cuanto a la contribución de la extrema izquierda, hemos pasado del protagonismo político de Podemos en los tiempos de Irene Montero a la subalternidad de Sumar bajo el liderazgo —es un decir— de Yolanda Díaz.
«Sánchez y su partido carecen de la mayoría estable que cualquier gobierno democrático necesita para hacer su trabajo»
Sucede que la semana pasada se puso de manifiesto que Sánchez y su partido carecen de la mayoría estable que cualquier gobierno democrático necesita para hacer su trabajo. Y aunque mañana se aprobará la ley de amnistía con la que Sánchez compró a Puigdemont su continuidad en el poder, se diría que es lo único acerca de lo cual saben entenderse los socios del Gobierno: ni la propuesta para abolir la prostitución ni la ley del suelo —retirada a última hora— recibieron apoyo suficiente. A riesgo de caer en la autoparodia, los socialistas culparon al PP: cuestión de hábito. Pero los votos del PP podrían hacer presidente a Salvador Illa y no puede descartarse que la parálisis legislativa de la coalición lleve a los socialistas a reiterar este argumento en el futuro próximo, si bien no puede descartarse que un reforzamiento de la orientación confederal pueda mejorar todavía el entendimiento entre el PSOE, la extrema izquierda y los nacionalistas.
Sánchez quiere vivir en el mejor de los mundos posibles: aquel en el que es investido por los nacionalistas pese a haber perdido las elecciones y cuenta con la ayuda de la oposición conservadora cuando no le salgan las cuentas en el congreso. ¡Geometría variable! Una añagaza semejante solo puede funcionar si Feijóo se deja avasallar o considera que le beneficia actuar como partido de Estado —aquello de Barcelona y Pamplona— a fin de «retratar a Sánchez».
«Sánchez no convocará elecciones salvo que pueda ganarlas»
El problema es que esta legislatura parte de una anomalía que los conservadores no pueden pasar por alto: ganaron las elecciones y, sin embargo, no gobiernan. O sea que Sánchez hizo lo mismo que ahora le pide Puigdemont en Cataluña: formar Gobierno encabezando la segunda lista más votada. Se puede hacer: el nuestro es un régimen parlamentario. Pedirle al PP a continuación que «arrime el hombro» se antoja excesivo; los de Feijóo están autorizados a responder que con quien Sánchez tiene que entenderse es con sus socios, tanto en Madrid como en Barcelona. Y si no lo logra, que convoque elecciones.
Es algo que Sánchez no hará, salvo que pueda ganarlas; la gobernabilidad del país no es la primera de sus preocupaciones: quizá ni siquiera la segunda. Pero un país serio necesita de un Ejecutivo capaz de gobernar, ya lo haga en solitario —si puede— o armando una mayoría coherente que lleve a la práctica acuerdos negociados con rigor. Claro que quizá el nuestro no sea, después de todo, un país serio. Y no parece importarle demasiado a nadie.