La privatización del Parlamento
«La institución que debiera representarnos ha quedado reducida a un aparato que permite burlar la igualdad ante la ley y practicar el más inmoral clientelismo»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz
Si hay un fenómeno que debiera llamar la atención a cualquier observador de la política española no es el empeño autoritario del presidente del Gobierno, algo que no deja de estar dentro de los límites normales de la patología política, sino la absoluta sumisión del Poder Legislativo que se deja arrebatar la condición de representante de la soberanía popular y se conforma con ser un apéndice decorativo del Gobierno.
Es posible que esta corrupción radical de la función del Parlamento, que se ha venido desarrollando durante décadas, se funde en el hecho de que los poderes del presidente se derivan directamente del Congreso, de manera que la Cámara ha optado por renunciar a ser un poder independiente para no ser otra cosa que un aparato para investir al presidente de Gobierno, un personaje a quien luego va a obedecer de manera perruna, con las protestas correspondientes de la oposición oportunamente reducida a mero decorado o coro de lamentaciones sin la menor posibilidad de hacer nada al respecto.
Desde un punto de vista histórico, la evolución de nuestro parlamentarismo ha sido desastrosa, hemos pasado de unas Cortes medievales que se reunían para pedir cuentas al rey y regatearle tributos, a ser las Cámaras que piden incesantemente el aumento del gasto público para que su verdadero señorito, al que han investido, pueda lucir sus habilidades políticas sin el menor problema, con ese dinero que ha pasado de ser nuestro a ser exclusivamente suyo.
Que los parlamentos sean los mayores entusiastas del gasto público es algo que debiera mosquearnos y no deja de ser cínico y alarmante que ejerzan esa generosa función de aumentar los caudales públicos a disposición del poder empezando por ellos mismos, pues es muy usual que se adjudiquen retribuciones, gracias, y privilegios de los que privan a los demás con una u otra excusa. Aunque estemos acostumbrados a esa forma de proceder no debiéramos perder de vista su sesgo cínico, pero ahora mismo están sucediendo cosas todavía más asombrosas.
Como son bastantes las peripecias parlamentarias que producen pasmo me fijaré en la última, de momento, porque resulta casi increíble: que el Congreso renuncie a que el presidente le someta el amplísimo plan de inversiones en Defensa al que se ha comprometido con nuestros socios en Europa. Como Pedro Sánchez sabe que este Congreso le es favorable sí y solo sí los grupos minoritarios que lo tienen trabado obtienen lo que les plazca y esto de la Defensa va poco con su música, ha decidido encontrar la fórmula que le permita, al menos en apariencia, cumplir con nuestros compromisos europeos, sin tener que pasar por el Congreso.
«En la práctica, ya somos más un régimen autoritario que una democracia parlamentaria»
En la práctica, ya somos más un régimen autoritario que una democracia parlamentaria, pero con una excepcional peculiaridad. Resulta que el Gobierno tiene que ir pagando a plazos los favores que le pida cualquiera de los subcomponentes de la heterogénea mayoría que hizo posible la investidura, así que no tenemos un Parlamento que renuncia a controlarlo, sino a un presidente que consiente el chantaje permanente de quienes tienen en su mano, al menos en teoría, la posibilidad de destituirlo, aunque nunca vayan a hacerlo. Es como los chantajistas que se cuidan de no matar al chantajeado, aunque haga el marrajo y estire los plazos, porque la desaparición del rehén acabaría con su fuente de ingresos.
No estamos simplemente, por lo tanto, ante un Congreso pusilánime que renuncie a controlar al Gobierno, sino ante un Congreso cuya organización misma no ha dudado en ponerse al servicio de una escandalosa y continua extorsión. La institución que debiera representarnos ha quedado reducida a un aparato que permite burlar la igualdad ante la ley y entre españoles para practicar el más inmoral y burdo clientelismo. En la práctica, unos particulares se han adueñado del Congreso y solo se ocupan de obtener para ellos mismos el tipo de bienes que la Cámara tendría que procurar para todos y a eso lo han llamado mayoría progresista, ellos sabrán por qué.
Para cualquier español con dos dedos de frente debiera ser bastante obvio que España debe estar en Europa, una situación que nos ha traído muchos más beneficios que dificultades, y que, puesto que Europa tiene motivos para sentirse amenazada, los españoles tendremos que hacer un esfuerzo presupuestario adicional que permita que Europa entera se dote de un sistema de Defensa disuasorio y eficaz. Si hay algo que un Congreso tendría que apoyar por amplia mayoría es esta iniciativa, pero resulta que eso es justo lo que nuestro Congreso no está dispuesto a aprobar y por eso el señor Sánchez tiene que recurrir a uno de sus habituales trucos de trilero.
Esta caricaturesca situación, un Congreso secuestrado, esto es reducido a un bien privado, por minorías que no pretenden otra cosa que extorsionar al resto de los españoles, tiene un doble origen, uno de fondo, otro inmediato. De fondo nos encontramos con que el diseño constitucional ha favorecido mucho la estabilidad de los Gobiernos otorgando al presidente una serie de prerrogativas que hacen posible, entre otras cosas, la que comentamos, que el Congreso no sólo renuncie a controlar al Gobierno, sino que permita un auténtico chantaje a la nación que le ha dado los poderes que tiene.
«Sánchez escogió gobernar en su exclusivo beneficio y para ello no se privó de construir una mayoría ‘contra natura’»
El Poder Legislativo ha quedado reducido a ser un mero apéndice del Gobierno porque ha dejado de ser un poder independiente en la medida en que los diputados, agrupados en grupos parlamentarios, han renunciado a aquello que la Constitución establece. No controlan la acción del Gobierno, se limitan a investirlo y luego a protegerlo a cualquier precio, lo aplauden o lo denigran, pero apenas pueden incomodarlo porque el reglamento de la Cámara está pensado para impedir cualquier libertad al diputado que pudiera sentirse tentado a obrar en conciencia.
Este es el telón de fondo, pero sobre él se representa una tragicomedia burlesca que está llevando a que el Congreso supere día a día los baremos ordinarios de la indignidad política. Pedro Sánchez escogió gobernar en su exclusivo beneficio, lo que es la corrupción más grave concebible, y para ello no se privó de construir una mayoría contra natura que le está dando continuos navajazos, pero Sánchez todo lo soporta con tal de seguir al frente de esa suma rufianesca.
La pregunta que hay que hacer es bastante clara: ¿son conscientes los españoles de que el ansia de poder de un líder ensoberbecido hace que hablar de que la política está al servicio del bien común sea un sarcasmo? Necesitamos reformas de calado en la arquitectura del sistema para evitar que se repitan situaciones como la de este Congreso escandalosamente privatizado. Pero nada se podrá hacer si no aparece una amplia mayoría de españoles capaz de distinguir la lluvia de los orines, ambos mojan, pero parece indigno soportarlos con idéntica paciencia.