Hay más turras que racistas
«España no es racista y acoge de buen grado a quien viene de manera legal, sin fijarse en la tez, sino en la actitud y en la gratitud de aquellos a los que acogemos»
Ya no queda nada por politizar en esta España. Tampoco el fútbol. Una parte considerable de la izquierda política y mediática lleva toda la Eurocopa tratando de chinchar a los fachas con el hecho de que la selección española esté triunfando con actuaciones soberbias de Lamine Yamal y Nico Williams, logrando así que una cantidad aproximada de cero personas hayan rabiado. Pero ya sabemos que si la realidad choca con el relato, ¡peor para la realidad!
Así las cosas, mientras España aún celebraba, los antifas de sofá, ganchitos y Twitter montaban guardia contra la «ultraderecha». Y como no la encontraron, se la inventaron, utilizando un triunfo de todos para continuar dividiéndonos. Rafael Simancas cargó contra Alberto Núñez Feijóo (sirviéndose de un bulo, como es menester) por rechazar «ayudar a los menores inmigrantes vulnerables», Víctor Gutiérrez criticó los «miserables ataques racistas y llenos de odio por parte de políticos, periodistas y twitteros de ultraderecha» a Yamal, añejos o ficticios, e Irene Montero compartió proclamas contra Vox.
Este miércoles, lo único que se pudo comprobar es que en España hay más turras que racistas, y que los antifascistas (sic) luchan contra un fantasma, una proyección que sólo existe en su cabeza. Jonathan Haidt, que se define como progresista, explica en La mente de los justos que la derecha entiende mejor a la izquierda que la izquierda a la derecha. O lo que es lo mismo, que es mucho más fácil para un derechista adivinar qué piensa un izquierdista sobre un tema concreto que a la inversa.
La realidad es que la exhibición de Yamal, gol incluido, solo molestó a algunos marroquíes, que se sienten traicionados, y quizá a los nacionalistas catalanes y vascos. Y a estos no porque sea negro, sino porque es español. El odio separatista ha sido durante mucho tiempo el más extendido y, sin embargo, del que menos ha interesado hablar.
Se pone el foco, sin embargo, en españoles que lo único que piden es que se entre a su país de manera legal, y que los inmigrantes se integren y no delincan. Lamine Yamal y Nico Williams son queridos; nacieron en España, están integrados y agradecidos. Son la muestra, además, de que el ascensor social funciona: están ahí porque se han esforzado, han destacado, han competido y han ganado. Antes de ellos estuvieron Vicente Engonga o Marcos Senna, que demuestran que el país no ha evolucionado ni ha retrocedido porque nunca ha sido racista.
«La realidad es que la exhibición de Yamal, gol incluido, solo molestó a algunos marroquíes, que se sienten traicionados».
Habrá quien use sus casos, y así está sucediendo, para preconizar las bondades de acoger menas, mezclando churras con merinas. Esto es, a quienes son españoles (Yamal), a quienes han venido regularmente, acompañados de sus padres, y se han integrado (Williams), y a un montón de magrebíes que han llegado de manera ilegal, quizá víctimas de las mafias, y con escasas posibilidades de integración. Tres realidades tan distintas que sólo se pueden mezclar desde el racismo de quienes reducen la identidad personal al color de piel.
España no es un país racista y acoge de buen grado a quien viene de manera legal y aporta, sin fijarse en la tez, sino en la actitud y en la gratitud de aquellos a los que acogemos. Celebrémoslo, disfrutemos con la selección y mantengamos la política fuera del césped.