THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

A vueltas con el tango

«‘El último tango en París’ fue una de las películas más nihilistas del último tercio del siglo XX. Un análisis del Mayo del 68, desde una óptica tardo-comunista»

Opinión
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A vueltas con el tango

'El último tango en París'

Se ha estrenado una película que trata del rodaje de El último tango en París, basada, en parte, en un libro crítico publicado hace pocos años por una prima de Maria Schneider, la protagonista femenina del film de Bertolucci. Aquel libro –que defiende la tesis del irremediable daño psicológico de la actriz a partir del rodaje del Tango–alimentó la condena sobre el trato del tándem Bertolucci-Brando hacia Schneider, bajo la óptica del Me-too. Desde entonces la película se ha convertido –o han querido convertirla– en un símbolo más del machismo en el mundo del cine. Ha dejado de ser la historia –el relato– que fue, para pasar a ser el escenario de una escaramuza de guerrillas de una guerra invisible que tuvo lugar hace más de medio siglo –la edad del Tango–. ¿Otro caso de revisionismo o una maldición?

Porque cuando se estrenó El último tango… la cuestión fue la misma bajo una mirada opuesta y pobre: la sodomización, simulada o real, de Maria Schneider por Marlon Brando como atractivo. Fueron muchos los que viajaron hasta Perpiñán en busca de una película erótica y prohibida, y regresaron trasquilados: aquello no era lo que habían ido a ver y el adjetivo más común fue «deprimente». Nada habían visto antes de Bertolucci que les hiciera deducir lo que verían en la pantalla: ni las más esquemáticas Partner o Prima della rivoluzione, ni la estupenda El conformista, basada en la novela homónima de Alberto Moravia. Nada: fueron a ver El último tango… como quien va a ver Emmanuelle.

Estas cosas ocurren a menudo con los fenómenos populares y las cosas que se ponen de moda. Sin ir más lejos: quizá –yo no lo creo– Taylor Swift sea una extraordinaria compositora y cantante –además de show-woman y ahí ya entra la industria–, pero la cantidad de tonterías vistas y oídas estos días son de las que hacen época. Que si una gran poeta del siglo XXI, que si futuro Premio Nobel de Literatura, que si comparable a Dylan, que si… Pues con el cine y la literatura, bajo otra forma de esnobismo –que hace pasar por ilustrado a quien no lo es y solo se esfuerza en estar al día–, ocurre a menudo lo mismo que con Taylor Swift. Pasó –en la expectación– con el tango de Bertolucci y ha pasado con su revisión bajo la lente actual. Parecemos comerciantes de mantequilla.

El último tango en París fue una de las películas más nihilistas del último tercio del siglo XX, encarnado, ese nihilismo, en la figura de Brando, viudo reciente de una suicida. Fue la representación de la frivolidad pija de una burguesita, encarnada en el personaje de la Schneider que se acerca al malditismo de una pasión con guantes y salida de urgencia. Fue un análisis del Mayo del 68, desde una óptica tardo-comunista: una juerga de niños bien en la que se entra y se sale –y se teoriza con simpleza– cuando a uno le da gana; o sea, la juventud. Fue –como ya apuntaba El conformista– una tesis –perdón por la expresión hoy tan devaluada– freudomarxista, la de su director, que tantas otras veces ha ido estableciendo metáforas de nuestra, digamos, educación sentimental generacional. Pienso también en Soñadores, como pienso en la anterior –que me gusta mucho–, Belleza robada.

«Es una película en la que no hay salida. Y esa falta de salida no deja de ser una visión de la sociedad que vendrá; o sea, la de ahora»

Pero antes he escrito «deprimente». Y lo fue, aunque por distintos motivos, tanto para los calenturientos que fueron a Perpiñán, como para los que la vimos recién estrenada en España. El último tango en París es una película en la que no hay salida: no exit. Y esa falta de salida no deja de ser una visión de la sociedad que vendrá; o sea, la de ahora. Que lo haga acompañada de una relectura del papel de su actriz principal –que fue un mito también de nuestra generación: cuántas chicas no llevaron en los 70 el pelo como ella– algo tiene que ver y está anunciado en la muerte de Brando, creyendo que puede salvarse a través del amor, al confundirlo torpemente con la frivolidad de ella. Un amor que el personaje de Maria Schneider no está dispuesto a dar –no figura en su guion vital– porque, en el fondo, le da miedo. El mismo miedo que no le daba celebrando su simulacro sexual en la penumbra ambarina del apartamento junto al puente de Bir-Hakeim.

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