THE OBJECTIVE
Alejandro Molina

Scholz, el 'negacionista' bueno

«Oponerse al vendaval ideológico que peina Europa procedente de EEUU usando los métodos más iliberales que uno recuerde apunta a un miedo histérico»

Opinión
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Scholz, el ‘negacionista’ bueno

El canciller alemán, Olaf Scholz. | Ilustración de Alejandra Svriz

Tomando prestado el término de la historiografía contemporánea –especialmente la referida al Holocausto– para aludir a aquellas posturas que cuestionan hechos firmemente asentados, respaldados por una abrumadora evidencia histórica y que gozan por ello de consenso entre los académicos e investigadores –por ejemplo, que existieron los campos de exterminio o las cámaras de gas–, la expresión «negacionismo» se viene extendiendo de un tiempo a esta parte al ámbito político de un modo a mi juicio nada inocente.

Se habla así de «negacionismo climático» o «negacionismo de la violencia de género», aplicando esta última etiqueta a quienes mantienen que en la etiología del tal fenómeno puede existir una multiplicidad de causas complejas, cuestionando que haya de forma excluyente una suerte de ideología –el patriarcado– impuesta por los hombres para dominar a las mujeres conservando así sus privilegios y autoridad sobre ellas, ejerciendo a tal fin una violencia física o sexual inherente y esencial al sexo masculino.

Y se extiende el término «negacionismo» al ámbito político de modo nada inocente por cuanto con ello se persiguen dos objetivos torcidos intelectualmente. Primeramente, excluir del debate político y público, dogmáticamente, dándolos por sentados, hechos o presupuestos respecto de los cuales –contrariamente a lo que ocurre con los hechos históricos arriba mencionados– no existe una indubitada evidencia empírica en torno a la cual haya consenso; y en segundo lugar, porque la etiqueta «negacionista» sirve para privar del derecho a participar en aquel debate público a quienes impugnan aquellos hechos, toda vez que –se nos dice– no perseguirían alcanzar una verdad ni atajar un problema social, sino defender unos intereses espurios de cariz «extremista», verbi gratia, sostener la hegemonía social del hombre sobre la mujer manteniéndola socialmente postergada.

De justicia es reconocer que la impugnación de la extensión del término «negacionista» al fenómeno del cambio climático presenta más problemas argumentales. No en vano, la existencia del propio fenómeno y su etiología, al ser natural y no social, se sustenta sobre unos hechos de características científicas –y de suyo empírico demostrables– donde las evidencias, si no imponibles dogmáticamente (dogma y ciencia no siempre tienen un buen ayuntamiento), sí que están consensuadas en el ámbito científico y académico.

En otras palabras, el cambio climático entendido como las alteraciones a largo plazo de las temperaturas y de los patrones climáticos, y que en esas alteraciones es determinante la acción humana por la emisión de gases de efecto invernadero, sería el equivalente a la existencia de los campos exterminio o las cámaras de gas a los efectos de excluir legítimamente del debate científico o público a quien niega la realidad de tales hechos. El problema –el problema político– emerge cuando ese estigma de «negacionista» se extiende a quienes, desde puestos de responsabilidad pública, sin rechazar la existencia del cambio climático ni sus causas antropogénicas, no traducen sin embargo esa aceptación –y aquí entramos ya en el terreno de lo político– en acciones de regulación radicalmente restrictiva de las emisiones de CO2.

«Si no se ‘pospone o cancela’ la Agenda Verde Europea, los votantes alemanes lo pueden sacar en los próximos comicios»

Por aterrizar el concepto: en nuestros días se tilda de «negacionista» –vale decir, como en el caso de la violencia de género, de «extremista»– a quien, sin dudar de la certeza del cambio climático antropogénico, cuestiona sin embargo que la reversión del fenómeno deba realizarse restringiendo à outrance la obtención de energía con la quema de carbón, petróleo o gas. Quien tal cosa postule en el foro público corre el riesgo de ser englobado en ese dark side de la «internacional reaccionaria», ese conglomerado político «extremista» frente al que hay que extender «cordones sanitarios» que le priven de su derecho a participar en el debate público.

Pero vayamos a lo práctico, pongamos un ejemplo literal de mensaje público que suele calificarse de «negacionista». En este caso, la reciente carta dirigida por un primer ministro europeo nada menos que a la presidenta de la Comisión UE, doña Ursula von der Leyen con respecto a las exigencias ambientales de la llamada Agenda o Pacto Verde Europeo, ese que impone, entre otras cosas, una «reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero para que la UE llegue a ser el primer espacio climáticamente neutro del mundo». Reza así la carta:

«Las regulaciones europeas [la Agenda Verde Europea] requieren un equilibrio pragmático entre asegurar empleos y una economía fuerte y competitiva, por un lado, y los objetivos de política climática y ambiental, por el otro. Si los proyectos previstos fueran perjudiciales para la competitividad, deberían posponerse o incluso cancelarse por completo».

¿Cancelar por completo los proyectos de la Agenda Verde Europea dando prevalencia a la competitividad industrial y el empleo? ¿De qué recoveco esquinado de la ultraderecha habrá salido el remitente de tan extremista propuesta? Pues aquí viene la sorpresa, paciente lector: resulta que el «negacionismo» es como el colesterol, que hay uno bueno (HDL) y otro malo (LDL). Y es que, el remitente de la carta trascrita no ha sido otro que el actual canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, quien se cuidó muy mucho de hacerla pública pidiendo que se levantara el pie del acelerador verde, porque –en pocas palabras– si no se «posponen o cancelan por completo» los mandamientos de dicha Agenda Verde, a él los votantes alemanes lo pueden sacar por la ventana en los comicios del próximo 23 de febrero.

«Scholz no tiene claro que llevarse por delante a la Volkswagen con la Agenda Verde Europea sea forma de preservar la industria alemana»

Pero como es socialdemócrata (colesterol bueno), pues ya se sabe, hay que ayudarlo; y, por descontado, ninguna advertencia ha salido de la Comisión en el sentido de que si Scholz ganara las elecciones la UE podría anularlas por su «negacionismo», como sí hizo, por cierto, el excomisario europeo, Thierry Breton, si Alternativa por Alemania (colesterol del malísimo) obtenía un resultado determinante en los mismos comicios: «Nous l’avons fait en Roumanie…», ya lo hicimos en Rumanía –dijo– refiriéndose a la anulada victoria del euroescéptico Călin Georgescu (colesterol del peor).

Y es que el bueno Scholz, ante a las desinhibidas políticas medioambientales que anuncia Trump en Estados Unidos o las que ya practican India o China en cuanto a la quema de combustible fósil, no parece tener claro que llevarse por delante a la Volkswagen con la imposición de la Agenda Verde Europea sea la mejor forma de preservar el tejido industrial alemán, ni, sobre todo, de ganar las elecciones en su país. Así que mejor dejar claro desde ya que él tiene unos principios, pero que, si no les gustan a los votantes alemanes, tiene otros, y además con aval de la UE.

Porque al aval de la UE es como el bálsamo de Fierabrás, el «danacol político» que convierte el colesterol malo en bueno, y todo lo puede siempre que lo haga en nombre de la democracia liberal. Porque –otro ejemplo– ¿cuál fue la muy democrática y liberal postura de la UE ante el anuncio de una entrevista de Elon Musk a Trump en «X»? Pues que el ya citado comisario Breton mandara una carta a Musk advirtiéndole con antelación del posible temario del encuentro, por considerar que podría suponer una «amplificación» lo que denominó «contenidos nocivos» (¿censura previa se llamaba esto?). ¿Y cuál ha sido la reacción de la UE a la entrevista también con Musk de la líder de Alternativa por Alemania? Pues poner a ciento cincuenta (150) funcionarios comunitarios a analizar si la entrevista con Alice Weidel iba a suponer una injerencia en la política europea para activar en consecuencia mecanismos de sanción (¿represión de la libertad de pensamiento y expresión se llamaba esto?).

«Los partidos sistémicos quieren el monopolio de la representación de las buenas políticas y el de la ejecución de las malas»

Porque aquí de lo que se trata –y este es el meollo del asunto– no es de desterrar las malas políticas y/o los malos métodos para difundirlas, sino de que la política que sea y por el medio que sea la sigan haciendo los mismos, como ocurre por ejemplo con la política migratoria. Dado que los «partidos colesterol malo» suben en las encuestas proponiendo endurecer las políticas migratorias, extendamos un «cordón sanitario» ante la xenofobia que ello supone, y hagamos nosotros las mismas políticas que tachamos públicamente de extremistas. Los partidos sistémicos quieren el monopolio de la representación de las buenas políticas y el de la ejecución de las malas. No permitamos que la reacción gobierne, hagámoslo nosotros con su programa. Ese parece ser el eslogan.

No comulgo ni de lejos con el vendaval ideológico que peina ya Europa procedente de USA, pero oponerse a su influencia usando en nombre de la democracia liberal los métodos más iliberales que uno recuerde en Europa, apunta a un miedo histérico, cerval, del establishment político de la UE a que se produzca un desplome, no ya del sistema valores en cuyo nombre ha mandado durante 50 años, sino a que lo hagan otros perdiendo así el monopolio de su representación.

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