Goodbye, América!
«La crisis de EEUU va más allá de los problemas de Biden. El modelo hace aguas, arrasado por el populismo y la ineficacia»
La retirada de Joe Biden de la carrera presidencial daría sin duda un balón de oxígeno a la candidatura demócrata, pero ni es una garantía de derrota de Donald Trump ni, aun resultando vencedora, despejaría por completo las fuertes incertidumbres que se ciernen sobre el futuro de Estados Unidos y su papel en el equilibrio internacional.
Si Biden insiste en ser candidato, sería necesario un golpe de mano en la Convención demócrata de agosto para sustituirlo, lo que rompería con la tradición de la política norteamericana y dejaría al partido en un estado maltrecho. En uno u otro escenario, una victoria de Trump se hace cada vez más probable y, con ello, el riesgo de que Estados Unidos deje de ser una democracia convencional y abandone sus responsabilidades como líder de Occidente.
«Los norteamericanos perdieron fe en las instituciones democráticas y se dejaron atraer por las promesas demagógicas y las consignas dogmáticas»
No se ha llegado a este punto de la noche a la mañana. Como en muchos otros países del mundo, la política norteamericana ha ido deslizándose hacia el populismo desde hace ya al menos una década. Al igual que en otros lugares, los norteamericanos perdieron fe en las instituciones democráticas y se dejaron atraer por las promesas demagógicas y las consignas dogmáticas.
Es difícil establecer qué bando empezó primero, porque, como también suele ocurrir en diferentes latitudes, la demagogia y el radicalismo de la izquierda y la derecha se retroalimentan y terminan por corromper todo el debate nacional. En el caso de Estados Unidos, no han surgido formaciones políticas alternativas. Los partidos tradicionales se mantienen, pero muy debilitados en sus estructuras internas y con dinámicas poco reconocibles. El impacto mayor del giro populista se produjo sin duda en el Partido Republicano, entregado a un patán al que consintió todo con tal de permanecer en el poder, muy al estilo con el que Sánchez se ha apoderado del Partido Socialista.
«Estados Unidos necesita otro Kennedy. U otro Reagan»
El trumpismo lo contaminó todo. Convirtió en papel mojado la Constitución, hizo inútil el imperio de la ley y disfuncional el sistema política, destruyó la convivencia e implantó la mentira como norma de conducta. Como efectos colaterales, acabó con la ecuanimidad de los medios de comunicación y excitó al ala populista del Partido Demócrata, que pretende ahora combatir a Trump con las mismas armas.
No sé cómo se puede salir de ese pantano. Si gana Trump, no solo no saldrá, sino que Estados Unidos se acabará hundiendo en un foso en el que todo lo más que se puede pedir es que no acabe arrastrando a otras democracias que ahora cuentan con ese país como aliado indispensable para su economía y su defensa.
Pero incluso si se consigue derrotar a Trump, será muy difícil recomponer el proyecto social y político que es la razón última por la que Estados Unidos llegó a ser tan poderoso. Estados Unidos mantiene su poder económico. De hecho, su distancia respecto a Europa se ha incrementado notablemente. Sigue siendo militarmente muy superior a todos sus rivales, a los que aventaja también en desarrollo tecnológico, creatividad y capacidad de iniciativa. Todavía es el mayor polo de atracción de emigrantes y el refugio más seguro de la inversión.
Se está quebrando, sin embargo, el armazón ideológico que da cabida a todo eso, que no es otro que el de una nación unida en un propósito colectivo, dispuesta a hacer los sacrificios que fueran necesarios para preservar esa misma América, con esos mismos valores, a las generaciones sucesivas. Ese sentido de nación, una nación de individuos que, al mismo tiempo, comparte un proyecto superior a cualquier ambición o interés personal, está saltando por los aires. Hoy observamos con tristeza que un joven estudiante de Nueva York odia más a un judío de New Jersey que a un árabe de Hamás. Y que un granjero de Oklahoma no dudaría en apretar el gatillo contra un izquierdista de Austin si Trump se lo pidiese.
No hay que perder del todo las esperanzas en un país tan dinámico y vitalista. Estados Unidos ha pasado antes por graves crisis nacionales, incluidos fuertes enfrentamientos internos. La diferencia en esta ocasión es que, mientras entonces Estados Unidos era, pese a todos sus problemas, el país pujante en un mundo con rivales declinantes, hoy es el modelo americano el que aparece mustio y envejecido ante potencias emergentes, especialmente China, que, a su manera, ofrece un modelo de éxito.
Estados Unidos necesita otro Kennedy. U otro Reagan. Elija cada cual su modelo en la fructífera cosecha de grandes estadistas norteamericanos. No sé si Gavin Newsom, el gobernador de California, lo puede ser. Estados Unidos necesita volver a ganar los corazones del mundo. Y necesita, sobre todo, ganar los corazones de sus propios ciudadanos. Tal vez, ni aún así se pueda contener el demoledor ciclo de la historia.