THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

El colapso de Alemania

«Los errores en sus políticas fiscal, energética e industrial la han convertido en una economía vulnerable a los cambios económicos y geopolíticos»

Opinión
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El colapso de Alemania

El canciller de Alemania, Olaf Scholz.

Es quizás la economía que más se ha beneficiado del llamado dividendo de la globalización. También del de la paz. Pero ese es el mundo de ayer. La crisis energética, la fragmentación comercial, la intensificación de las políticas proteccionistas y la creciente competitividad de China en sectores estratégicos han situado el modelo de crecimiento de Alemania al borde del colapso. La profunda crisis que atraviesa la primera potencia europea coincide con un momento decisivo para el proyecto de la unión. Su declive económico y su cada vez más irrelevante peso internacional en el nuevo orden mundial requieren del liderazgo alemán tal vez más que nunca en sus 70 años de historia. Un liderazgo hoy ausente y fallido.

¿Ha caducado el modelo económico alemán? La que es la tercera economía más grande del mundo después de Estados Unidos y China apenas ha registrado un crecimiento neto positivo con respecto a los niveles previos a la pandemia. Es de lejos el país más rezagado de toda la eurozona. La previsión del Gobierno es que el PIB cierre el año con una caída del 0,2%. Por primera vez en dos décadas, Alemania registraría dos años seguidos de recesión. Entonces, en los primeros años 2000, el país andaba digiriendo el descomunal desafío de la unificación con Alemania del Este. ¿Pero ahora? ¿Qué es lo que ha salido tan mal? El país que ha sido la locomotora del crecimiento en la Unión Europea durante décadas es hoy el enfermo de Europa.

«Una de las razones que ha precipitado este declive ha sido su dependencia en la importación de gas y petróleo rusos»

Un cúmulo de errores en sus políticas fiscal, energética e industrial la han convertido en una economía especialmente vulnerable a los sucesivos cambios económicos y geopolíticos que ha experimentado el mundo en los últimos años. Hay quien habla de que Alemania está abocada a sufrir un proceso traumático de desindustrialización. La fuerte caída en la producción industrial que ha experimentado el país ha disparado las alarmas. Excluyendo la construcción, la producción industrial acumula una caída del 16% desde el máximo que alcanzó en 2017. Para algunos esta es la crisis industrial más grave en la historia de Alemania posterior a la II Guerra Mundial.

Una de las razones que ha precipitado este declive ha sido su dependencia en la importación de gas y petróleo rusos, que en 2020 representaban el 50% y 30% respectivamente, de su consumo interno. Sin medir los riesgos geopolíticos, los gobiernos de Gerhard Schroeder (1998-2005) y de Angela Merkel después (2005 a 2021) pusieron su seguridad en manos de Vladimir Putin con la construcción de los Nord Stream 1 y 2 que servían para suministrar gas ruso a Alemania. El socialdemócrata vería sus servicios luego recompensados por Vladimir Putin, del que se convertiría en un patético lobista internacional. De la canciller democratacristiana apenas se ha sabido nada desde su salida del poder.

Cuando Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022 y la UE contraatacó con sanciones económicas, el gas y petróleo rusos debían ser sustituidos a la mayor brevedad posible por otros canales de suministro. Los precios de la energía se dispararon, afectando especialmente a Europa, pero con especial virulencia a Alemania. Cuando apenas salía del socavón económico provocado por la pandemia, la inflación se disparó a las tasas más altas de los últimos 40 años y los tipos de interés subieron con fuerza para frenar esa escalada en los precios, asestando un nuevo golpe al crecimiento económico. Alemania fue el país más perjudicado. Aún hoy, los consumidores alemanes pagan un 74% más en el precio del gas que antes de la agresión rusa a Ucrania.

La crisis energética ha servido para poner en evidencia otros déficits que arrastraba la primera economía europea. Pese a ser una gran potencia mundial en el sector de la ingeniería o en industrias como la química, farmacéutica o automovilística, se ha quedado atrás en las nuevas tecnologías. En esta última, la competencia de gigantes como China en el sector de los coches eléctricos, sumado a las exigencias a la industria de la ambiciosa agenda de transformación verde de la UE, ha abierto una profunda crisis en las grandes marcas del principal exportador de coches europeo. Volkswagen ya ha anunciado que cerrará tres fábricas en Alemania y que despedirá a decenas de miles de trabajadores y reducirá su producción en otras plantas europeas.

Su falta de innovación también se refleja en la modesta creación de grandes firmas de tecnología. Aquí va un ejemplo: Alemania tiene una población 60 veces superior a la de Estonia, pero sólo 15 veces más unicornios (compañías tecnológicas con un valor en Bolsa superior a los 1.000 millones de dólares). El país también ha sido víctima de sus propias recetas de austeridad fiscal. Por falta de inversión pública, muchas de las infraestructuras del país (carreteras, puentes, puertos, aeropuertos) se han quedado viejas y, en algunos casos, obsoletas, restándole competitividad frente a sus competidores europeos. Tampoco la acusada tendencia al ahorro de los alemanes, al que destinan el 11,1% de su renta, una tasa que duplica la de los estadounidenses, ayuda a dinamizar la economía.

Asimismo, al ser una de las economías del mundo más abiertas al comercio mundial, la fragmentación en bloques de los intercambios comerciales mundiales le perjudica más que a otras potencias competidoras. Si el motor del crecimiento que ha representado el comercio durante décadas empezó a perder fuelle a partir de la Gran Recesión (2008-13), la guerra comercial que declaró Estados Unidos a China y las políticas proteccionistas que caracterizaron la primera Administración del presidente Trump agravó esa fragmentación. Su regreso en enero a la Casa Blanca, que ya ha avisado subirá los aranceles de nuevo a China, pero también a sus socios europeos, sólo puede ahondar esa brecha. El peso de las exportaciones en la economía alemana es muy elevado: un 47% de su PIB depende de la exportación de bienes y servicios (datos de 2023). En EEUU, por ejemplo, las exportaciones representan apenas el 12% del PIB.

La crisis de su modelo industrial coincide además con una enorme inestabilidad política. Tras romperse la coalición entre los socialdemócratas, los verdes y los liberales, los dos grandes partidos, el SPD y la Unión Cristianodemócrata (CDU) han acordado la celebración de elecciones el próximo mes de febrero. Mientras el centro político se debilita, partidos populistas de la extrema derecha como Alternativa para Alemania, que obtuvo una victoria histórica en las últimas elecciones regionales, o el de extrema izquierda Razón y Justicia, ganan terreno a la vez que se disputan el voto de protesta Ambas formaciones explotan el sentimiento antiinmigración. Esta fragmentación del voto aleja la posibilidad de una gran coalición entre las fuerzas moderadas que dé estabilidad al país. Sólo añade incertidumbre en el momento más difícil que vive la primera economía europea. Una incertidumbre que Alemania ni Europa pueden permitirse.

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