Si al menos lo hubieran matado
«El pensamiento que hoy nos domina (izquierdista, ‘woke’ o progre) nos indica de qué víctimas hay que apiadarse y ante cuáles hay que resultar indiferente»
El pensamiento de izquierdas, desde hace tiempo, no es ya un pensamiento: es una sensación. La sensación de sentirte compasivo. Por eso hoy el izquierdista se afana en detectar víctimas. Las víctimas deben ser las que él diga.
Desde hace unos días, sin embargo, ese pensamiento de izquierdas (que no es ya un pensamiento) lo está pasando mal. En 1672 los holandeses vivieron su Año del Desastre: todo les salió tan torcido que —caso único entre los populachos hiperventilados— llegarían a comerse —no es una metáfora— a su primer ministro, Johan de Witt. En 1992, quien sufrió su momento bajo fue la reina inglesa, Isabel II: los matrimonios de tres de sus hijos se caían a pedazos. Y, para colmo, se le incendió el castillo de Windsor. Cómo no llamarlo su annus horribilis en el discurso de finales del año aquel.
Llevamos unos días que para el izquierdista son también dies horribiles (aunque, de momento, no hayan canibalizado a nadie). Hay fines de semana en que parece que te levantas con el pie derecho. Todo empezó con el frustrado atentado a Donald Trump, claro. Dos, tres centímetros salvaron la vida del hombre que condensa, para nuestros hiperventilados actuales, los males enteros de nuestra época.
Las reacciones han sido significativas. Solo los más bobarras —con mención especial al periodista de La Vanguardia, Pedro Vallín, que lleva tiempo trabajándose el título— expresaron, sin más, su deseo (¡Uy!, por qué poco) de que alguna bala hubiera reventado, en directo, la cabeza del expresidente. Una ventaja del alma sobre el cuerpo es que no huele, y por eso no nos invade España entera el hedor de almas fétidas así.
Otros, como los comentaristas del canal La Sexta que recibieron en directo la noticia, lamentaron enseguida las consecuencias electorales del atentado; consecuencias, al parecer, favorables para el cuasiasesinado. Todo ello sin tiempo para alegrarse (lo que son las prisas) de, yo qué sé, el fracaso del magnicidio y, oh là là, que su blanco siguiera vivo. Baste decir que, entre los cerebros que esbozaban este análisis, se hallaba el rey del pollo frito, Ramoncín.
«¿Por qué esta resistencia a llamar ‘intento de asesinato’ al hecho de que un francotirador dispare a la cabeza de un hombre?»
La mayoría de medios, empero, fue más sutil: es enternecedor cómo tratan de mantener el barniz de instituciones serias cuando ya solo los más fanáticos (es decir, los poco serios) creen en ellas. Así, «caos», «detonaciones», o «Trump se cae al suelo» fueron titulares que, so capa de mostrar cautela, trataron de agarrarse a la posibilidad de que aquello no hubiera sido lo que fue. «Aparente atentado», «presunto atentado» fueron descripciones que intentaban mantener vivas las dudas, con toscas respiraciones asistidas, cuando ya todos sabíamos de qué había ido aquello.
¿Por qué esta resistencia a llamar «intento de asesinato» al hecho de que un francotirador dispare a la cabeza de un hombre (y falle ese tiro, pero mate a un señor del público)? Hay dos motivos para ello. Uno tiene que ver con el emisor, otro con el receptor de tal mensaje.
En cuanto al receptor del mensaje, se trata de evitarle el estremecimiento automático que algo así nos produce a todos los humanos decentes (excluimos, pues, almas fétidas como la de Vallín). Al dosificar la información, se evita la compasión instintiva que nos saldría a la mayoría si la recibiéramos de golpe. Y para cuando, por fin, se da la noticia completa («han tratado de matar a una persona») la ideología ya ha tenido tiempo de invadir de nuevo toda nuestra cabeza («bueno, sí, habrán intentado matarle, ¡pero al menos no es de los míos!»). Algo horrendo de las ideologías (llevamos dos siglos aprendiéndolo, desde la Revolución francesa) es que nos permite acallar nuestra humanidad.
Pero hay también ventajas para el emisor cuando la noticia se nos dosifica gota a gota. Hemos empezado diciéndolo: el pensamiento que hoy nos domina (llámese izquierdista, woke o progre, elija cada cual) no maneja muchos conceptos, pero sí se esfuerza en gestionar las sensaciones. Sensaciones de compasión. Es un pensamiento que nos indica de qué víctimas hay que apiadarse y ante cuáles hay que resultar indiferente. Por eso no puede mostrar, sin más, a un Trump tiroteado: se arriesga a que veamos como víctima… ¡a la víctima de unos disparos! Y más aún si luego osa levantarse con la oreja herida y la cara marcada por la sangre. Hasta ahí podíamos llegar.
«Nuestra izquierda no puede tolerar que se le escape ni una sola víctima que no sea de las víctimas que les favorecen a ellos»
Es mejor mostrar, solo, cosas presuntas que le pasan a tiroteados presuntos. Aparentes disparos contra blancos aparentes, lo cual, como se sabe, nunca ha matado a nadie (solo lo hacen los disparos reales contra blancos de verdad).
Tantas capas de presunción y de apariencia, como los velos de maya hinduistas, logran tapar así a este Trump-víctima, hasta que más que víctima se convierta en mera hipótesis. Y nadie se apiada, conmovido, de las hipótesis andantes. Aunque sangren por su oreja. Nuestra izquierda no puede tolerar que se le escape ni una sola víctima que no sea de las víctimas que les favorecen a ellos. Pues solo el victimismo les queda ya como carta. Incluso han intentado que veamos como víctima ¡al asesino! No solo porque fue abatido tras sus disparos, sino porque (según RTVE) en el cole algunos se reían de él. «Dame una persona cualquiera y lograré que se la compadezca como víctima», es el eslogan único de la izquierda actual.
Con todo y con eso, como decíamos al inicio, este no ha sido un buen fin de semana para la progresía del mundo. ¡Si al menos el atentado hubiera acabado de verdad con su odiado expresidente! Pero ahí va a seguir el hombre. Gracias a Dios o gracias a unos pocos centímetros, elija cada cual si cree en la Providencia o en el sistema métrico decimal. Y ello desbarata muchos relatos.
En primer lugar, va a serle difícil al izquierdismo seguir con su argumentito estrella: que Trump es una amenaza contra la democracia. Se trataba ya antes, cierto es, de un argumento algo cojo, incluso tullido: hablamos de alguien que ha gobernado los EEUU ya antes, durante cuatro años, y resulta que no aprovechó para instalarse como dictador supremo entonces.
«Adjudicar al bando trumpista ‘el radicalismo’ y alabar de sus opositores ‘la moderación’ será desde ahora un recurso endeble»
Pero ese argumento cojitranco se vuelve ahora, además, un argumento capaz de explotarle en la cara a quien lo utilice. Si Trump es de veras un Hitler redivivo, ¿no sería legítimo pararle por cualquier medio disponible? Si Trump es el Mussolini de nuestros días, ¿no es mejor eliminarlo antes, que después de su tiranía? Quien utilice ese argumento, pues, se coloca al lado del francotirador que el sábado tuvo a tiro al presidente; incluso le ayuda, un poquito, a pulsar el gatillo. No parece un tejado muy digno desde el que ganar elecciones. Cualquiera escaparía de la compañía del asesino frustrado, un tal Thomas Crooks, mientras se investiga, además, cómo es posible que el servicio secreto de nada menos que los Estados Unidos permitiera esa brecha, ese boquete de seguridad.
Por otra parte, seguir adjudicando al bando trumpista «el radicalismo» y seguir alabando del bando de sus opositores «la moderación» resultará desde ahora un recurso endeble. ¿Es moderadito eso de andar por ahí disparando? Cierto es que los menos brillantes, carentes de cualquier idea propia, seguirán con la misma cantinela moderadita. Pero esta ha quedado un tanto oscurecida.
Entre esas luces poco luminosas de nuestro ático no podía faltar Feijóo, cuyo mensaje tras el magnicidio fallido ha logrado un récord inusual en el libro de la indignidad pepera: dejar, por comparación, las contundentes condenas emitidas por Nicolás Maduro o Pedro Sánchez como ejercicios de virtud moral. Hablaba Feijóo del «contexto» en que se ha producido el atentado («alimentar el odio hacia quien piensa diferente»), que según él es la causa que «desemboca en situaciones como la vivida hace unas horas en EEUU» (nueve palabras que sortean el nombre directo de esa «situación»: atentado). ¡Ay, los contextos, cuánta culpa tienen de todo siempre los contextos! Y, cómo no, sobre todo esos malditos contextos que carecen de «moderación», fetiche que Feijóo se apresuraba enseguida en «reivindicar».
«El PP es ya solo, a fuerza de vaciarse de ideas, la versión moderadita de la izquierda global»
Acordarse de los contextos en vez de condenar un asesinato (cosa que Feijóo también omite hacer) es algo a lo que nos tenían acostumbrado los batasunos (hoy bildutarras) tras un atentado terrorista. Y es cosa a la que nos van acostumbrando los izquierdistas de hoy día, siempre que las víctimas no son las que ellos quieren, como venimos comentando. Pero parece que es también el nuevo estilo moderadito del partido de Feijóo, del partido de Borja Sémper (que sin duda aprendió cosas en el País Vasco, pero quizá de los maestros equivocados) y del partido, en suma, de Cayetana Álvarez de Toledo (tan exigente siempre con las no condenas de los antes citados, tan laxa con las no condenas del líder de su formación).
¿Estoy siendo demasiado exigente con nuestros moderaditos caseros? Es posible. Y, la verdad, no cuento como excusa con que me insultaran de pequeñito en el cole. Pero seguro que algún contexto mío también podría, puestos a buscarlo, justificar esta mi contundencia. Por ejemplo, mi convicción de que el PP es ya solo, a fuerza de vaciarse de ideas, la versión moderadita (¡este adjetivo habrá de gustarles a todos sus dirigentes!) de la izquierda global. Una versión fraudulenta, y por ello más reprobable; si me metes progre-wokismo por el gaznate, al menos no me lo vendas como elixir de otra calidad. Eres izquierda, y ya está.
Esa izquierda que ya solo se basa en decidir quién es digno de compadecerse. Esa que ya nunca se compadecerá de nosotros, los que nos resistimos a caer bajo su dominio. Esa que nunca elogiará a Trump, que también se resistió a quedarse agachado tras la última (de momento) ráfaga contra él.