La cultura de la pobreza
«Debemos agradecer a nuestros líderes que durante su ávido acopio de pisos, en los ratos libres velen por mantener nuestra frugalidad»

Alejandra Svriz
España es el segundo país europeo que más ansiolíticos consume. En las farmacias se empiezan a oír bromas sobre españoles dopados para aguantar la situación política. Pero no parece que la furibunda nacional afecte a la altísima esperanza de vida española, primera de Europa y entre las diez primeras del planeta.
En este mismo instante habrá compatriotas diciendo con los ojos en blanco una de las quejas más repetidas: «Yo ya paso de política. Esta gente me da un asco que no puedo ni verlos». Verdaderamente, nuestros caciquillos son unos humanoides dedicados a protagonizar titulares decadentes sobre ellos mismos, en vez de explicar cómo van a mejorar el bienestar de los españoles que les financian un tren de vida manifiestamente inmerecido. Pero no recuerdo gobiernos anteriores, de ningún signo, dedicados como este a moralizar sobre el materialismo de la población española, mientras ellos coleccionan pisos con una voracidad drásticamente opuesta a las causas igualitarias que propugnan.
A comienzos de esta semana comentó en redes mi amiga Lucía Etxebarria que entre Pedro Sánchez y Begoña Gómez acumulan una decena de pisos en propiedad, varios en las zonas más lujosas de Madrid. Los de él serían comprados, mientras los de ella serían al parecer heredados. Respondí con sorna que, en cambio, «los de abajo» debemos refrenar nuestra actitud de terribles capitalistas adictos al lucro. Para ayudarnos dominar nuestros vergonzosos impulsos materialistas, «los de arriba» nos ayudan todo lo que pueden. No en vano, España es el cuarto país europeo con impuestos más altos, mientras encabeza el grupo de los sueldos más bajos de Europa. Y los actuales líderes tienen detalles insuperables, como obligarnos a declarar a Hacienda cualquier venta en Wallapop con un valor superior a 2.000 euros al año. Debemos agradecerles que durante su ávido acopio de pisos, en los ratos libres velen por mantener nuestra frugalidad, imponiéndonos una cultura de la pobreza de la que ellos claramente huyen.
«La cultura de la pobreza es un concepto de Oscar Lewis para definir la mentalidad de escasez que se transmite de generación en generación»
Recordemos que la cultura de la pobreza es un concepto antropológico del historiador estadounidense Oscar Lewis para definir una mentalidad de escasez existencial que se transmite de generación en generación, conservando un estilo de vida de precariedad autoimpuesta. La cultura de la pobreza tiene las siguientes características: desvinculación de las sociedades prósperas lideradas por las clases medias; rechazo de las grandes entidades y organismos que forman parte del «sistema», como la policía, los bancos y las multinacionales; intenso gregarismo entre los miembros del grupo propio, al tiempo que se aborrece a la sociedad organizada; sentimientos arraigados de fatalismo, dependencia e inferioridad; filosofía de la supervivencia que concibe la vida como un día a día basado en «tener lo suficiente», sin planes de futuro.
¿Todo esto resulta familiar? Oscar Lewis lo escribió en 1959 basándose en los colectivos desfavorecidos que analizó en México, Perú y el propio Estados Unidos, pero cualquier español lo reconocerá como una mentalidad bien establecida en nuestro país, donde no se limita a determinados grupos sociales aislados del resto, sino que se impone a nivel nacional desde la élite política, cuya propia calidad de vida es flagrantemente superior.
En su reciente ensayo sobre España, el periodista británico Michael Reid alaba la paciencia de la población española, haciendo un bondadoso ejercicio de voluntarismo al aventurar que tras quince años terribles transcurridos desde la crisis de 2008 —una agitada etapa de retrocesos y virajes imprevisibles que nos ha traído la encrucijada actual— ese aguante de los españoles podría terminarse. El problema de ese vaticinio es que la población española no se caracteriza por su paciencia, sino por su pusilanimidad. Los españoles son los ignavi de la antesala del Infierno de Dante, los no comprometidos con nada, las almas transparentes de quienes en vida no experimentaron la infamia ni la alabanza, porque nunca hicieron nada bueno ni malo, y por ello quedan condenados a perseguir eternamente una bandera descolorida, que representa la ausencia de toda causa vital por la que luchar.
La teoría de la cultura de la pobreza tuvo notoriedad en los setenta —en España la editorial Anagrama publicó el ensayo de Oscar Lewis en 1972—, con partidarios y detractores en las décadas posteriores. Pero Lewis estaba analizando unas condiciones socioeconómicas preexistentes hace medio siglo. Faltaría evaluar cómo es posible que la cultura de la pobreza se establezca hoy por la fuerza, bien entrado el siglo XXI, desde unas élites políticas adineradas y supuestamente socialdemócratas, en un país sin cultura democrática, sin sociedad civil y sin ninguna capacidad organizada de protesta.