THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

El comediante y su público

«El éxito relativo de la farsa organizada por Sánchez nos recuerda la grave responsabilidad que pesa sobre los hombros de nuestras élites políticas»

Opinión
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El comediante y su público

Ilustración de Alejandra Svriz

Parece mentira que el desenlace de la telenovela escrita por Pedro Sánchez para Pedro Sánchez no haya confirmado a ojos de la mayoría que todo ha sido una farsa destinada a impresionar al público. Parece mentira, pero es verdad: muchos adultos aún se toman en serio las palabras del político madrileño, un killer sin tiempo para los sentimientos que ha labrado su carrera haciendo todo eso de lo que acusa al resto. Aunque su último personaje -un hombre sensible que zozobra ante la dureza de la vida pública- sea del todo inverosímil, todavía se oyen los aplausos.

Esta credulidad, que en muchos casos es cinismo o simple hipocresía, constituye no obstante el dato fundamental de este episodio de rasgos peronistas. Porque una sociedad cuyos miembros no reaccionan al unísono con una carcajada ante la impostura protagonizada por Sánchez está expuesta a los mayores peligros: recordemos que este señor se identifica con la democracia y anima a la movilización social contra los «malos» que él mismo se preocupa de señalar. Ahora que celebramos el centenario de Immanuel Kant, podemos imaginarnos el desánimo del filósofo si llegase a levantar la cabeza: el proceso de ilustración ha avanzado tan lentamente que millones de ciudadanos de la cuarta economía del euro creen que Pedro Sánchez les dice la verdad. Y aun dicen que vivimos en sociedades complejas.

No perdamos de vista, sin embargo, cuál es la trayectoria causal: Sánchez no ha lanzado una moneda al aire y decidido después si representaba o no su papel, sino que ha escrito el guion pensando en ese público objetivo que tan bien conoce. En otras palabras, el líder socialista se permite decir que está enamorado y anuncia que se tomará cinco días para decidir si le merece la pena salvar a la democracia de sus enemigos a sabiendas de que muchos españoles le creerán. Y como sabe que muchos se adherirán a sus palabras, se permite poner en cuestión la función que en una democracia liberal cumplen la prensa libre y la independencia judicial.

Aunque Sánchez remede a aquel Trump que veía en su investidura más público que en la de Obama y haya dicho en TVE que ha habido movilizaciones masivas en su favor, lo cierto es que estas no se han producido. Pero sí hemos visto a representantes políticos, periodistas, gentes de la cultura, militantes y hasta ciudadanos ordinarios hacer suyas unas propuestas que, de llevarse plenamente a efecto, convertirían a España en algo parecido a una autocracia.

Y aunque de muchos de los ciudadanos que apoyan las medidas contra la independencia judicial o la libertad de prensa tal vez pueda decirse que no saben lo que hacen, el éxito relativo de la farsa organizada por Sánchez nos recuerda la grave responsabilidad que pesa sobre los hombros de nuestras élites políticas. Porque si ellas se radicalizan, muchos ciudadanos lo hacen también. Es el lado tenebroso de esta risible mascarada.

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