Ayer se fue; mañana no ha llegado
«Estamos ante un auténtico cambio de civilización: la Civilización Digital, que como las que le precedieron genera enormes esperanzas y abundante desorden»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Este verso de Francisco de Quevedo que se refiere a la brevedad de la vida, tempus fugit, es aplicable también al acontecer actual de nuestro país y del mundo en general. Quevedo y Larra son los mejores ejemplos de nuestra historia como víctimas de lo que ahora se llama la cancelación, palabra que pretende ocultar la censura del pensamiento libre. El primero purgó en la cárcel durante años su intemperante crítica del poder. El segundo acudió a solución más definitiva: se pegó un tiro y, como habría dicho Lope de Vega, «dio la vida y el alma a un desengaño», no solo amoroso sino también político. Con razón Luis Cernuda denunció más tarde que «escribir en España no es llorar, es morir».
Semejante antología poética sirve para introducir una reflexión acerca de la amenaza cierta de un deterioro y quién sabe si una defunción del sistema democrático tal y como lo hemos conocido en el siglo XX. Permite también interrogarnos sobre las profecías casi apocalípticas que anuncian el fin de nuestro mundo para el XXI. Me refiero no solo a la eventualidad de la destrucción masiva asegurada por el poder atómico, o al informe del Club de Roma sobre Los límites del crecimiento, que anunciaba hace más de cincuenta años la finitud de la Tierra si no se corregían las tendencias demográficas, el curso de la industrialización, la sobreexplotación de las riquezas naturales y las alteraciones del clima y el medio ambiente.
Padecemos sobre todo una crisis del pensamiento, y del pensamiento complejo, prisioneros de sentimientos identitarios. Acompañados por cierto de un exceso de ruido, una brutalidad del lenguaje político y una ausencia de diálogo y de reflexión, coherente con la desaparición de los maestros, sustituidos hoy por influencers. De todo ello tenemos abundancia de muestras recientes.
Lo que nos pasa, para tratar de responder a la orteguiana duda sobre si sabemos la verdad al respecto, es que estamos ante un auténtico cambio de civilización: la Civilización Digital, todavía en su prehistoria, que como todas las que le precedieron genera a la vez enormes esperanzas y abundante desorden, habida cuenta de que constituye un cambio esencial en la vida de las gentes y en la naturaleza de las sociedades.
Según los diccionarios (el de la RAE o el de Oxford) civilizar es sacar a algo o alguien de un estado bárbaro o salvaje, instruyéndole en las artes de la vida de modo que pueda progresar en la escala humana. Aunque una civilización, de las muchas que coexisten, sea el conjunto de creencias y valores que conforman determinada comunidad, a la civilización en sí podemos definirla como el progreso a secas, derivado de la búsqueda del conocimiento. Las civilizaciones, en plural, constituyen, en cambio, un concepto más ambiguo e impuro: hacen referencia no solo a los valores culturales, éticos o de cualquier otro tipo que sustentan el consenso social, sino a los sistemas que tratan de dominarlo. En definitiva, al ejercicio del poder.
«El actual cambio civilizatorio es consecuencia de un conjunto de circunstancias, pero sobre todo del desarrollo de Internet»
El actual cambio civilizatorio es consecuencia de un conjunto de circunstancias, pero sobre todo del desarrollo de Internet, que ha multiplicado las capacidades humanas y sociales, como en su día hicieron la imprenta o la máquina de vapor. Inventos todos ellos que inauguraron grandes oportunidades de desarrollo individual y social, generaron beneficiosas transformaciones, pero también desórdenes severos y luchas cainitas por el poder.
La democracia representativa tal y como ha llegado a nuestros días allí donde lo ha hecho, fue en gran medida causa y consecuencia de la industrialización y el desarrollo del capitalismo. Nació de manera tan imperfecta que solo hace 100 años que las mujeres disfrutan del derecho a voto en los países llamados democráticos, y responde a un mundo periclitado: apenas 2.000 millones de habitantes en todo el planeta a principios del siglo XX frente a cerca de 9.000 millones en los años que corren.
Por si fuera poco, la primera potencia armamentística mundial, que aspira a reforzarse hoy con el concurso de la llamada Unión Europea, vuelve a estar gobernada por un expresidente que alentó públicamente la toma del Capitolio y no reconoció su anterior derrota electoral. Consecuentemente, ha amnistiado ahora a los responsables de lo que en toda regla fue un intento de golpe de Estado.
Tenía un ejemplo a seguir: en España, el candidato perdedor en las elecciones de 2023 amnistió también, contra toda legalidad al decir de quien había sido su propio ministro de Justicia, a los independentistas catalanes. Lo hizo a cambio de los votos a fin de seguir ocupando el poder para el que no había obtenido el respaldo ciudadano. Apoyado por fundadores y herederos del terrorismo político, y por nacionalismos supremacistas, presume de dirigir un gobierno seudoprogresista, cuya incapacidad funcional acabará arruinando a los sectores más débiles de la ciudadanía. Ahora pretende convertirse en el ariete del Sur Global que haga frente a los delirios del actual presidente americano. De psicópata a psicópata, da la impresión de que el de la Moncloa tiene todas las de perder. Y nosotros con él.
«Como antaño cuando surgió la imprenta, todo lo que se le ocurre a los gobiernos es reinstaurar la censura»
Aunque la civilización digital supone una fabulosa aportación al desarrollo de la Humanidad, algunas de sus consecuencias inmediatas producen temores justificados. Noticias falsas, posverdades, o incitaciones al odio, casi todas ellas parapetadas en el anonimato, amenazan desde luego la convivencia y el ejercicio de la democracia. Pero, como antaño cuando surgió la imprenta, todo lo que se le ocurre a los gobiernos es reinstaurar la censura, que ahora se llama verificación, denunciar como bulos las verdades que les perjudican o amenazan, y acusar a sus adversarios de servir a poderes ocultos. Como si el de ellos fuera transparente.
En nuestro caso es tan oscuro que el presidente no ha dado explicación alguna hasta la fecha sobre el reconocimiento del Sáhara, incumpliendo el mandato de las Naciones Unidas; el espionaje a su teléfono particular; los negocios de su familia; los motivos por los que cesó al número dos de su partido, imputado por el Tribunal Supremo bajo sospecha de gravísimos delitos; los manejos y connivencias de Zapatero a tus zapatos con el tirano Maduro; los aspavientos de quien él mismo llama su fiscal general del Estado; y tantas otras mentiras, ruindades y vergüenzas en las que inevitablemente incurre quien como él es víctima de un chantaje a cambio de un poder vicario, sometido a los enemigos del Estado.
Mientras tanto frente al desafío de la nueva civilización digital piensa que puede hacerle frente a base de eslóganes ramplones como el de la Tecnocasta sin pensar (si a veces piensa en algo que no sea en sí mismo), que nos enfrentamos a la primera tecnología que puede funcionar sin intervención humana. Antes que eso las redes sociales fueron construidas por nosotros, sus usuarios, y no responden en principio a ninguna previsora visión de sus jóvenes inventores sino, como tantos otros descubrimientos, a la serendipia.
Eso sí, Trump no hubiera ganado las elecciones de 2016 si no existiera Twitter. En cambio, las de 2024 se las debe a TikTok, que en solo ocho años de funcionamiento tiene ya más de 1.680 millones de usuarios en todo el mundo, de los cuales un 10% son norteamericanos. No aspiro en absoluto a que nuestro ministro de Transformación Tecnológica, aspirante a gobernar la ciudad en que nací, comprenda el significado de estas cosas, que a su parecer pertenecen probablemente también a la fachosfera.
«En realidad, el PSOE ha sacrificado ya el socialismo democrático al oportunismo personal»
Volviendo al comienzo de esta nota, es cierto que el ayer se fue pero no llegó el mañana. Para tratar de convocarlo hay que hacer frente a la crisis de pensamiento que padecen nuestras sociedades. Descubriríamos entonces cuales son los motivos por los que la socialdemocracia ha desaparecido prácticamente en toda Europa. Se salva nominalmente el caso español, pero en realidad el PSOE ha sacrificado ya el socialismo democrático al oportunismo personal. El estado de bienestar no fue un invento de la izquierda, sino el fruto de la colaboración de esta con la democracia cristiana tras la postguerra mundial. Sus perspectivas de futuro no son muy halagüeñas. Querer sustituirlas, como hace Pedro Enamorado, por un peronismo a la española sabemos a qué conduce con solo mirar a Buenos Aires.
Hace ya décadas que la socialdemocracia europea abandonó a las clases medias a su suerte, y decididamente a la clase media baja. Educación, salud y vivienda no han hecho, sino empeorar en los últimos años bajo su mandato. Por eso, aunque sus politólogos asociados no lo entiendan crece el caldo de cultivo para la extrema derecha, liderada por el trumpismo. Y también por eso a los jóvenes de ahora les importa un carajo la dictadura de Franco.