¡Ave, Pedro!
«Lobato se olió la jugada. No quiso ser carne de cañón ni convertirse en el tonto útil que paga por las filtraciones de los fontaneros de Moncloa»
El PSOE celebra este fin de semana su 41º Congreso en Sevilla, la que antaño fue capital del socialismo español. A pesar de los múltiples frentes judiciales abiertos a su alrededor, Pedro Sánchez saldrá reforzado sin fisuras ni críticas. El miedo al vacío atenaza a los militantes que se han acostumbrado a saltar de cargo en cargo. En Moncloa no hay paciencia con el soplón, con el disidente, por muy barón o secretario que sea. El socialista madrileño Juan Lobato no ha tenido otra opción que dimitir tras cantar frente al notario. Chitón a los acuerdos de Zapatero con la dictadura venezolana, a las cátedras de Begoña, a los empleos del hermanísimo, a los negocios del trío Ábalos, Koldo y Cerdán. Sólo el silencio y la obediencia tienen recompensa.
En España, lo cierto es que el acusica, también llamado chivato, chicharrón y otras lindezas, siempre ha estado mal visto. Hasta Francisco de Quevedo le dedicó un entremés: El entremetido, la dueña y el soplón. En el colegio, a la niña que se chivaba, nadie le escogía para saltar a las gomas o compartir pupitre. Durante los setenta, en mi muy antifranquista universidad de Bellaterra -hoy convertida al independentismo más antiespañol- se montó un buen cirio porque alguien sospechó que teníamos infiltrados de la Brigada Social de la Policía. A uno de mi clase lo desnudaron delante de toda la peña antes de entrar en una de aquellas interminables asambleas, por si llevaba la grabadora escondida. El bigote recortado y una gabardina beige despertaron las sospechas del aparato trotskista convocante.
Con esos recuerdos en mente, leí hace tiempo la novela El día de mañana, de Ignacio Martínez Pisón, protagonizada por Justo Gil, un odioso personaje. No eran esos chivatos franquistas de Pisón muy distintos a los que proliferan en los regímenes dictatoriales de extrema izquierda (estalinistas, maoístas, bolivarianos…).
«Muy mal debió ver su futuro Juan Lobato para plantarse ante el notario y registrar la conversación que mantuvo hace unos meses con Pilar Sánchez»
La escritora francesa Marguerite Duras, por poner un triste ejemplo, explicó en sus memorias (publicadas después de su muerte) que Jorge Semprún la delató ante el Comité Central del Partido Comunista, acusándola de «delitos políticos». Semprún, que abandonó el PC, escribió buenos libros y fue un breve ministro de Cultura, desmintió la acusación de Duras.
En tiempos convulsos, las delaciones proliferan; crecen las desconfianzas entre los que comparten partido, empresa, régimen o grupo. Se trata de capear el mal tiempo porque, como repetía Charles Darwin, «no sobrevive el más fuerte de la especie, tampoco el más inteligente; sobrevive el más adaptable al cambio».
La forma más fácil de adaptarse al entorno es desdibujarse entre el follaje de la jungla. Confundirse en la arena, acallar el canto durante el vuelo o esconderse en las cuevas cuando aparecen las especies voraces, eso hacen los animales al oler el peligro. Los humanos aprenden a callar a tiempo, a buscarse la vida, a cambiar de tercio. Pero chivarse, ir al notario, explicar lo que te contó una enviada del jefe y dejar sin defensa al mismísimo Fiscal General del Estado, es arriesgado. Más aún si quieres seguir en el ajo.
Muy mal debió ver su futuro Juan Lobato, ya ex secretario general del PSOE en la Comunidad de Madrid, para plantarse ante el notario y registrar la conversación a través de whatsapps que mantuvo hace unos meses con Pilar Sánchez (entonces directora del gabinete de Presidencia). El correo que salió de Moncloa contenía la confesión de delitos de Alberto González Amador, el novio de Isabel Díaz Ayuso. Se suponía que esa información privada nunca debió haber abandonado el despacho de la Fiscalía de Álvaro García Ortiz.
«Pilar me dijo que eran los medios quienes habían publicado el correo y me lo creí», asegura Lobato. Sin embargo, aunque contaba con el escrito, el portavoz socialista se negó a comentarlo en la Asamblea madrileña. Cabe pensar que el joven técnico de hacienda del Estado se olió la jugada. No quiso ser carne de cañón ni convertirse en el tonto útil que paga por las filtraciones de los fontaneros de Moncloa.
El Supremo ha citado a Lobato a declarar este mismo viernes, poco antes del Congreso Federal de su partido que arranca en Sevilla con el título «España adelanta por la izquierda». Un mal momento que se ve agravado por la posibilidad de que el obediente fiscal general sea sentenciado por vulneración de los derechos de un ciudadano novio de Ayuso. A nadie se le escapa que la divulgación del correo servía para atacar a la oposición política y, en particular, a la presidenta de Madrid.
Nada de todo ello impedirá que Pedro Sánchez -el único, único, candidato- sea reelegido como secretario general en loor de sus multitudes. Asistirán al congreso unos 1.000 delegados que, sin duda, mostrarán entusiasmo, hasta fervor. Será el preludio de lo que sucederá en los siguientes congresos socialistas, el de Madrid, el de Castilla y León… Las disidencias, traiciones, errores y chivatazos políticos se pagan caros.
El hasta ayer secretario general madrileño proclama nada ingenuamente que «el PSOE no es una agencia de colocación», pero ya le han sugerido que no vaya en la comitiva madrileña al congreso sevillano. Tras denunciar que está siendo linchado por muchos fervientes socialistas, mejor quedarse en Madrid a verlas venir. Felipe González ya ha avisado de que no puede ir; estará en Latinoamérica. Entre los rumores que corren, suena que el partido también prescindirá a principios de 2025 del incómodo Luis Tudanca, actual secretario socialista de Castilla y León. En este PSOE ya no hay familias ni corrientes, sólo fieles.
En tiempos de desolación -esa bonita palabra utilizada por san Ignacio de Loyola-, los militantes saben que no hay que hacer mudanza. ¡Ave, Pedro! Aquí no quiere morir nadie, ni los aprendices de chivatos.