¡Pobre PSOE!
«Los socialistas apoyarán en su congreso cualquier cosa que quiera Sánchez, aunque aún no saben exactamente qué»
Hay que dar por hecho que nadie en el PSOE va a hacer nada para evitar que el partido acabe pronto consagrando formalmente en un congreso lo que ya es práctica habitual desde hace varios años: su pleno sometimiento a la voluntad y necesidad de Pedro Sánchez, al margen de cuál sea la decisión política o el quiebro ideológico a los que eso obligue.
Nadie hoy en el PSOE es capaz de definir el ideario de su partido porque saben que eso depende de lo que Sánchez ordene en cada momento. Ningún socialista podría tampoco defender sus principios en política migratoria, internacional, energética o feminista porque correría el riesgo de quedarse desfasado en cuanto Sánchez decidiera otra cosa. Mucho menos podría un votante o militante del PSOE explicar cuáles son sus criterios en materia de igualdad y conformación territorial porque son conscientes de que su criterio está condicionado a los pactos que Sánchez tenga que hacer para continuar en el Gobierno.
Sánchez ha convertido la ideología del PSOE en una sola: detentar el poder. A eso se supediten todos los demás valores de los que los socialistas y la izquierda han presumido durante mucho tiempo. Y el arco de esa ideología es infinita, como infinitas son las circunstancias que pueden encontrarse en el camino de la acción política: puede pasar de la extrema derecha a la extrema izquierda sin que se le tiemble el pulso a los perpetradores ni se le mueva una ceja a quienes votan por ellos.
De modo que Sánchez encontrará un respaldo inquebrantable de parte de los asistentes al Congreso, aunque estos no sepan todavía qué será exactamente lo que tengan que respaldar. Da la impresión de que se trata de levantar la mano para acabar o camuflar los conceptos de la Declaración de Granada hacia una fórmula federal y decir sí a la nueva vía confederal que Sánchez ha emprendido para mantener el apoyo de ERC. Eso es lo que hoy parece, pero igual sucede todavía algún imprevisto que obligue a la militancia socialista a defender firmemente todo lo contrario.
Sea lo que sea que haya que votar saldrá adelante de forma entusiasta porque de lo que se trata no es de discutir el proyecto del PSOE, que no existe desde hace tiempo, sino de coronar al «puto amo» -son sus palabras- y firmarle un cheque en blanco para que no pierda el tiempo en mantener las formas con el partido, que disfrute del poder con toda comodidad, con la única prevención de que deje algo para los demás.
«Ya es el partido de Pedro Sánchez, P y S, las únicas dos letras de las siglas del PSOE que siguen teniendo contenido»
Es posible que se escuche el rumor de algunas voces díscolas. Es digno de elogio el esfuerzo de los socialistas en Aragón y Castilla la Mancha por mantener la dignidad, igual que es particularmente ruin la actitud del PSOE de Andalucía, la región donde de forma más clamorosa resuena la injusticia que supone la aceptación de un concierto económico para Cataluña.
Todo eso quedará, en última instancia, reducido a anécdotas frente al mensaje que se pretende enviar desde ese congreso: aquí el que manda soy yo. Ya lo intentó una vez, en 2016, cuando se precipitó a convocar un Congreso extraordinario donde ratificar su decisión de votar en contra de la investidura de Mariano Rajoy. No le salió entonces porque el partido reaccionó como estaba obligado a hacer. Las cosas han cambiado desde aquel momento. Muchos de los que le impidieron convocar aquel Congreso, le ayudan ahora a preparar el de este año. Ya es el partido de Pedro Sánchez, P y S, las únicas dos letras de las siglas del PSOE que siguen teniendo contenido, puesto que no pretenderá ser reconocido como obrero un partido que defiende los privilegios para las regiones más ricas ni como español el que sobrevive en el poder gracias al apoyo de los grupos que quieren acabar con nuestras unidad, nuestra Constitución y nuestra convivencia.