A veces veo golfos ('remastered')
«Como en la película ‘Los otros’ o en los ‘Gremlins’, los chorizos solo pueden vivir cómodos en la penumbra, siempre que nadie abra una ventana»
Hace 11 años, tal día como ayer, Día Internacional contra la Corrupción, publicaba una columna surrealista que, en este país, podría pasar por crónica periodística: A veces veo golfos.
En tono de humor, hablaba de un colega que, tras un lío de corrupción, desapareció misteriosamente. La gente pensaba que su marcha se debía a aquel percance judicial, pero no. La verdadera razón de su exilio no eran esos problemillas —ya normales en la esfera pública—, sino algo más… paranormal.
Este hombre tenía un don peculiar: «Veía golfos». Como el niño de El sexto sentido, que hablaba con muertos, él detectaba jetas. «Lo curioso —decía— es que todos los bribones se reconocen entre sí». Pero el problema de este radar humano para chorizos era que su don le generaba efectos secundarios: picores, vahídos y visiones constantes de las fechorías que lo rodeaban. Con el panorama de escándalos de aquellos años, España se convirtió en una pesadilla para él. Terminaba mi columna contando que, como no había antídoto, mi colega había acabado en el exilio.
Pues bien, continúo.
Esperanzado por la «regeneración democrática» que prometió una moción de censura contra la corrupción, tiempo después, el protagonista creyó que podría soportarlo y decidió regresar.
Lo encontré anteayer por casualidad y, para mi sorpresa, parecía estar saludable.
«Ya no me pica ni me mareo cuando detecto a un corrupto. Los progresistas (sic) me han curado con un remedio infalible: ponerme en nómina y saturarme de sinvergüenzas».
He aquí la explicación veraz… aunque delirante de su mejoría.
Por su don, al parecer, el prenda fue contratado para un proyecto innovador: «Limpiar España desde dentro».
«Pensé que estaba salvando al país… pero era literal. Me pusieron en nómina para identificar corruptos: no para eliminarlos, sino para ficharlos».
El proyecto lo montaba un tipo con un don opuesto al de mi colega: no veía ni un solo corrupto (todos eran genios o visionarios), pero quería reclutar a los mejores porque le generaban deleite.
Fascinación o adicción, el caso es que, cuando el espécimen los tenía cerca, en lugar de molestias como las que sentía mi amigo, experimentaba una especie de subidón. La adrenalina se le disparaba, los ojos le brillaban, se le contraía la mandíbula y las facciones se le descomponían ligeramente de placer. Así las cosas, el tipo, cuya devoción por los bribones rozaba lo místico (aunque no lo sabía), convirtió un proyecto que presentaba como ideológico en una especie de startup del trinque.
«Nos llenamos de jetas… y no solo de nuestra cantera. Eran los mejores. Algunos hasta daban charlas sobre ética y sostenibilidad, otros explicaban lo que tenían que ser ciertas posiciones políticas y otros daban lecciones de moralidad al resto mientras vaciaban la caja. Eran unos argumentarios fantásticos. Fue inspirador… y, a base de convivir con ellos, me inmunicé».
La banda creció tanto que, con el tiempo, sin embargo, empezaron los problemas. Cuando comenzaron a morir de éxito, institucionalizando, legalizando y amnistiando el trinque, todo se descontroló.
Así las cosas, mi amigo lleva ya semanas notando preocupantes molestias porque algo no anda bien.
«Los golfos nos reconocemos entre nosotros… expulsamos a los que no son de los nuestros… pero no soportamos que los demás nos detecten y nos señalen. Es nuestro talón de Aquiles».
Y es que, como en Los otros o en los Gremlins, los chorizos solo pueden vivir cómodos en la penumbra, siempre que nadie abra una ventana.
«Basta un poco de luz para que nos volvamos locos, empecemos a atacarnos unos a otros y el sistema pueda colapsar».
Harto de ser un fantasma entre los vivos, y herido en su orgullo (porque además de golfos, la mayoría son soberbios), parece que uno de la banda ha empezado a correr las cortinas. Está dejando entrar poco a poco la luz. Y se perciben curiosos síntomas: huidas, silencios, argumentarios y reuniones desesperadas para tapar las grietas.
«La cosa puede acabar en juicio … en poltergeist… o en ambas».
Veremos qué pasa.
P.D.: Ayer fue el Día Internacional contra la Corrupción. La historia que escribí hace 11 años, inspirada en el caso Bárcenas, la remasterizo hoy. Aviso a los censores: cualquier parecido con la realidad es, como siempre, pura ficción.