Un modelo
«El marido de Begoña no usa la palabra para hablar, sino para mentir. El modelo, la ‘mentira moderna’, obedece a una guía muy conocida de todas las dictaduras»
Ya sabemos, desde hace años, que el marido de Begoña no usa la palabra para hablar, sino sólo para mentir. Y sabemos también que lo hace de forma consciente e intencional, como usando una herramienta técnica que le proporciona poder. Ese modelo, ahora, tras la decapitación de un socio relevante de Madrid que quiso ser honesto o quizás guardar la ropa, puede afirmarse que obedece a una guía muy conocida de todas las dictaduras.
En un artículo escrito durante la Segunda Guerra Mundial y a propósito de la política del partido nazi alemán, Alexandre Koyré, el más sabio hegeliano francés de la época, resumió la técnica de la mentira usada por Hitler y sus acólitos. El artículo se llama La fonction politique du mensonge moderne, donde lo relevante es eso de la «mentira moderna». Lo resumo para que cada cual deduzca sus conclusiones.
La mentira ha sido siempre el arma preferida por los inferiores y los débiles, por ejemplo, los esclavos, pero los regímenes totalitarios le dieron un giro poderoso. El individuo totalitario actual está sumergido por completo en la mentira y se ve sometido a ella en todos los momentos de su vida. Porque la novedad es que ahora esa mentira se dirige a las masas y, por lo tanto, ha de prescindir de cualquier átomo de calidad, pues sus receptores son gente a la que el totalitario desprecia.
Con ello los totalitarios niegan el valor del pensamiento mismo porque éste no ha de servir para entender el mundo, sino para transformarlo según la voluntad del jefe. Los regímenes totalitarios están fundados en la primacía de la mentira, y eso es así porque el totalitario considera que todos los demás, los otros, los que no pertenecen a la secta superior, son enemigos a los que hay que destruir.
Cualquier grupo que sigue este modelo está dirigido por un jefe que es quien decide lo que es verdad y lo que es mentira. En consecuencia, el partido de ese jefe se convierte en una mafia, un grupo con jerarquía y protocolos secretos de pertenencia obligatoria, donde la lealtad es imperativa y la solidaridad entre sus miembros es pasional e irrevocable. Este grupo es religioso y mantiene un secreto que sólo el jefe y sus asistentes inmediatos conocen.
«Sólo los miembros inmediatos al jefe comprenden por qué está condenado a mentir ante el ‘pueblo’, esa masa animal sin derechos»
Lo fundamental, para el jefe, es no decir nunca lo que piensa o cree, sino manifestar todo lo contrario. Los miembros jerárquicos de la secta son los primeros que no deben creer en absoluto lo que dice el jefe, ya que la novedad de esta mentira política «moderna» es que se dirige a las masas (a las que desprecian) y, por lo tanto, están obligados a actuar como una sociedad secreta, una mafia gansteril que oculta los planes del jefe para apoderarse del Estado. Sólo los miembros inmediatos al jefe adivinan o saben su pensamiento y comprenden por qué está condenado a mentir ante el «pueblo», esa masa animal sin derechos.
La masa no sabe pensar, sólo creer y obedecer, es gente inferior que debe ser conducida por una élite moral y aristocrática mediante la manipulación de sus emociones. Además, la masa carece de memoria, de modo que se puede reescribir el pasado para que se sienta más cómoda. La masa no busca la intelección, sino la certeza.
Esta fue la técnica que utilizó Hitler sistemáticamente para tomar y mantenerse en el poder, pero en la actualidad otros autócratas, como Maduro, la siguen utilizando. Y hay países en la Unión Europea que comienzan ya a practicarla. El pobre tipo decapitado olvidó que pertenecía a un grupo religioso que iba a pedir su cabeza en cuanto se mostrara públicamente «honrado» y, en consecuencia, internamente deshonrado. No sé si me explico. Observen el automatismo de los aplausos socialistas en el Parlamento dirigidos por una señora con pelos de loca. Dan escalofríos.