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Fernando R. Lafuente

El canon del Boom

«El Boom significó que la novela latinoamericana en español ocupara el lugar en las letras universales que le había sido ignorado, y se lanzaba desde Barcelona»

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El canon del Boom

Barcelona. | Imagen de Alejandra Svriz

Hoy, 14 de noviembre de 2024, la lengua española es una lengua americana. Nueve de cada diez hablantes del español están al otro lado del Atlántico y de los cerca de 600 millones de hablantes de español, apenas un 5% pronunciamos la «ce». Esto ha tenido sus consecuencias literarias. En Barcelona, tiene gracia contarlo hoy, nació el llamado Boom de la narrativa hispanoamericana.

Barcelona, erigida como antaño fuera París, como capital literaria hispanoamericana. Unos y otros llegados de diversas naciones se encuentran en la capital catalana. Buena parte con una editorial, Seix Barral, dirigida por Carlos Barral, y otras que se irían apuntando al fenómeno, como Planeta, Destino, Tusquets, Anagrama, Plaza y Janés, incluso una editorial auspiciada desde los órganos oficiales como fue la colección de libros de bolsillo, baratos y asequibles de RTVE, editados con Salvat y Alianza Editorial, y junto a Barral y otros, la labor de una formidable agente literaria como fue Carmen Balcells.

El Boom significó que la novela latinoamericana ocupara el lugar en las letras universales que le había sido ignorado. Fue entonces cuando se descubrió que las dos grandes narrativas surgidas después de la Segunda Guerra Mundial estaban en América, al Norte y al Sur. Sí, fue cuando literariamente se destapó que el Sur también existe. Y de qué formidable manera. Elaborar a estas alturas el canon de lo que se denominó el Boom de la nueva novela latinoamericana, podría tener sentido, transcurridos cerca de 60 años después. Lo que queda del Boom. Y es mucho. Fue un feliz encuentro que restablecía la comunicación y la influencia mutua entre España y el conjunto de naciones iberoamericanas, y se lanzaba, desde Barcelona, tiene más gracia aún, la novela escrita en español a todo el mundo. En el caso de su publicación en España, no sin ciertos inconvenientes provocados por la todavía censura franquista (1960-1975).

En el canon, que estará por establecer, habría que incluir a los que fueron los verdaderos protagonistas de esa transformación literaria, no bien acogida al principio por los propios escritores españoles. Sin embargo, los nombres a la altura de noviembre de 2024 son imprescindibles. Cuenta el canon con dos Premios Nobel, y unos cuantos Premios Cervantes. Por orden: Gabriel García Márquez y Cien años de soledad (1967), aunque seamos muchos los que preferimos los cuentos de La cándida Eréndira y su abuela desalmada (1972). Mario Vargas Llosa con La ciudad y los perros (1963) y Conversaciones en la Catedral (1969). Julio Cortázar, y más allá de Rayuela (1963), la colección de relatos de Las armas secretas (1959). Guillermo Cabrera Infante con Tres tristes tigres (1965). Carlos Fuentes con Cambio de piel (1967). José Donoso con El obsceno pájaro de la noche (1970). Jorge Edwards con Persona non grata (1973) y así la prolongación hacia el pasado.

«Una consecuencia del Boom fue la recuperación de escritores latinoamericanos que habían permanecido olvidados»

Porque una de las consecuencias que tuvo el Boom fue la recuperación de enormes escritores latinoamericanos que habían permanecido, sino olvidados, sí al margen, del devenir de la gran literatura latinoamericana del siglo XX. Y como suele ocurrir en la burocrática historia de la literatura, se recuperan, al tiempo que se incluyen como paquete del Boom a otros escritores de generaciones anteriores, léase Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato, José María Arguedas, Arturo Uslar Pietri, Miguel Ángel Asturias (Premio Nobel), Alejo Carpentier, Silvina Ocampo, María Luisa Bombal, Elena Garro, José Lezama Lima, Manuel Múgica Laínez, todos de generaciones anteriores a los protagonistas del Boom pero que, gracias a los jóvenes airados de los García Márquez y Vargas Llosa y demás compaña comenzaban a ver recuperada su obra en dimensiones y proporciones universales, y en España, también.

Una feliz confusión de generaciones, pero una muy feliz recuperación, cuando no descubrimiento de una nómina de escritores excepcional. Porque como adelantaría otro de los recuperados, el inmenso escritor mexicano, Alfonso Reyes, en América los escritores siempre iban por delante de la política. Y ahí siguen. O peor. Lo describió majestuosamente uno de los grandes críticos de la literatura latinoamericana, Ángel Rama: «La tardía y confusa información sobre la novela latinoamericana proporcionó una primera imagen de la arbitrariedad que caracterizaría al Boom: el conocimiento de Vargas Llosa fue anterior a Julio Cortázar y el de éste al de Jorge Luis Borges, lo que contribuyó a un aplanamiento sincrónico de la historia de la nueva narrativa latinoamericana que sólo con posterioridad la crítica trató de enmendar».

Sí, un galimatías histórico muy propio de los tiempos. Incluso, se fijó la mirada en los poetas, gentes como César Vallejo, Octavio Paz (Premio Nobel), Pablo Neruda (Premio Nobel), el Borges poeta, también se incorporaban al Boom. Los cuatro citados habían tenido un cierto protagonismo antes de la Guerra Civil española, pero por fas o por nefas habían caído en cierto olvido. Serán los jóvenes del Boom los que con su ímpetu internacional, con su fascinante proyección y traducción a las más diversas lenguas del mundo tiren de sus mayores para que la literatura hispanoamericana, escrita en español, y con su centro neurálgico en Barcelona, les incorpore al canon occidental, bien que le pueda pesar al notable Harold Bloom. Lo sentenció Vargas Llosa en la Feria de Guadalajara (México) a la altura de 2016: «El Boom salvó a escritores incomunicados». Y algo más, situó a las letras en español, en el Olimpo literario del siglo XX. Venga el canon.

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