THE OBJECTIVE
Jacobo Bergareche

'All eyes on Rafah (but only on Rafah)'

«El sufrimiento humano no nos conmueve más que en la medida en que nos dé la razón y nos devuelva la idea reconfortante de que estamos con los buenos»

Opinión
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‘All eyes on Rafah (but only on Rafah)’

Ilustración de Alejandra Svriz.

Un experimento que hago a menudo es el de preguntarle a la gente cuál es el mayor genocidio que ha habido en la tierra desde que tienen uso de razón. Raro es el que lo tiene claro, enumeran aquellos conflictos que aparecen primero en la memoria, sin demasiada certeza, la mayor parte de las veces se equivocan o desisten, y se lo tengo que soplar: el genocidio ruandés de 1994. Hay estimaciones que llegan hasta el millón de asesinados. Al mencionar Ruanda, a alguna gente les empieza a venir a la cabeza el nombre de dos tribus: los hutus y los tutsis.  Es aquí donde viene lo más interesante del experimento: pregunte usted quién mató a quién, si los hutus a los tutsis o los tutsis a los hutus. Raro es el que no duda, hasta el punto de que es difícil encontrar a quien te aceptara una apuesta de cien euros por acertar.

Sin embargo, si a alguien les preguntas quiénes mataron a quién, los nazis a los judíos o los judíos a los nazis, todo el mundo aceptaría jugarse cien euros. Incluso un millón si lo tuvieran. Lo que se desprende de esta actitud hacia el genocidio de Ruanda es que hay crímenes de lesa humanidad que tienen muy poca adherencia en la memoria y que nos son absolutamente indiferentes, por inmensa que sea la cifra de víctimas o lo incontrovertible que sea la atribución de la culpa.

En el reciente conflicto de Darfur, una región de Sudán, murieron asesinados o por hambrunas causadas por el propio conflicto cientos de miles de personas. Se cree que hasta 400.000, pero ni se sabe. En este conflicto, si preguntas a varios quién mató a quién, dónde y por qué, tendrás suerte si consigues que una sola persona te mencione, por ejemplo a los Yanyauid. Darfur es quizás el primer genocidio de la era de las redes sociales, pero fue completamente ignorado y no logró ningún hashtag, ningún trending y ninguna viralización. Es un conflicto ignorado. Pero por lo menos, al español medio le suena eso de que Darfur es un sitio, y que en ese sitio pasaron cosas terribles.

Ahora pregunte usted por los rohinyá de Myanmar, a ver si encuentra a una sola persona que sepa quiénes son este grupo étnico que hoy mismo sufre una persecución brutal, la expulsión de sus tierras, violaciones en grupo de sus mujeres y una limpieza étnica en toda regla. A nadie le importan los rohinyá, por mucho que sufran una suerte quizás peor que la de los palestinos.

Mi tesis (que he expuesto ya en anteriores artículos similares a este) es que los conflictos solo nos interesan en la medida en que somos capaces de interpretarlos desde nuestros propios principios, es decir, en la medida en que podamos reconocer en ellos nuestra visión moral del mundo, identificarnos con las víctimas y más importante aún, identificar a los victimarios con nuestros adversarios políticos. 

«El sufrimiento humano, en un conflicto remoto y ajeno, solo nos suele interesar en la medida en que reafirme nuestra ideología»

El sufrimiento humano en un conflicto remoto y ajeno, solo nos suele interesar en la medida en que reafirme nuestra ideología, esto es, que nos permita sentir que estamos del lado del bien, y que nos permita asociar a los que perpetran el mal con las ideologías contra las que votamos. 

Darfur, Ruanda o los rohinyá, al igual que muchos otros conflictos bastante más atroces en términos cuantitativos que el conflicto de Gaza, y bastante más nítidos a la hora de establecer quiénes son los malos y quienes los buenos, nos darán siempre igual. No veremos jamás las redes inundadas con campañas como la de «all eyes on Rafah». Nuestros ojos no los ven, porque no ofrecen espejo alguno en que mirarnos. 

He preguntado a mucha gente que ha compartido la foto de All eyes on Rafah por qué este apoyo simbólico a esta causa en concreto y no cualquiera de las otras causas que hay en el mundo (ya sabemos que en la práctica pocos van más allá de poner un story en Instagram o de comprarse un pañuelo palestino). El desconocimiento de la historia de Israel y del conflicto con los palestinos es muy notorio, poca gente sabe explicar qué había en esa región del mundo antes del Estado de Israel, ni cuáles han sido las fases del conflicto que han llegado hasta aquí, ni el porqué de la existencia de Israel, ni cuáles son los postulados de Hamás. 

Una amiga que vota a Sumar me dice que es un conflicto de blancos contra gente pobre de piel oscura (esta amiga no había oído hablar de los Beta Israel o los mizrajíes), otros me dicen que es una guerra de la ultraderecha israelí asociada a la derecha americana. No faltan los que proclaman que los judíos son los nuevos nazis, que hacen a otros lo que les hicieron a ellos. 

«La causa palestina es una causa fetiche de la izquierda, y todos esos ojos que hay sobre Rafah son ojos progresistas»

No resulta aventurado decir que la causa palestina es una causa fetiche de la izquierda, y que todos esos ojos que hay sobre Rafah son ojos progresistas, mientras que la gente de derechas siente indiferencia hacia este conflicto cuando no antipatía por los palestinos al haber sido adoptados como causa-mascota del rival progresista e incluso como indumentaria de protesta. Sospecho que si todas las partes en este conflicto fuesen negros, es de suponer que el conflicto nos importaría lo mismo que el de Darfur o el de Ruanda, es decir, nada de nada. Pero Netanyahu es un señor de aspecto blanco, con traje y corbata, de un partido de derechas, capitalista, que preside un país mimado por Estados Unidos, que es un imperio neoliberal y fundamentalmente derechista.

Por tanto, el conflicto ofrece una lectura y una interpretación clara, para muchos de los que se consideran progresistas, que ven en él la confirmación de que los victimarios están asociados a las ideologías que ellos aborrecen. Por eso se le da visibilidad a este conflicto y se ponen todos los ojos (progresistas) en él, porque en este, podemos creer los malos son los que queremos que sean los malos. Y así, una vez más, el sufrimiento humano y la injusticia no nos conmueven más que en la medida en que nos den la razón y nos devuelvan la idea reconfortante y narcisista de que estamos con los buenos, y de que los que nosotros decimos que son los malos, lo son realmente. All eyes on Rafah, but only on Rafah

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