La 'espantá' de Twitter
«Una persona que sólo piensa en confirmar su sesgo ideológico en una red social es alguien con quien no se puede simplemente ‘hablar’»
Esta especie de locura de la izquierda por colocar su relato se manifiesta en los últimos días con la espantá de Twitter. La izquierda ha dejado de buscar un entorno donde debatir y dar la batalla de ideas, donde alguien les pueda recordar que viven en una realidad alternativa. Y esto es muy mal síntoma.
Una persona que sólo piensa en confirmar su sesgo ideológico en una red social es alguien con quien no se puede simplemente hablar. Cualquier cosa que no sea una expresión de apoyo puro e incondicional a lo que está diciendo se recibe como un sacrilegio y una provocación al conflicto.
Estos conflictos de honor y deshonra en redes sociales, fenómeno de nuestro tiempo, han sustituido a las guerras de antaño. Son los conflictos de las minorías belicosas, definidas como guerras culturales.
A medida que estas han ido evolucionando hacia una condición estable y endémica, de conflicto continuo, este tipo de pensadores se han ido apoderando, poco a poco, de los espacios públicos de debate, colocando su relato de forma obsesiva.
Ahora, cuando la red social por primera vez ofrece la posibilidad de debate real, sin cancelar otras posturas más conservadoras y antiwoke, se enfadan y se retiran. ¿Pensadores? Demasiado generoso llamar así a quien no está dispuesto a escuchar e intercambiar argumentos. Además, sus conflictos son irresolubles a falta de una amistad civil y un lenguaje moral común con el que entenderse.
Suelen buscar la aprobación de personas de alto perfil entre voceros carismáticos y famosos, afiliados a sus causas. La mayor parte de la energía del conflicto reside en el enfrentamiento de personas intercambiables entre sí, siguiendo las líneas indicadas por los líderes. Más allá de un aumento de los niveles de cortisol, los episodios concretos de violencia entre tuiteros random no tienen ninguna consecuencia. En conjunto, sin embargo, la partida importa.
Y estos días, por primera vez, la mentalidad de perdedor se ha instalado en la partida del progresismo. El varapalo de las elecciones americanas ha sido tan grande que ha empujado a los aliados a unirse no para seguir elaborando un relato único, sino para retirarse, a la escaramuza de la periferia. Los demás no entendemos que personas como A, Barceló reaccionen tan mal, si aquí tenemos un Trump patrio desde 2020.
«Para la izquierda ya toda la política es colocar su relato. Cuando el relato está tan alejado de la realidad y tienes que construir un discurso alternativo mintiendo sobre hechos que acontecieron la semana pasada, acabas desquiciado»
Para la izquierda ya toda la política es colocar su relato. Cuando el relato está tan alejado de la realidad y tienes que construir un discurso alternativo mintiendo sobre hechos que acontecieron la semana pasada (por ejemplo, diciendo que estuviste involucrado en la Dana desde el primer momento), acabas desquiciado. Llegado ese punto, uno se opone a debatir, a enfrentarse al historial y los datos.
El pistoletazo suicida se produce en esta red de forma peculiar, todos aquellos que cierran su cuenta piensan que los excesos de sus afines son perdonables como crímenes de exuberancia temporal y justificada, mientras que los del otro bando encarnan el fin espiritual, si no biológico, de la humanidad.
Que ellos estaban comprometidos en batallas culturales de altas miras por el alma de la sociedad contra una oposición deshonrosa, fatalmente comprometida por la mala fe, y que no pueden contaminarse de otras posturas contrarias a su relato. Con esta mentalidad, escribir en Twitter es llorar.
De ser definitiva su marcha, su disposición para el suicidio es grande y su ridículo mayor. El último recurso que le queda al débil, al falto de ironía, es la espantá. El contraste entre el poderío de la izquierda y la fácil destrucción de su relato es la contradicción permanente de donde nace la ironía. Por eso resultan cómicas sus afectadas despedidas.
Dos son los factores que determinan la desesperanza de un guerrero que ha perdido la batalla cultural: la indiferencia de la sociedad a sus lamentos y la estulticia de sus compañeros de oficio. Y tal vez en este paréntesis de silencio, en esa búsqueda de una cámara de eco en la que alojar su narcisismo, acaben sintiendo hastío de su relato.