Patriotas de nueve a dos
«Los patriotas europeos deberían darse cuenta de que ser patriota en el siglo XXI es enfrentarse a las injerencias de los tiranos y no arrodillarse ante ellos»

Los asistentes a la Cumbre de Patriotas en Madrid. | Europa Press
Hace unas semanas, varios representantes de los partidos que conforman Patriotas por Europa, la alianza de ultraderecha y derecha nacionalista en el Parlamento Europeo, se reunieron en Madrid. No faltó nadie, desde Orbán a Le Pen. Se ha señalado mucho la aparente contradicción que hay en la existencia de una «internacional nacionalista» en una época de cierres soberanos y aranceles y nacionalismo. En esa alianza siempre ha habido discrepancias existenciales: un ultraderechista polaco, que tiene frontera con Rusia, no piensa lo mismo que uno italiano.
Ambos quizá creen que hay que defender la civilización cristiana, pero uno piensa que es Putin su mejor garante y otro no. Pasa igual con Israel: es clásico el antisemitismo en la derecha radical, pero hay partidos de Patriotas por Europa, como Vox, que son muy partidarios de Israel. Y a todos les encanta Trump, a pesar de que puede ser muy dañino para los intereses europeos. No es muy disparatado pensar que a Trump, con su visión mercantilista de suma cero y su obsesión con las guerras comerciales, le viene fenomenal que Europa se suma en el caos: Alemania y Francia ya no son aliados, son competidores.
Como ha señalado Daniel Gascón, estamos en una era cínica. Es cierto que había una distancia enorme entre la retórica y los hechos del establishment liberal: era un mundo de reglas que se rompían cuando convenía (se nos olvida muy rápido la guerra de Irak). La solución de la Internacional Nacionalista es acabar con la hipocresía y empezar a actuar con desvergüenza. Es mejor ser directamente cruel que intentar ocultarlo con palabrería bienintencionada y biempensante. Es la autenticidad (aunque sea estúpida o injusta) por encima de todo. Aquí no importan los valores tradicionales ni luchar contra lo woke.
Aquí lo que importa es mandar. Y hacerlo siguiendo la lógica schmittiana: la política es elegir quién es amigo y quién enemigo. El vicepresidente estadounidense J.D. Vance dijo en junio del año pasado en una entrevista en The New York Times: «En 2019 y 2020 me di cuenta de que la izquierda había estado leyendo a Carl Schmitt: no hay ley, solo hay poder. Y el objetivo aquí es volver al poder».
Por eso el patriotismo de los Patriotas por Europa es selectivo y cínico. No hay convicción sino un cálculo desnudo del poder. No hay mejor ejemplo de patriotismo en la última década que el de los ucranianos, dispuestos a morir para defender su país ante una invasión sanguinaria. Pero parece que van perdiendo. Entonces su patriotismo ya no es patriotismo, es una obcecación irracional. Por eso Trump esta semana llamó «dictador» a Zelenski y lo acusó de comenzar la guerra (como siempre que pasa con las boutades de Trump, otros miembros de su gobierno las matizan después: el enviado de EEUU a Ucrania llamó héroe a Zelenski dos días después). Es una posición extrañísima.
«Ucrania aquí no solo no pinta en la mesa de negociación sino que no aparece ni como actor: es un terreno de juego.»
En el fondo parece que piensa, como piensan muchos conspiranoicos antioccidentales, que la guerra la comenzó Estados Unidos; esta idea la tiene el tipo de gente que solo se interesa por un conflicto global cuando interviene Estados Unidos. Ucrania aquí no solo no pinta en la mesa de negociación sino que no aparece ni como actor: es un terreno de juego.
Hay trumpistas españoles que dicen que Ucrania debería aceptar resignadamente su destino: como no puede ganar la guerra, ¡que se rinda a lo que decida Putin! Santiago Abascal, líder de Vox, dijo que la guerra la empezó Putin, pero le añadió un matiz ridículo: empezó la guerra «porque se ríe de vuestras políticas woke, de vuestro Pacto Verde que nos ha dejado arruinados, indefensos e irrelevantes en el tablero mundial». Es parecido a lo que dijo Vance en la conferencia de Múnich, en la que dijo que el principal problema de Europa no era Putin sino las amenazas a la libertad de expresión o la inmigración.
Es peor la cultura de la cancelación que las bombas. La derecha ya es completamente posmoderna; piensa que la violencia simbólica es igual de letal que la violencia real. Como ha escrito David Jiménez Torres, a Trump y los trumpistas les preocupa «más ganar las guerras culturales que ganar las guerras reales». Los patriotas europeos deberían darse cuenta de que la manera de ser patriota en el siglo XXI es precisamente enfrentándose a las injerencias de estos tiranos, y no arrodillándose ante ellos.