El Año Cero desde Europa
«Los europeos no tenemos mucho tiempo para cambiar nuestra forma de organizarnos y para responder a las necesidades de protección que tenemos por delante»

Ilustración: Alejandra Svriz.
La construcción europea se ha desarrollado a través de sus muchas crisis. Pocos lugares comunes encierran tanta verdad histórica. La Unión Europea es, en el fondo, una historia de respuestas a las crisis que el Viejo Continente ha sufrido a lo largo de las décadas. En el último medio siglo, podemos recordar muchos episodios que han fortalecido la unidad: aquella «silla vacía» de Charles de Gaulle, el impacto de la crisis del petróleo que dio inicio al período conocido como euroesclerosis, el rechazo popular al proyecto de Constitución Europea, los peores momentos del colapso económico internacional de 2008 o el Brexit, que reconfiguró el mapa político continental. La voladura descontrolada del orden internacional por parte de la administración Trump es un hito más en este tortuoso camino, The Economist lo ha caracterizado en su portada de esta semana como «la peor pesadilla de Europa». Pero esta vez puede ser diferente. El contexto ha cambiado demasiado, y es difícil encontrar un asidero para sobrellevar este naufragio.
Los que creemos en este proyecto común estamos noqueados por una realidad que nunca imaginamos con semejante crudeza, a pesar de todas las señales que hemos ido vislumbrando por el camino. Los Estados Unidos de Trump y Vance quizá no sean aún nuestros enemigos, pero sabemos que tampoco son nuestros amigos. Quizás debamos releer con detenimiento a Carl Schmitt para entender nuestro papel en el mundo actual. Nuestro futuro pasa por la defensa de Ucrania. La sensación es ambivalente: no podemos permitir su desmembramiento entre Trump y Putin, pero tampoco parece que tengamos las herramientas necesarias para evitarlo. Hemos perdido un tiempo irrecuperable. Nos hemos acostumbrado a jugar con las bazas del poder blando gracias a nuestra proximidad a Estados Unidos. Sin embargo, debemos asimilar a marchas forzadas las dinámicas del poder duro. Vienen días de aprendizaje y de un nuevo realismo para el que quizás no estemos preparados. El consenso ético establecido entre Estados Unidos y Europa en la posguerra mundial ha saltado por los aires. Las reglas del juego se están desmoronando y, probablemente, no haya vuelta atrás en esta escalada a corto plazo.
La foto de familia en la reunión organizada por Emmanuel Macron demuestra que el pulso europeo es débil. No contamos ni siquiera con liderazgos capaces de afrontar los retos presentes. Macron intenta salvar su imagen y mira hacia la historia para superar los graves problemas internos a los que se enfrenta en casa. Tampoco Ursula von der Leyen parece ejercer un liderazgo capaz de gestionar la nueva realidad: está ahí porque no había otra opción. Olaf Scholz es un ectoplasma en retirada. La socialdemocracia europea sigue sumida en una crisis de identidad y de resultados. Que un Pedro Sánchez atado a Waterloo sea su única pieza de valor muestra el daño sufrido.
«La sensación es ambivalente: no podemos permitir su desmembramiento entre Trump y Putin, pero tampoco parece que tengamos las herramientas necesarias para evitarlo»
Las elecciones de este fin de semana en una Alemania en recesión, con la extrema derecha como segunda fuerza, tampoco auguran un desenlace demasiado halagüeño para la estabilidad. El democristiano Friedrich Merz tendrá que ganarse un lugar entre quienes mandan en la Unión. El ciclo electoral no está tratando mal a los populares europeos, pero también parecen atrapados en la tensión entre lecturas democristianas y liberal-conservadoras, mientras observan de reojo los movimientos a su flanco derecho. Otro de los líderes populares, el polaco Donald Tusk, ha subrayado sus evidentes reservas respecto al apoyo logístico a Ucrania. La proximidad de su frontera es un factor demasiado relevante como para arriesgarse. Por su parte, Giorgia Meloni tiene dificultades para gestionar su nuevo papel en el núcleo de la política europea, tras la traición de partidos afines que han optado por aliarse con los Patriotas de Orbán, quienes subcontratan sus posiciones estratégicas, unas veces a Trump y otras a Putin. Al final, el único que ha dado un paso al frente para asumir alguna responsabilidad es un protagonista inesperado: el primer ministro británico Keir Starmer.
En febrero de 2025, comenzó el Año Cero de la nueva era internacional. Los europeos han sido reticentes a ciertos avances en la Unión. La toma de decisiones —incluso las más sensatas— siempre ha sido lenta y costosa. No tenemos mucho tiempo para cambiar nuestra forma de organizarnos y para responder a las necesidades de protección que tenemos por delante. Cualquier decisión impactará en los presupuestos nacionales, y no de forma tangencial. El caso español no es una excepción. Mientras consumimos sesiones de control y debates espurios repitiendo los mismos soniquetes electoralistas, no hablamos en serio sobre estas cuestiones. Si hubiera adultos en la sala, la próxima semana el presidente del Gobierno y el líder de la oposición deberían reunirse para proyectar una imagen de unidad y acuerdo. Pero, por desgracia, dudo mucho que lo veamos.