The Objective
Carlos Mayoral

Orwelliano Coldplay

«Veo la imagen esa de los dos pardillos abrazándose, y siento una especie de repulsión moral al ver cómo las jaurías sociales se abalanzan sobre ellos»

Opinión
Orwelliano Coldplay

Ilustración de Alejandra Svriz

De entre todas las tiranías que abundan en la célebre novela de Orwell, quizá la más agobiante, la más asfixiante cuando uno se sumerge en esas páginas, es la sensación de que el protagonista ha perdido uno de los mayores espacios de libertad de los que goza el ser humano: su intimidad. Esa falta de mundo propio lleva a los personajes de la novela a depender en exceso del mundo que le viene dado, y con él toda la basura propagandística y totalitaria que la política tiende a ejercer.

Veo las escenas del CEO de Astronomer, ya saben, el tipo ese que fue cazado por una cámara en el concierto de Coldplay, y siento vergüenza del mundo que nos ha tocado habitar; hasta los cojones de todos nosotros, que diría Estanislao Figueras. Veo la imagen esa de los dos pardillos abrazándose, y obviamente siento una especie de repulsión moral que termina convirtiéndose en cierta condescendencia al ver cómo las jaurías sociales se abalanzan sobre ellos.

Unos días después de que se produjese la escena, él ha perdido su trabajo; ella, por supuesto, también el suyo; encaran divorcios millonarios seguramente motivados más por la vergüenza que por el despecho; y probablemente se enfrenten a una condena más triste aún que la laboral o hasta la que tantas veces se da entre cónyuges: ahí afuera, en la calle, les espera la estricta muerte social. 

Antes de que el lector tenga a bien echárseme encima, permítanme explicarme. Lo primero que debo decir es que bastante tenemos ya con el rastreo constante al que nos someten móviles, aplicaciones y camaritas como para tener que soportar que un grupito de música (dicho sea de paso, sólo apto para horteras) exponga a dos ciudadanos anónimos que pasaban por allí. Esa manera de difuminar la frontera entre lo público y lo privado es, sin duda, una manera sutil, volviendo a Orwell, de quitarnos la poca libertad que nos queda.

«Los usuarios de la red, que siempre tienen a mano piedras de esas gordas como las de ‘La Vida de Brian’, lapidan sin piedad»

Pero, como adelantaba, más me molesta aún la reacción de los buitres de la red. Decía Galdós que una turba enfervorecida es la expresión máxima del fracaso social. Los usuarios de la red, que siempre tienen a mano piedras de esas gordas como las de La Vida de Brian, lapidan sin piedad. Escarnio público a costa de dos personas que tienen sus familias, su vida, sus explicaciones por dar o incluso sus propios pactos sentimentales con sus respectivas parejas. Qué sé yo. Pero todo eso da igual en esta sociedad pancirquista: memes por todas partes y que le den a la integridad del prójimo.

Hemos aceptado machacar el error con una naturalidad que da verdadero pavor. Decía Quintana Paz, columnista aquí en THE OBJECTIVE, y a quien últimamente cito mucho, que la cancelación es un producto propio de las culturas protestantes, por aquello de difuminar un perdón que las católicas tienen muy presente. Decía precisamente un religioso tardío, Lev Tolstoi, que comprender todo es perdonar todo. Me pregunto si esta sociedad de hoy comprende algo; pero prefiero, si el lector me da permiso, ni siquiera intentar responderme.

Publicidad