The Objective
Cristina Casabón

El antifranquismo de salón

«El problema no es solamente hacer referencia a falsos paralelismos de la historia, sino, también, su uso político»

Opinión
El antifranquismo de salón

Ilustración de Alejandra Svriz.

Lo que estamos viviendo ahora son las guerras de nuestros abuelos. Veo cierta izquierda televisiva, editorial, ministerial que se ha instalado en una pulsión extraña, casi morbosa, por volver a una historia dramática que no vivieron, por habitar una épica prestada, por ensayar un antifranquismo retrospectivo, de salón y tertulia, que sustituya la falta de gestas propias. Quizás sea que la democracia, con su grisura administrativa y su aburrida cotidianidad, no sirva para despertar las bajas pasiones que les alimentan. 

Hoy vemos una necesidad obsesiva de llamar franquista a la derecha actual, como si la Transición no la hubieran hecho nuestros parientes más cercanos, con Suárez al frente y como si no existiera hoy una estirpe de la derecha con parientes que lucharon en el bando republicano. Sin Franco no hay épica, y ahora están creando nuevos monstruos.

Siempre nos habíamos preguntado de dónde viene ese nieto socialista que de vez en cuando nos saca el pasado para ilustrarnos, muchas veces descubrimos que tiene un abuelo o bisabuelo franquista y nos parece muy bien. Sin embargo, yo no voy a sacar aquí el martirio de mi bisabuelo ilustre e ilustrado, creo que es de mal gusto y además, hoy cualquier socialismo moderado, del entorno de Besteiro no sirve para el mito ni emociona nada. A ese nieto socialista o republicano solamente le diré que nunca, jamás, he votado al PSOE ni pienso hacerlo.

Muchos nietos socialistas creen que entre 1936 y hoy hay una línea genealógica e ideológica directa, como si el franquismo o el socialismo fuera una herencia que se transmite por vía sanguínea o por papeleta electoral. Para reforzar esa ficción, en el año Franco, proliferan los historiadores en tertulias de televisión, siempre dispuestos a confundir la época actual con la Alemania de entreguerras o bien con la Guerra Civil. Siempre sacando el tarro de los paralelismos históricos, dispuestos a deslizar una pedagogía sutil: cuidado, que esta derecha es lo mismo con otro disfraz.

El problema no es solamente hacer referencia a falsos paralelismos de la historia sino, también, su uso político. Desde Zapatero, el PSOE decidió abandonar progresivamente la socialdemocracia, el socialfelipismo, para abrazar una alianza estructural con la izquierda radical y los nacionalismos, construyendo un frente común que recuerda a las dinámicas de bloques previas a la Transición. Para legitimar ese giro, tenían que reabrir el conflicto, desempolvar las trincheras, volver a hablar de bandos y, por encima de todo, resucitar la guerra de nuestros bisabuelos.

Es una forma de negarse a aceptar que la generación posterior, la de la Transición, hizo un trabajo encomiable, que la alternancia democrática de las derechas es legítima, que estas derechas modernas tienen abuelos en las dos trincheras. Habría que contar aquello con algún rigor y  reconocer matices, es lo mínimo que una espera de los analistas e historiadores, y cualquiera que esté haciendo paralelismos entre dos periodos históricos para sacar un rédito, deja de ser historiador para convertirse en un emisario político y un pirómano.

Una democracia madura no se sostiene sobre mitologías heredadas ni sobre dramatizaciones retrospectivas. Se sostiene sobre el reconocimiento del pluralismo, la legitimidad del adversario y la aceptación de que el pasado no puede seguir dictando quién es moralmente aceptable en el presente. El consenso constitucional no fue un acto de amnesia, sino de responsabilidad histórica, y se hizo gracias a figuras como la de Adolfo Suárez. Convertir hoy ese consenso y sus líderes en objeto de sospecha, o presentar a una parte de la sociedad como heredera moral del franquismo, supone una enmienda a la totalidad del pacto democrático.

Superar las dos Españas no significa olvidar la historia, sino dejar de usarla como coartada. Solo entonces, exonerando a los bisnietos de las deudas de sus bisabuelos, tendremos tiempo para lo verdaderamente urgente. Nadie es responsable de sus abuelos.

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