THE OBJECTIVE
César Antonio Molina

La ley no escrita

«Nunca pensé que pudiera reinventarse algo en nuestros días para controlar a los periodistas y medios ‘díscolos’. Estamos regresando a la Prensa del Movimiento»

Opinión
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La ley no escrita

Ilustración de Alejandra Svriz.

La mentira en la Rusia actual es una gran virtud militar. Consiste en cómo engañar al enemigo. Recuerdo que Erasmo escribió que la mayor desgracia que puede sufrir un hombre es que no encuentre a nadie que lo engañe. Que lo engañe bien, añadiría yo. La verdad rusa y la española, aún en menor grado, es una mentira interminable. Rusia ha regresado a los tiempos soviéticos de la mentira total. España está retrocediendo a los tiempos del franquismo autárquico de verdades. La mentira allí no tiene consecuencias, y aquí ya estamos viendo que sucede lo mismo. La impunidad es absoluta. La verdad es un peligro mortal allí, aquí aún aminorada. Si la burocracia rusa siempre fue ineficaz, los servicios secretos tuvieron y tienen el prestigio contrario. Ahora en Moscú existe una Agencia Federal de Comunicación y Prensa que es semejante a un Ministerio de la Verdad.

En España quienes venimos de finales de la dictadura, nos acordamos de la Policía Político-Social y los Tribunales de Orden Público, el por aquellos tiempos famoso TOP. Nunca pensé que pudiera pretenderse en nuestros días reinventar algo por el estilo para controlar a los periodistas y medios de comunicación «díscolos» con la complicidad indecente de los «no díscolos». Estamos regresando a la Prensa del Movimiento.

«Todos los autócratas se admiran entre ellos a pesar de sus ideologías contrapuestas»

Es bien conocido que, en realidad, todos los autócratas se admiran entre ellos a pesar de sus ideologías contrapuestas. Castro a Franco, Trump a Putin u Orban a Maduro. Lo que admiran es la fuerza y la determinación en sus decisiones unilaterales. La mayor parte de sus conciudadanos están equivocados y hay que convencerlos a cualquier precio y manera. Pero lo mejor en Rusia y, probablemente, muy pronto en España, será decir una cosa, pensar otra y hacer finalmente otra muy diferente. En realidad, la verdad no será a priori, sino a posteriori. Hay un libro muy divertido pero que me llena de inquietud y estupor, Gelsomino en el país de los mentirosos, escrito por el autor italiano Gianni Rodari (1920-1980).

El protagonista llega a un territorio pirata donde todo el mundo tiene la obligación de mentir. Los perros maúllan, los gatos ladran, los pájaros desentonan, los elefantes rebuznan, el único dinero en circulación es el falso, y el periódico de mayor tirada se titula El mentiroso ejemplar. No hace falta citar los países en donde hoy en día abundan esas cabeceras, incluso entre nosotros. Gelsomino ahora también se las vería con los medios de comunicación audiovisuales. Estos últimos, según nuestro déspota casero, no le son muy adeptos. Por supuesto, él no contempla ninguna disparidad. Así amenaza a sus respectivos responsables con nombres y apellidos en las indigestas homilías y epístolas chavistas. Petrarca que, como Dante, fue muy político y crítico con los poderosos de su tiempo, decía que estos jerarcas, bajo apariencia bonachona, suplicaban, reclamaban o exigían «con la espada desenvainada».

Churchill, con su desparpajo habitual, dijo que Rusia (por aquel tiempo la URSS), era un enigma envuelto en un misterio dentro de un secreto. ¿Es en lo que nos está convirtiendo Sánchez? Putin o Trump son de una claridad meridiana. Con el ruso se sabe que conmigo o contra el paredón. Sánchez ha hablado de muro. Esperemos que no sea aquel que saltaba Woody Allen en su escena mexicana. Un gran filósofo ruso, Herzen, exiliado de los zares en el siglo XIX, afirmó que el Estado se había erguido en su país como un ejército de ocupación. El Estado o el gobierno, como en nuestro caso. La democracia es cada vez más la expresión de la voluntad del gobernante, no la de los ciudadanos, muchos de los cuales sorpresivamente la secundan.

«Sánchez no es Putin; se parece más a Trump echando la culpa a todo el mundo menos a él mismo»

Evidentemente, Rusia es un régimen criminal y corrupto. Por suerte, nuestro país, con la ayuda europea, está aún lejos. En Rusia hay una gradación entre los criminales. Las elecciones son una farsa. Los tribunales están totalmente manipulados. Hay multitud de presos políticos. La libertad de expresión, prensa y movimiento han desaparecido. Los funcionarios se dejan sobornar. La violencia es una medicina para mantener el mal. El talento es perjudicial. Y las clases medias han sido arrasadas. En Rusia siempre se veneró a los tiranos. La anarquía, el desorden y el caos campearían sin una dictadura, piensan allí millones de personas engañadas. Un refrán ruso dice: «¡Golpea a tu propia gente para que el resto tenga miedo!».

Mientras que para nuestra democracia el autoritarismo es el gran mal, para los rusos la democracia es la ruina, algo ajeno, malévolo y extranjero. La división de poderes y la libre competencia no la entienden. Las extremas derechas e izquierdas extremas europeas cada vez coinciden más en algunos de estos asuntos que creíamos remotos. Por ejemplo, en España se ha empezado a oír eso de la «ley no escrita», cuando todas las leyes lo son por estar escritas. Incluso Dios a Moisés se las grabó en unas tablas. En Rusia todos los ciudadanos son infractores de la ley porque todos obedecen a la «ley no escrita» y trasgreden la «ley escrita». ¡Cuidado! Como dice el gran novelista ruso Mijaíl Shishkin (Moscú, 1961), en su libro Mi Rusia. La guerra o la paz, «la Cosa Nostra rusa es el Estado mismo».

Rusia es una autocracia violenta. En realidad, una dictadura militar y policial. Stalin vuelve a ser un referente. No hubo una desestalinización como en Alemania tuvieron una desnazificación. Sánchez no es Putin ni mucho menos; yo diría que se parece más a Trump echando la culpa a todo el mundo menos a él mismo, pero muchos gestos suyos autoritarios y díscolos con el propio Rey, provocan ya una gran preocupación y no dejan de alentar a la extrema derecha. La extrema izquierda, igual de peligrosa y tempestuosa, ya la capitanea Sánchez.

El Kremlin es un edificio bellísimo, majestuoso, dominando el río Moscova. Puedo afirmarlo porque lo he contemplado varias veces. La Moncloa fue reconstruida por la democracia tras haber sido arrasada por nuestra última guerra civil. Es terrible que el presidente de todos los españoles otorgue la inconstitucional amnistía a quienes se sublevaron y acuse a quienes se mantuvieron fieles a la Constitución y los insulte, por ejemplo, diciendo que Madrid «es la gran maquinaria del fango». Esta es una representación muy putinesca y a la vez trumpiana, es decir, canallesca. «Triste fusca domus». «Oscura casa de la tristeza». Así denominó Petrarca al palacio donde vivía el tirano de Bolonia, Giovanni d’Oleggio. Que no sea así la Moncloa con vistas al siempre alegre Manzanares. Y que también muy pronto el palacio sobre el helado y arrogante río Moscova recupere los valores de la libertad.

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