THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

Días de Feria

«La diversidad editorial no conlleva necesariamente progreso, al contrario, es bastante probable que conlleve cierto empobrecimiento cultural»

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Días de Feria

Un niño leyendo. | Ilustración: Alejandra Svriz

Este pasado viernes se inauguró la Feria del Libro en Madrid. Tanto para letraheridos como para meros fisgones, las callejuelas artificiales de este evento pueden convertirse en el espacio ideal para obviar durante unas horas las mendacidades de una realidad política que vamos destrozando a martillazos cada semana. Y eso que durante estos días también se darán cita allí algunos de sus principales protagonistas. Muchos, hasta decir basta. El crecimiento de la impresión es vertiginoso, como le gusta repetir a un especialista de la talla Robert Darnton, a nivel internacional y patrio. A veces se podría decir que la expansión está siendo exponencial. Por cada lector actualmente, y con total seguridad, nos encontramos con cinco escritores -o más. Se trata de la prueba definitiva de que los agoreros han vuelto a fallar. Los avances tecnológicos y los libros electrónicos no han acabado con el papel. Y no parece que vaya a ser así en el medio plazo. Se ha calculado que en esta Feria se facturarán algo más de los 11 millones de euros. 

La proliferación de libros y editoriales ensancha las pesadillas de cualquier lector voraz: la certeza de que nunca podrá leer todos los libros a su disposición. La muerte, el tiempo y la economía conforman – y no en ese orden- la negra tríada que les niega la posibilidad de un paraíso terrenal y literario. Está bien, además, que así sea. De estos límites circunstanciales surge la necesidad de ordenar y escoger, de listar los libros indispensables y optar por unas lecturas sobre otras. Ya sea para conocer la condición última del ser humano, para ampliar conocimientos profesionales o para divertirse, porque hay lectores de todo tipo. En una de sus últimas obras, Umberto Eco señaló que las listas estuvieron en el origen de la cultura. Para este sabio italiano, cualquier listado busca ordenar el caos de la realidad. En el mismo acto de elaborar listas se encuentra nuestro torpe intento de controlar el caos.

La Feria del Libro es un lugar de encuentro, de celebración, de vanidades y de ensimismamiento. De todo hay dentro y fuera de las 359 casetas que se han montado en el Retiro. La diversidad editorial no conlleva necesariamente progreso, al contrario, es bastante probable que conlleve cierto empobrecimiento cultural. La amplia variedad del lado de la oferta, pero también de la demanda, no tiene que estar relacionada con la calidad. Durante estos días, paseando entre libros de distinto pelaje, uno siente la necesidad de defender la posibilidad de establecer un canon. Nuestra historia cultural no se podría entender sin su elaboración. Pese a los muchos ataques de sus enemigos, el canon literario es vivo. Siempre deberá ser discutido. El propio debate nos hace más conscientes de lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos. El ensayista mexicano Gabriel Zaid ha defendido que leer es una forma particular de diálogo donde uno puede descubrir múltiples coincidencias y conexiones.

«Durante estos días, paseando entre libros de distinto pelaje, uno siente la necesidad de defender la posibilidad de establecer un canon. Nuestra historia cultural no se podría entender sin su elaboración»

El canon, eso sí, no debería ser una mera lista con nombres reconocibles y títulos inolvidables. Los canonizadores jamás leerán por nosotros. En realidad, ese listado es el particular trampolín hacia una lectura que nos regala una luz esclarecedora. Los clásicos atraviesan las épocas con la autoridad de la experiencia para establecer un diálogo humilde con el presente. Y aún hoy se escriben obras que terminarán en el canon. Por esa misma razón hay que estar atentos. Como recordaba Jorge Luis Borges, al clásico no se le mide solamente por sus méritos, sino también por las generaciones que se han visto aguijoneadas por sus propuestas de sentido. Si no lográsemos establecer un canon literario, por muy discutible que éste pueda ser, nos encontraríamos en la más resbaladiza intemperie. El canon es el refugio de la tradición y nos protege de los embaucadores de entre tiempos. Quizá sea una forma de autoengaño, pero necesito creer que estas obras maestras son una conquista humana que amortigua el ímpetu de las mentiras –efímeras por condición- que quieren hacernos pasar por verdades insobornables.

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