THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

La fábula del fango

«No es cierto que la verdad no exista. Pero sí que puedes convencer de que no existe. De ahí llegamos a los hechos alternativos de Trump o la máquina de fango de Sánchez»

Opinión
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La fábula del fango

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz

La acusación de la «máquina del fango» de Pedro Sánchez es la enésima versión en technicolor del lobo feroz disfrazado de abuelita, convenciendo a Caperucita Roja de la bondad de sus colmillos y la dulzura de sus afiladas garras. Sus grotescos argumentos serían de risa si no fuera por lo que está en juego, que es la supervivencia de la democracia como la conocemos. No existe democracia sin prensa libre. Dos siglos de historia lo confirman. Y viceversa. Como las rémoras y los tiburones, los políticos y los periodistas son también animales simbióticos. El ascenso de los populismos de izquierda y derecha alrededor del mundo tiene que ver con la crisis de los medios de comunicación. Una crisis estructural que a su vez refleja una crisis más profunda.

Si nos ponemos estupendos, podríamos decir que refleja una crisis existencial. Los periódicos podían desafiar a los poderosos porque tenían independencia económica. Y esto no sucedía porque la ciudadanía los respaldara conscientemente en su función de contrapoder, sino porque los consumía inevitablemente. Si querías saber el resultado del partido de béisbol del día anterior, el pronóstico del tiempo o comprar un coche usado, necesitabas adquirir un ejemplar de periódico. En las ciudades pequeñas la prensa, de hecho, se comportaba como monopolio disfrazado, y en las grandes ciudades la competencia real se limitaba a unas cuantas cabeceras. Esa inmensa masa de lectores hacía a los periódicos indispensables como vehículo publicitario, lo que los volvió grandes negocios y los blindó frente al poder. La ley de la oferta y la demanda se imponía: poco espacio físico (aun los inmensos diarios dominicales de antaño tenían un número limitado de páginas) y muchos ojos transitando por sus páginas imponían unas tarifas altas. Esto le daba a los diarios tiempo y dinero para financiar investigaciones, recoger y comprobar las filtraciones interesadas y para publicar sólo a las mejores firmas, con ingresos suficientes para dedicar su tiempo laboral íntegro a cada vez mejores textos, independientemente de que la mayoría de los lectores sólo pasara los ojos por los titulares mientras buscaba la cartelera del cine o el horóscopo del día.

Si la rentabilidad era el oxígeno del sistema, la esencia estaba sustentada en un respeto compartido por todos por la verdad, incluidos los políticos mentirosos y los periódicos difamadores. Era un tiempo en que un escándalo podía arruinar una carrera política. Este «ecosistema» ha colapsado y sus consecuencias son devastadoras.

«Lo que no saben Pedro Sánchez y sus acólitos es que cualquier modificación a modo de la libertad de expresión –como decidir qué medio es «fango» y qué medio no– es cancelar la libertad de expresión»

La gratuidad de la información en internet desmontó el negocio de los periódicos y los dejó en los huesos. El dinero empresarial se fue siguiendo a los consumidores al mundo virtual, pero de nuevo la ley del mercado (espacio ilimitado y muchos públicos diminutos) impuso precios bajos, lo que obligó a la mayoría de los medios tradicionales a poner un muro de pago. Igual que en el pasado, pero ahora de una manera mesurable, sólo una minoría está interesada en la salud de la polis. ¡Ni al precio de una cerveza se consigue que la gente pague por estar informada un año! Esto deja a los medios en manos o del algoritmo de Google, cambiante y caprichoso, o de la subvención pública, que se otorga por cuotas de lealtad y subordinación. Mención aparte merece la ceguera empresarial en este nuevo sistema. ¿No saben acaso que la libertad económica plena va de la mano de la democracia? ¿Por qué prefieren invertir su dinero en lavar su imagen en términos ecológicos y de género en lugar de respaldar la información necesaria para la supervivencia del sistema liberal? 

Así estábamos cuando llegaron las redes sociales, que otorgan la falsa percepción de una información personalizada, un traje a la medida, cuando lo que hacen es actuar como un espejo distorsionado: el valiente nuevo mundo de la «cámara de eco» y el «sesgo reafirmativo». Es decir, la persona reducida a la suma de sus metadatos. Aun así, algunos medios tradicionales reconvertidos forzosamente en digitales y algunos medios pensados ya desde cero como exclusivamente digitales han tratado heroicamente de mantener viva la llama de la información independiente y los valores del periodismo.

Todo comenzó cuando Derrida, Foucault y compañía descubrieron que podían descomponer el átomo de la verdad en diversas y sucesivas partículas subatómicas, a las que llamaron relatos. Además, introdujeron la sospecha del punto de vista. No solo la verdad no existe, sino que algunos hablan desde «sus privilegios» de «clase, raza y género», lo que hace doblemente sospechosas sus afirmaciones. A la manera misteriosa de la física cuántica, el observador altera lo observado. Estos ejercicios retóricos nunca hubieran pasado de las aulas ideologizadas de las universidades públicas, que colonizaron con su relativismo engañabobos, de no ser por las redes sociales, que han demostrado que los post-estructuralistas franceses tenían razón. No es cierto que la verdad no exista. Pero sí es verdad que puedes convencer a la mayoría de que no existe. De ahí llegamos a los «hechos alternativos» de Trump, «yo tengo otros datos» de López Obrador o la «máquina de fango» de Sánchez. Si la verdad objetiva de los hechos desaparece, entonces todo está permitido, porque siempre será posible esgrimir un relato que los justifique. 

Por eso es tan injusto y peligroso que desde el Gobierno, dedicado en exclusiva a la supervivencia en el poder de una persona, se haya decidido convertir estos necesarios espacios independientes (con sus taras, sesgos y errores inevitables) en los nuevos enemigos públicos. En los anales de la infamia estarán los medios que en lugar de solidarizarse con los colegas de profesión acosados se hacen eco de estos ataques, atados a la metadona del dinero público. La involución democrática empezó con el manejo acientífico y autoritario de la pandemia, siguió con la torticera ley de amnistía, ha entrado en bucle con el reto al poder judicial y asoma su cara más perversa con el acoso a la prensa libre. Lo que no saben Pedro Sánchez y sus acólitos es que cualquier modificación a modo de la libertad de expresión –como decidir qué medio es «fango» y qué medio no– es cancelar la libertad de expresión. Las víctimas somos todos, incluso ellos mismos, mañana, cuando este Ejecutivo sea solo un mal recuerdo en la memoria de los españoles.

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