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Carlos Padilla

Carvajal y el fascismo que no ven

«El que señala desde el anonimato a unos vascos por jugar en la selección es lo más aproximado al fascismo que hemos visto estos días»

Opinión
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Carvajal y el fascismo que no ven

Carvajal celebrando la Eurocopa. | Europa Press

Mal que le pese a ese personajillo de los medios, cuyo nombre ahorraremos para no inflarle el ego, que exclamó su racismo en redes, España ganó esta Eurocopa con dos jugadorazos como Nico Williams o Lamine Yamal. Por mucho o poco que sufran los gerifaltes de la derecha a la derecha de este país, la Selección juega con hijos de inmigrantes porque es un reflejo de esta sociedad, de una patria abierta, plural, que por tener, ha tenido hasta a dos franceses de centrales, soportando las bromitas de Willy Bárcenas.

Deben de ser días duros para Arnaldo Otegi, el hombre encargado de conservar las esencias de su idea de nación excluyente, o para Aitor Esteban, que no siente la selección como suya. Porque los vascos, Merino, Oyarzabal, Simón, Zubimendi, han contribuido de una manera vital para que ‘la roja’ se alzara con la Eurocopa. Y es que los nacionalistas han visto las celebraciones de los jóvenes que sienten suya, ¿cómo no sentirla?, a una selección plagada de chicos que militan en clubes de su tierra, en la Real, en el Athletic.

Son malos tiempos para Irene Montero, la antirracista que exclama con una repetitividad obscena que hay jugadores negros en el conjunto nacional. Qué devoción por la raza, por los racializados, y que vacío se encuentra en sus redes si hay que buscar alguna felicitación a Carlos Alcaraz por la victoria en Wimbledon. Alcaraz no es racializado, tan solo es murciano, y eso no le vale a Montero para sacar rédito político. Lo intentó Salvador Illa, quiso hacer política con un chaval de 17 años convertido ya en estrella mundial, Lamine Yamal.

El líder de los socialistas catalanes exclamó en un mitin la mañana del domingo, día de la final, que cada gol de Yamal es un gol a la extrema derecha, un gol contra el racismo. ¿Y cada punto de Carlos Alcaraz qué es? ¿Un apoyo al fascio? ¿Una reivindicación contra los derechos humanos? Es este extremo de la política que desune, de los mandatarios que se encargan de ir colocando muros entre la población, porque sirve, porque vale, porque les viene bien para esa batalla diaria por el voto sectario. El fútbol ha unido a un país, donde a muchos de sus dirigentes les pagan para mantenerlo polarizado, peleados por batallas estúpidas, riñas de una nación con querencia al garrotazo entre hermanos.

Casi como por arte de magia, a los que veían en los hombres de Luis de la Fuente a la quintaesencia de la decencia de este país, —«como rabian los fachas»— se les ha aparecido una nueva imagen. Ahora esos chavales, que no dejan de ser en su mayoría hombres jovencísimos, se han convertido en multimillonarios insolidarios que en lugar de proclamar en la celebración de Cibeles un canto por la vivienda digna, los menores migrantes o en defensa de la sanidad pública, gritaron «Gibraltar español». ¿Qué esperaban? ¿Un club de té? Fue lo que iba a ser, chavales mamados celebrando un título y coreando lo primero que les hacía gracia.

Ah, y Carvajal. Qué decir de él, le dio la mano blanda al presidente Sánchez en Moncloa y al pasar por delante apenas le miró, como hicieron Lamine Yamal y otros tantos futbolistas, por mucho que esto no se haya recalcado apenas. Hay hiperventilados a ambos lados del río. Están los que proclaman la acción como un ultraje a la institución, un delito de ‘lesa sanchidad‘. Y los canallitas que ven una heroicidad en dar la manita ‘relajá‘ al líder del ejecutivo, vaya héroe de cartón pluma. Saltaron los primeros en firme defensa del respeto institucional, casualmente los mismos que callan cuando el presidente de la Generalitat deja plantado al Rey. Son también los que ven normalidad institucional en reunirse en Waterloo para elaborar leyes que se acabarán votándose en el Congreso, porque donde esté esa mano blandurria de Carvajal que se quite lo demás.

Esto debe ser la famosa polarización, queridos. Intentar convertir a la Selección en un símbolo de nosequé cosa que a tu clá le viene bien, para darte cuenta de que en ese juego también pueden existir otros actores que intenten lo contrario. Ni la selección se había relevado en un símbolo del progresismo porque jugará Yamal ni ahora se ha convertido en la exaltación de un fascismo exultante porque Carvajal de una mano sin ganas, y eso cualquiera que no esté cegado por la política lo sabe. Por fortuna, son mayoría.

En la iglesia de Elorrio, pueblo natal de la madre de Mikel Oyarzabal, apareció el lunes una pancarta que rezaba «No a la aceptación de la selección española», y más abajo, unas pintadas en las escalinatas donde se podía leer la palabra «traidores», dirigida para el delantero de la Real Sociedad y Mikel Merino. Igual con tanta tontería encima, el que señala cobardemente desde el anonimato a unos vascos en una plaza pública por jugar en la selección española es lo más aproximado al fascismo que hemos visto estos días. Y oye, sin que haga falta saber cómo da la mano.

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