THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

La menguante jubilación de los directivos

«¿Qué ocurrirá con los ejecutivos cuando sus pensiones pierdan poder adquisitivo y se encuentren con un nivel de gastos comprometido de difícil disminución?»

Opinión
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La menguante jubilación de los directivos

Un jubilado sacando dinero de un cajero en Madrid. | Jesús Hellín (Europa Press)

Llegó la hora de la verdad para nuestro sistema público de pensiones. Comienzan a jubilarse masivamente los baby boomers, los nacidos en la gran explosión demográfica de los 60 y principios de los 70, lo que someterá a las cuentas de la Seguridad Social a fuertes tensiones, algo sabido y esperado, aunque no abordado con la profundidad debida. Las reformas aprobadas en los últimos años no sólo no han resuelto el problema por venir, sino que, al contrario, lo han agravado. Pagamos cotizaciones más altas y se ha perdido el carácter contributivo de las pensiones, algo que desde siempre se consideró como pilar del sistema.

En efecto, las pensiones, al menos las más altas, van a ir sufriendo una significativa pérdida de poder adquisitivo. Pero que nadie se asuste. Pensiones públicas habrá, pero a partir de un nivel sufrirán un progresivo deterioro. Es cierto que las pensiones mínimas merecen toda nuestra atención y respeto, y que deben ser atendidas con especial mimo. Compartimos el principio de solidaridad, pero ello no debe ser óbice para que, como está ocurriendo en los últimos años, sean las pensiones más elevadas las que vayan a sufrir un deterioro más significativo, al punto de trastocar el plan de vida de directivos y ejecutivos —también trabajadores— tras su jubilación.

Como Teruel, los directivos, ejecutivos y profesionales también existen y la atención solidaria con las rentas más bajas no debe significar el olvido, cuando no el castigo, de las más altas. Ya hablaremos en otra ocasión de las pensiones bajas, de sus problemas y retos, múltiples y graves, sin duda alguna, pero hoy toca esbozar los problemas que se pueden encontrar los de las altas, porque, como en la serie, los ricos también lloran.

Pues eso, de las pensiones de los directivos queremos reflexionar en estas líneas, un tema poco trabajado, pero que tendrá profundas consecuencias sociales y económicas. ¿Qué ocurrirá con los ejecutivos, trabajadores y profesionales de sueldos altos, cuando la pensión que reciban pierda poder adquisitivo y se encuentren con un nivel de gastos comprometido de difícil disminución? Se nos podrá argumentar que las empresas han recompensado a sus directivos con bonus, cláusulas de blindaje, stock options y suculentos planes de pensiones.

En algunos casos, como en las grandes corporaciones, así es. Pero, ¿qué porcentaje de los directivos y profesionales disfrutan en realidad de esos beneficios? ¿Qué ocurre con los cuadros de las pequeñas y medianas empresas, inmensamente mayoritaria en nuestro país? Pues que, aparte de su sueldo —que puede ser bueno—, su coche y su casa, con poco más se van a encontrar, más allá de lo que, con dificultad como veremos, hayan podido ahorrar.

«Muchos directivos tendrán que prolongar su carrera profesional o desarrollar lo que conocemos como segunda carrera»

No olvidemos que, precisamente esos sueldos ejecutivos son los que perderán más nivel de renta entre su último sueldo y la pensión que perciban, ya que podrían estar percibiendo salarios sensiblemente superiores a la pensión máxima. La respuesta demagógica serían que para eso son ricos y que siempre tendrán ahorros de donde tirar. Pues depende, como veremos. Se podría decir, también, que tenían que haber ahorrado, que para eso se aprobaron los planes de jubilación privados y complementarios. Y es verdad, pero solo una media verdad. Las posibles dotaciones a planes de pensiones —paradójica y contradictoriamente— fueron disminuyendo con el tiempo, mientras que los impuestos, en su conjunto, subieron. O sea, menos ahorro disponible de cara a la jubilación.

Ante esta situación, muchos boomers directivos tendrán que prolongar su carrera profesional o desarrollar lo que conocemos como segunda carrera, esto es, una actividad profesional complementaria con la pensión. Pero, ¿qué es la segunda carrera? Como su propio nombre indica es la dedicación profesional a una actividad diferente a la que venía desarrollando habitualmente. Esta segunda carrera puede desarrollarse en paralelo a la actividad ordinaria en los últimos años laborales o de manera sucesiva y complementaria, tras la jubilación. Esta segunda carrera no suele conllevar relación laboral, sino que, normalmente se desarrolla como freelance, es decir facturando como autónomo o a través, en su caso, de una sociedad profesional personal. Ejemplos podrían ser responsabilidades en consejos de administración o consejos asesores, senior advisers, of counsels, consejeros o consultores senior, angel business o docentes, por citar tan sólo algunas de las posibilidades más conocidas.

El actual sistema público de pensiones ha funcionado con gran eficacia durante décadas. A lo largo de su ya prolongada existencia ha experimentado diversas reformas —las más importantes de ellas vinculadas al conocido como Pacto de Toledo—, y, en general, concede unas de las pensiones más elevadas en función de lo cotizado del contexto europeo. Pero el sistema es deficitario y más aún lo será en el futuro. Es cierto que puede equilibrarse desde los Presupuestos Generales del Estado, pero la nómina será muy elevada.

Desgraciadamente, la última reforma tiró a lo fácil, a cobrar más subiendo las cotizaciones, que ya son de por sí de las más elevadas de Europa. A los sueldos más altos se le cobrará mayores cotizaciones sin que ello redunde en una mayor pensión proporcional en el futuro. O sea, otra manera sofisticada de meter la mano en el bolsillo de trabajadores y empresas. Vivimos la contradicción de ser el país con prácticamente el mayor desempleo europeo, mientras que aplicamos los impuestos más elevados al empleo y a quiénes lo crean. Así nos irá.

«La erosión de las pensiones más elevadas continuará en el futuro»

Muestra de la ruptura del principio de contributividad es la conocida como cuota de solidaridad del Mecanismo de Equidad Intergeneracional, por la que los salarios que superen las bases máximas de cotización deberán pagar un porcentaje creciente, que irá aumentando además con el paso de los años hasta 2045. Esta cuota no posee carácter contributivo sino redistributivo y engrosará el Fondo de Reserva. Las pensiones máximas perdieron, pues, su carácter contributivo, por consecutivos destopes y tasas de solidaridad intergeneracionales.

Las pensiones de los salarios más altos ya no serán de naturaleza netamente contributivos, ya que habrán cotizado —ellos y sus empresas— proporcionalmente por encima de la pensiones que recibirán. Y la erosión de las pensiones más elevadas continuará en el futuro, tanto por la progresiva entrada de la tasa, como por la tendencia de futuros gobiernos de castigar las pensiones altas para no tener que tocar a las más bajas. Si a todo ello unimos la creciente presión fiscal que, lógicamente, castiga en mayor medida a las pensiones más alta, podemos comprobar cómo los receptores de salarios elevados verán mermadas sus pensiones por una y otra causa.

Pero, ¿y el ahorro? A finales de los 80 se legisló sobre los planes privados de pensiones, con una idea tan simple como oportuna, la de favorecer una pensión voluntaria y complementaria a la pública. Y para incentivarla se habilitaron estímulos fiscales. La medida tuvo una gran aceptación, llegó a permitirse la aportación de hasta 12.000 euros al año, con sus consiguientes beneficios fiscales, pero sucesivos recortes lo han debilitado hasta los raquíticos 1.500 euros actuales. Con esa aportación nadie podrá disponer de una pensión complementaria significativa.

Nos parece un error haber abortado una iniciativa que durante décadas permitió comenzar a crearse un colchón financiero a una generación que a buen seguro la precisará en un futuro cercano. Es cierto que se han abierto otras vías, como los planes de empresa o de autónomos, pero ya no se recuperarán los años perdidos ni el diferencial de ahorro. O sea, pensiones máximas que crecen menos que las cotizaciones, planes de pensiones menguados y creciente presión fiscal. ¿Qué puede salir mal? Quién tenga ojos, que vea.

«El ahorro no fue uno de los valores característicos de la generación ‘boomer’»

Por todo ello, es posible que muchos profesionales, directivos o empresarios no hayan planificado el día después de su jubilación. Quizá, alguno de ellos, puedan disfrutar de un plan complementario de pensiones, no demasiado significativo, en la mayoría de los casos. Pero, ¿y el resto? ¿Disponen en su mayoría de colchón de ahorro para los largos años de jubilación que afortunadamente la esperanza de vida nos concede? Pues diríamos que no, en un porcentaje significativo, al menos.

El ahorro no fue uno de los valores característicos de la generación boomer. Todo lo más, vivienda propia, quizás, una segunda aquel que pudiera. A diferencia de la generación anterior de sus padres, nacidos en los treinta y cuarenta, los boomers nos acostumbramos a un tren de vida mucho más elevado. Gastamos más que la anterior generación. Es cierto que disfrutamos de mejores salarios, pero también que gastamos en mucha mayor medida. Son muchas las familias, y en muchos tramos de renta, que llegan justos a final de mes. Nuestro nivel de gastos se incrementó en múltiples rubros, teniendo que ayudar también a hijos y nietos en sus estudios y comienzos profesionales. En nuestra carrera tuvimos que afrontar dos crisis, la del 93, intensa, pero breve, y la Gran Recesión de 2008, cuya onda todavía llega hasta nuestros días, amplificada por el confinamiento y consecuencias de la pandemia de la covid-19. Cada cual conocerá las cuentas de su casa, pero muchas son las habrán tenido tan solo para ir tirando con dignidad y poco más.

Por lo expuesto, serán numerosos los ejecutivos que, a pesar de haber disfrutado de sueldos altos a lo largo de su vida profesional, se encontrarán en una situación ajustada en el momento de la jubilación, con dificultades ciertas para mantener su nivel de vida, aún disminuyéndola, si es que son capaces de conseguirlo. Tendrán que buscar rentas complementarias y eso no se improvisa. Debemos, pues, prepararnos para la jubilación. Cuanto antes se comience y más cabeza se meta en esta tarea, mejor. Pero, ¿estamos a tiempo para ello? Pues que cada cual responda en función de sus circunstancias y posibilidades, que no será tarea fácil para la mayoría de nosotros.

¿Soluciones? Cada cuál sabrá cómo organizarse. Las recetas están sobre la mesa. Prolongación de la vida laboral, segunda carrera, pensión parcial, flexible o activa, planes y seguros de pensiones, emprendimiento, ahorro, gestión de patrimonio, dividendos de inversiones o hipotecas inversas, por citar algunas posibilidades, todas ellos fáciles de decir, pero difíciles de conseguir. Para muchos, hablar de las pensiones de los directivos es insolidario o frívolo. Pues ni lo uno ni lo otro. Muchos son los que miran con preocupación el horizonte menguante de sus rentas tras la jubilación. Y hacen bien, porque, visto lo visto, su temor está más que justificado.

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