Negacionismo
«El negacionismo se ha convertido en la última barrera defensiva del Gobierno de Pedro Sánchez frente a toda especie de críticas y acusaciones»
La muerte liberó a mi amiga Violeta Friedman del enorme dolor que la hubiera causado la sentencia del Tribunal Constitucional que en noviembre de 2007 anuló el que había sido el mayor logro de su vida: conseguir en 1991, por el mismo Tribunal Constitucional, entonces presidido por Francisco Tomás y Valiente, declarase delictiva la negación del Holocausto. Había sido una larga batalla personal, llevada a cabo frente al nazi León Degrelle, en una atmósfera de indiferencia casi general. Tal vez por eso no suscitó demasiada oposición el viraje de 180 grados de 2007, promovido por un miembro no-magistrado catalán del TC, respondiendo a la iniciativa de una asociación filonazi de Barcelona. Negar el genocidio, en concreto negar el Holocausto, caía según la sentencia, en el terreno de la libertad de expresión, diferenciándose de promover el genocidio, que seguía siendo delictivo.
La sentencia daba por supuesto que la negación del genocidio no encerraba, como había sucedido años antes de modo explícito con el voceras Degrelle, antisemita a grito pelado, ni un ataque ni un perjuicio para la comunidad judía. Una consideración que ignoraba hasta qué punto, especialmente por regímenes islámicos extremistas, ejemplo Irán, esa negación es la base de su propuesta de eliminación violenta del Estado de Israel. Y por lo que concernía a España, que ese negacionismo servía de supuesto para la legitimación indirecta de ese y de otros genocidios. En efecto, si estos no existen, y resulta tolerado negar que existan, puede incluso montarse el contraataque por el antisemita o por el islamófobo y denunciar a aquellos que a pesar de todo, insisten en la defensa del pueblo judío o en el lado opuesto del espectro, denuncian que en la guerra de Gaza tienen lugar prácticas genocidas.
El jurista que en 2007 eliminó el carácter delictivo del negacionismo del Holocausto, y quienes votaron con él, pasaron por alto la excepcionalidad del delito contra la humanidad, que a partir de Raphaël Lemkin fue calificado de «genocidio»: la lucha contra su aplicación tiene como supuesto previo el reconocimiento de su existencia. El negacionismo pudo incluso vestirse de buen tono, como cuando Pablo Iglesias afirmaba que el Holocausto fue «un mero problema burocrático, una decisión administrativa».
También porque según hemos apuntado, en caso de delitos graves, su negación sirve de palanca para la actuación del infractor contra las víctimas o las instancias que lo denunciaron o intentaron sancionar. Tal vez por eso el negacionismo se ha convertido en la última barrera defensiva del Gobierno de Pedro Sánchez frente a toda especie de críticas y acusaciones, por fundamentadas que las mismas se encuentren. Y de acuerdo con su concepción de la política como guerra permanente, la negación sirve para promover un efecto bumerán dirigido a destruir a opositores y a críticos. No es una simple profesión de inocencia, sino un resorte para llevar a cabo el aniquilamiento del adversario, considerado como enemigo. Con un innegable efecto contradictorio: los indicios sobre eventuales actuaciones irregulares de la mujer del presidente están formando una nube de posibles actuaciones delictivas totalmente desproporcionada.
La negación rotunda de que hubiera nada que investigar está siendo hoy la clave de la estrategia desarrollada por Pedro Sánchez para preservar la supuesta inmunidad al delito de su mujer, y cumpliendo la fórmula citada, tal maniobra requiere como complemento la destrucción de aquel que se atrevió a vulnerar el círculo sagrado que como el pomerium en la Roma clásica protege al presidente de los riesgos que, en cambio, acechan al ciudadano común. En este caso, el juez Juan Carlos Peinado, como retrospectivamente lo fue la jueza Mercedes Alaya para el caso, al parecer inventado, de los ERE. Algo gravísimo. La UE empieza a darse cuenta.
«Como en otros excesos de Sánchez, el origen ha de buscarse en las tácticas de lucha y destrucción patentadas por Pablo Iglesias»
La táctica no es nueva. Fue practicada ya a fondo por Pedro Sánchez en su recién inaugurado Gobierno para tapar el error monumental del 8-M en el momento de explosión de la pandemia. La variante aquí consistió en que al lado de la jueza, finalmente vencida, figuró como chivo expiatorio el coronel investigador de la Guardia Civil. También en el caso de Begoña Gómez hay algo novedoso: el grado de ferocidad empleado por el entorno gubernamental y que alcanza sus máximos en auténticas tertulias-jauría en la televisión afín.
Pero con toda probabilidad, en este como en otros excesos de Pedro Sánchez, el origen ha de buscarse en la influencia podémica, en las tácticas de lucha y destrucción patentadas por Pablo Iglesias en el período de gestación de Podemos como Contrapoder en la Facultad de Ciencias Políticas, entre 2006 y 2010. La reconstrucción no es fácil, porque los protagonistas se han cuidado de borrar huellas delatoras, tales como en fundacional homenaje al etarra De Juana Chaos o los artículos de Iglesias recomendando violencia pura y dura desde Kaos en la red.
El modelo hoy vigente estaba ya diseñado, especialmente en su acto de propaganda más espectacular, el escrache. Por azar fui testigo involuntario del primero que dedicaron en 2008 a Rosa Díez, que conseguí abortar esgrimiendo la libertad de expresión. Pero eso no podía quedar ahí. A mi comentario denunciando Fascismo rojo, en El País, sin saber quienes eran los agresores, me respondió Pablo Iglesias desde Rebelión, negando que la acción de «los estudiantes» fuese agresión: impedir gritos y a patadas una conferencia era un nuevo gesto de Antígona. La sorpresa vino luego. La negación debe ir acompañada de aplastamiento y de destrucción de imagen, para lo cual es preciso servirse de instituciones y medios legales que invierten su función, como ahora los órganos judiciales que intentan sofocar la actuación del juez.
Para eso llegó el turno del Rectorado, que no del rector, de donde recibí una llamada reconviniéndome por «haber protegido a esa tía (sic) que no pinta nada en nuestra Universidad». Era Podemos quien gozaba de protección superior. Las extrañas amistades en la UCM no son de ahora. Debieron actuar incluso sobre El País, para tergiversar las informaciones del diario, sustituyendo el tema central, el recurso de una minoría activa a la violencia contra un acto universitario, por la designación de quien había sido «organizador» de la conferencia, ypor tanto verdadero culpable de lo ocurrido.
«La estrategia de la negación es un instrumento necesario para un líder populista»
En suma, la estrategia de la negación es un instrumento necesario para un líder populista que no solo desestima la licitud de la crítica, sino que desprecia la democracia representativa, y por consiguiente la exigencia de pensar, informar a la opinión, argumentar. En su Fascismo y populismo, Antonio Scurati nos da una cumplida definición del personaje: «No debe tener ideas propias, carece de convicciones irrenunciables, de fidelidad, de lealtad, no tiene estrategias a largo plazo (…) Solo tiene táctica, ninguna estrategia, solo ocasiones, ninguna convicción, solo práctica y ninguna teoría. Ni tiene ni quiere tener contenido, es un hombre hueco, un vaso vacío, un dispositivo eficacísimo para ejercer la supremacía táctica del vacío». Un vacío que es llenado por la pretensión de afirmación ilimitada del líder populista, constituido en un «yo omnívoro». En la medida que es su gran obstáculo, la justicia se presenta como primer objeto para ejercer esa voracidad.
Por eso tiene especial importancia el conflicto en torno a la declaración del presidente en el caso Begoña Gómez, sobredimensionado de modo inevitable. Es lo que un sociólogo hoy olvidado, Lucien Goldmann, llamó una estructura significativa, un hecho singular que nos permite aprehender las características del proceso en su conjunto. En la estela de Podemos, la negación sustituye con ventaja cualquier argumento defensivo por el ataque dirigido a eliminar al adversario por la violencia. Es la lucha tailandesa que Iglesias sugería para aplicar a la política. Y esto es lo imaginativo, sirviéndose de instancias que en principio hubieran debido reforzar la acción del juez, o sancionar a unos estudiantes folloneros que además coreaban contra una diputada el grito de sus aliados filoetarras.
Entra en escena aquí, para entender las cosas, el criterio apuntado por Tzvetan Todorov de detectar la «infracción al orden», el momento de fractura inexplicable en una secuencia o en un relato. A veces de apariencia irrelevante, como el hecho de que Sánchez se dirigiera al juez por carta, procedimiento irregular para un trámite administrativo, útil sin embargo para subrayar su condición privilegiada, y lo hiciera citando de manera incompleta, y por consiguiente engañosa, el texto del artículo 412 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
La explicación es que Pedro Sánchez o su consejero legal no se propone en su escrito convencer al juez, pues sabe de sobra que la citación se ajusta a la norma. El destinatario es la opinión pública, tratando de cargar aún más la atmósfera de descalificación del magistrado, y motivar la actuación de la instancia judicial que le es favorable, la Fiscalía, para que promueva la suspensión del procedimiento. De ahí que sea tan importante para la defensa de nuestra democracia, que la negación no se imponga sobre la igualdad ante la ley. Con el deseo de que al final se impusiera la inocencia de Begoña Gómez, el mejor happy end para todos.