THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Una espiral infernal

«No son las ideologías lo que debería motivar nuestro juicio, sino las ideas por separado. Mientras unas funcionan y mejoran nuestra vida, otras nos la arruinan»

Opinión
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Una espiral infernal

Un vehículo eléctrico enchufado a un punto de carga. | Dirk Waem (Belga Press)

«España se ha empobrecido bastante. Y se nota mucho», me decía recientemente un joven empresario que, a lo que parece, no escucha al presidente Sánchez, y añadía que «cada vez es más difícil apostar por productos o servicios de un cierto valor añadido». En su opinión, España es un mercado donde lo que abunda son los consumidores pobres o sobreendeudados, con grandes dificultades para acceder no ya a productos o servicios de lujo, sino situados en la media. Lo que antes, y valga la redundancia, consumía masivamente la clase media, hoy casi es de nicho.

El automóvil es un caso paradigmático de esta tendencia. Desde la izquierda celebran que los jóvenes estén optando por nuevas formas de movilidad, en detrimento del automóvil. En sus cenáculos ideológicos lo interpretan como resultado de su mayor conciencia ecológica. Los jóvenes se habrían constituido en el núcleo duro de los salvadores del planeta. Pero donde la izquierda ve virtud, lo que hay es empobrecimiento. No es que los jóvenes sean fans del transporte público, las bicicletas o los servicios compartidos, es que no pueden permitirse otra cosa.

Desde la pandemia, los precios de los bienes y servicios en general se han disparado, mientras que los ingresos se han estancado. Esta inflación, frente a rentas que apenas crecen, genera empobrecimiento. No es un fenómeno exclusivamente español, pero aquí se vuelve más acuciante porque, en comparación con otros países desarrollados, la renta media es mucho más baja. 

El ejemplo de lo sucedido con el automóvil es quizá el más ilustrativo, aunque no el único ni el más importante. En Estados Unidos, donde lo analizan todo, han comprobado que antes de la pandemia el precio medio de un automóvil se situaba en los 30.000 dólares (alrededor de 27.000 euros). A finales de 2024 este precio medio se había elevado hasta casi coronar los 50.000 dólares (más de 45.000 euros). En Europa la evolución ha sido bastante parecida. 

Alguno rápidamente señalará como responsable de esta escalada de precios a la irrupción (imposición política, más bien) del vehículo eléctrico (VE), que es bastante más caro que el convencional de motor de combustión interna. Pero, si bien el VE ha añadido su granito de arena, su cuota de mercado es muy baja. Los automóviles en general se han encarecido mucho. Pero no es exactamente que se hayan encarecido, que ciertamente lo han hecho, es que los fabricantes están apostando por producir vehículos de gamas más altas, hasta el punto de que casi han desaparecido los utilitarios del mercado. 

«Año tras año nuevas normas y leyes, tanto ambientales como de seguridad, están saturando de costes la industria del automóvil»

No hace mucho, el segmento del vehículo utilitario era con diferencia la parte del león del negocio. Hoy, sin embargo, los fabricantes lo están abandonando. El mercado se está saturando de vehículos a los que cada vez menos consumidores pueden acceder. Esto está provocando que los estocajes aumenten y decenas de miles de automóviles nuevos acumulen polvo cubriendo enormes explanadas. El tiempo medio desde que un automóvil sale de la fábrica hasta que es vendido supera ya en algunos países, como Alemania, los 150 días. En las configuraciones más equipadas, y, por tanto, más caras, este plazo puede extenderse más allá del año. Hay incluso vehículos que, cuando por fin son matriculados, su fecha de fabricación supera los dos años.

¿Por qué los fabricantes parecen haber olvidado la regla básica de atender a las preferencias de los consumidores y se empeñan en producir productos cada vez más inaccesibles? No hay una respuesta única a esta pregunta, pero sí una explicación para este comportamiento aparentemente suicida

Año tras año nuevas normas y leyes, tanto ambientales como de seguridad, están saturando de costes la industria del automóvil, de tal forma que el margen operativo de antaño, que se situaba en el 5%, puede convertirse en pérdidas de un día para otro gracias a las incesantes ocurrencias de los burócratas de turno. 

La forma de evitar este riesgo es abandonar la fabricación de productos con bajo margen de beneficio, como es el caso de los utilitarios, y centrarse en otros con mayor valor añadido. Esta estrategia busca asegurar la rentabilidad, pero también conseguir las ganancias necesarias para mantener el paso en I+D que la presión regulatoria impone.

«El problema de Europa radica en ser un continente lleno de regulaciones y barreras de acceso»

El problema de esta solución, como advertía el joven empresario del principio de este artículo, es que la gente, esto es, el mercado, se está empobreciendo. Por eso los automóviles sin vender saturan no sólo los enormes solares que las fábricas tienen a su alrededor, sino también los espacios logísticos tanto de puertos secos como marítimos. 

Antes sólo las marcas premium apostaban por fabricar productos de alto valor añadido y mayores márgenes de beneficio. Las demás tenían su negocio en las necesidades de movilidad de la gente corriente. Hoy, sin embargo, muchas marcas populares se han sumado a esta estrategia empujadas por los costes de unas regulaciones medioambientales y de seguridad cada vez más ubicuas, exuberantes y exóticas. Como muestra, la penúltima ocurrencia que ya circula por los despachos de Bruselas es la de obligar a incorporar en los automóviles un dispositivo que detecte la somnolencia. Esta espiral regulatoria ha conseguido que, aun cuando una marca no apueste por gamas altas, sus utilitarios equivalgan por precio a los vehículos premium de hace apenas cinco años. 

Lo que sucede con el automóvil sucede también, aun con problemáticas distintas, con la vivienda, con la ropa y con productos y servicios de primera necesidad, como la electricidad y la cesta de la compra. El carnet de identidad de las vacas o la penúltima estupidez de obligar a que los tapones de las botellas de plástico no puedan desprenderse por completo son quizá las anécdotas más expresivas y ridículas del poder alcanzado por el peligroso ejército de tecnócratas, politólogos y sociólogos pomposamente autodenominados científicos sociales que se ha apoderado de Europa y en menor medida de los Estados Unidos.

La guerra de Ucrania ha servido para eludir responsabilidades en el encarecimiento de la vida y el empobrecimiento generalizado. Sin embargo, el problema de Europa radica en ser un continente lleno de regulaciones y barreras de acceso, con una presión fiscal que flirtea con el 50% del producto interior bruto, y asolado por reglas medioambientales y de seguridad que han convertido el emprendimiento en casi imposible. No hace falta siquiera fijarse en un producto tan complejo como el automóvil, basta con caer en la cuenta de los 109 reglamentos sobre almohadas, los 50 sobre edredones y sábanas o las 31 leyes sobre cepillos de dientes que ha vomitado Bruselas. 

«Nos engañan haciéndonos creer que las políticas forman parte de un pack, una oferta conjunta en la que nada se vende por separado»

Aunque esta sea la tendencia en todo el continente, siempre hay campeones. Y España es uno de ellos. Aquí al infierno burocrático se añade una burda manipulación ideológica con la que no sólo se oculta el empobrecimiento, sino que se le da la vuelta y se publicita como un signo de virtuosismo. No es que nuestros jóvenes sean pobres y no puedan permitirse un automóvil, es que son admirablemente ecologistas. 

El manto de la ideología lo embarulla y cubre todo. Con él no sólo los tahúres nos distraen de su incompetencia, por ejemplo, combatiendo a Franco, un señor que lleva muerto 50 años, sino que nos engañan haciéndonos creer que las políticas forman parte de un pack, una oferta conjunta en la que nada se vende por separado. Debes escoger entre ser de izquierda o de derecha. Y según lo que escojas, asociar rápidamente cualquier propuesta con su lote correspondiente. 

Así, si denuncio en este texto que la actual deriva nos aboca al empobrecimiento, automáticamente seré etiquetado de facha sin mayores miramientos. Sin embargo, no son las ideologías lo que debería motivar nuestro juicio, sino las ideas por separado. Porque mientras unas funcionan y mejoran nuestra vida, otras nos la arruinan. Y esto es fácilmente comprobable… salvo que la ideología te ciegue.

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