El fantasma de Múnich atenaza a Europa
«Ya iba siendo hora de que los países europeos se comportaran como adultos y se armaran como es debido»

Putin. | Ilustración de Alejandra Svriz
Si algo hay que concederle a Trump en su segundo mandato –sátrapa, sí, y convicto, pero también eficiente– es que ha venido a morder. Se acabaron los aspavientos del perro ladrador: ahora muerde, y lo hace donde duele. En las debilidades de todos.
Las guerras arancelarias han sido las primeras escaramuzas, incluso antes que las batallas culturales (un hombre es un hombre es un hombre…), y aunque muchos de estos impuestos sean mero alarde intimidatorio, su efecto irá más allá de lo económico. Que Trump es un tahúr ya quedó demostrado en su primer mandato. Lo que ahora demuestra es que sabe que esta es su última jugada.
Otra cosa son las bufonadas sobre la compra u ocupación de Canadá, Panamá o Groenlandia, que no son más delirantes que la promesa de deportar a millones y millones de trabajadores activos pero sin papeles o la fantasía de evacuar Gaza para convertirla en un resort para millonarios.
Pero si hay algo que sí parece plausible es el final forzado de la guerra en Ucrania. Putin y Zelenski ya lo dan por hecho. La Unión Europea, por supuesto, también, resignada, como siempre, a ser la convidada de piedra en la partida global. El fantasma del entreguismo de Múnich recorre las cancillerías europeas y paraliza a sus gobiernos.
En la Cumbre de Múnich, el correveidile J.D. Vance, vicepresidente y émulo de la pose trumpista, se permitió dar lecciones de moral ¡y buenas costumbres! a los europeos, esos eunucos políticos con el segundo PIB del planeta, por delante de China. Según él, el gran peligro de Europa es su debilidad en valores. ¿Valores? Sabido es el daño que el wokismo, exportado desde los campus estadounidenses, ha causado en Europa, pero, a día de hoy, la Unión sigue siendo el mejor lugar del planeta (y de la historia) para nacer, educarse, trabajar, medicarse y morir, amén. Vance, atiende: la libertad de expresión sólo existe de verdad en Europa, y la inmigración es su savia.
Es cierto que, como dicen los cursis, toda crisis es una oportunidad. Y ya iba siendo hora de que los países europeos se comportaran como adultos y se armaran como es debido. Pero con armas propias, para que el rearme militar sirva también de impulso industrial. Un proyecto de Defensa Europea que debió de haber liderado Emmanuel Macron cuando llegó al poder. Pero sin él, y con Alemania atrapada en su coalicionitis, la tarea se aventura difícil. Difícil, pero imprescindible. Solo una Europa con poderío militar podrá seguir siendo lo que es. Y la unidad de Occidente depende de ello.
En cuanto a la guerra en Ucrania, los desafíos están claros. Para Putin, la paz forzada equivale a una victoria: consolidará Crimea para siempre, se quedará con el Donbás, impedirá la entrada de Ucrania en la OTAN gracias al veto de EE.UU., y las sanciones que lastran su economía se irán evaporando. Incluso, con algo de suerte, el sucesor de Zelenski será más favorable a Rusia, aunque no hasta el extremo bielorruso.
Para Zelenski, el fin de la contienda significará la paz para su pueblo, el regreso de los soldados-héroes, el perdón a los desertores, la vuelta de millones de exiliados, y, lo más importante, la tutela estadounidense a cambio de minerales estratégicos. Con el incentivo adicional de acelerar la entrada de Ucrania en la UE, convertida en su santuario.
Para la Unión Europea, a la que no le quedará más remedio que aceptar su papel secundario en las negociaciones, la ventaja del acuerdo será poder concentrarse en su propia defensa sin seguir desviando fondos y armas a Ucrania. Es la tarea de las próximas décadas, por interés propio y para poder hablarle de tú a tú a los americanos, sin caer en la tentación del mal amigo chino. Porque la mejor garantía de defensa europea frente a Rusia no es la OTAN, sino la integración de Ucrania en la UE, con un ejército paneuropeo en su suelo.
Hay un nuevo sheriff en la ciudad. Y es pendenciero. Con Trump ha vuelto la ley del más fuerte, ciertamente, en detrimento del orden liberal internacional. Pero Trump no durará siempre. Ni siquiera el trumpismo sobrevivirá dentro del Partido Republicano, igual que el sanchismo no sobrevivirá a Sánchez. El proyecto europeo, si quiere prevalecer, deberá aprender la única lección útil de estos años: la fuerza es la única garantía de respeto. De respeto de la ley europea. La mejor manera de ahuyentar populismos y nacionalismo, esa misma mierda.
Coda 1) Español del año. Josu Jon Imaz, expresidente PNV en los años de recogida de nueces etarras, el nacionalista de las soberanías compartidas, el que volvió de Europa con las miras cambiadas, va camino de ser español del año, como lo fuera en su día Jordi Pujol ciñendo corona del ABC Verdadero, que decía aquel. Lo extraño es que no funja todavía como ministro de Sánchez en carteras de comercio o industria, o incluso (des) integración territorial y con rango de ministro de Estado.
Coda 2) Al contraataque. Muy inteligente la defensa de la letrada Olga Tubau para con su defendido Rubiales. Con una sutil reinversión de la carga de la prueba: ¿pudo Hermoso comportarse como lo hizo postpartido si en verdad se hubiese sentido víctima de un delito sexual? Y así seguido. Lo único seguro de la sentencia es que será recurrida. Queda por ver por cuál de las partes.
Coda 3) Sumar y restar. Las discrepancias en el seno del gobierno a cuenta de la tributación de los que cobren el SMI tienden, en términos electorales, a una suma cero, lo diga o no el CIS de Tezanos; razón por la cual, pierde el tiempo Feijóo con esta batallita interna en la colación de colocación. Hay otros mundos, pero están en éste.
Coda 4) Idafismo. Por fin lo han ascendido, después de picar mucha piedra y mucha cucaracha.