Queremos ladrones catalanes
«Para detener ladrones, trabajar en la seguridad de puertos y aeropuertos o detener inmigrantes ilegales habrá que tener el certificado de la catalanidad absoluta»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Aquí sigo, en Texas, uno de los Estados más extensos y con mayor producto interior bruto (PIB) de la América de Trump. En este territorio, que antes fue México y en el que el 40% de la población (13 millones) es latina, el bilingüismo (inglés-español) está muy bien visto. La enseñanza «dual», o sea en inglés y castellano, es escogida por las familias. Ahí me encontraba, en un café de Houston, cuando leí que la Generalitat va a imponer el catalán como «lengua propia y habitual de trabajo» a los Mossos d’Esquadra, la policía autonómica.
Hasta ahora, entre los requisitos de los aspirantes a Mossos no se encontraba la exigencia de un certificado de catalán, que sí tienen los bomberos y otras profesiones, como enfermeros o médicos. Sin embargo, un nuevo decreto anunciado por el Gobierno del socialista Salvador Illa, con el supuesto objetivo de «despolitizar, mejorar y ampliar las competencias de los Mossos» va a «exigir el catalán como lengua habitual de trabajo». Varias entidades, entre ellas Impulso Ciudadano, han anunciado que recurrirán judicialmente contra ese decreto de la Generalitat para imponer otra norma, una más, en contra de la «cooficialidad» del castellano y el catalán. Ambas, aunque no lo parezca, son lenguas oficiales de Cataluña.
Perdónenme que vuelva sobre el mismo maldito tema, pero hay que recordar los usos y derechos lingüísticos de los ciudadanos tantas veces como haga falta a quienes gobiernan y pretenden imponer, a veces de tapadillo, una sola lengua oficial a todos los ciudadanos de la autonomía. Cataluña es bilingüe, digan lo que digan los independentistas y esos partidos que utilizan el idioma para ganar votos o conseguir pactos que les permitan gobernar.
Los datos son tozudos. La Encuesta de usos lingüísticos, publicada en 2025, advierte que el catalán solo es lengua materna del 29% de la población. El castellano es el idioma principal y familiar del 49,2%. Ambas lenguas pierden hablantes, aunque el español de España o de Latinoamérica se sigue utilizando más que el catalán debido, entre otros motivos, a la llegada de trabajadores iberoamericanos. Aumentan los bilingües, que ya son/somos el 5,6%. Y los que usan otra lengua (inglés o árabe) suman un 15%.
Quieren los lingüistas catalanes, que son legión en la administración pública continuadora del procés, convencernos de que Cataluña es una sociedad «plurilingüe» en la que no hace falta hablar ni estudiar en español, ese idioma extranjero. Ocultan que la mitad de la población se declara castellanoparlante y, puestos a escoger, fomentan el bilingüismo inglés-catalán. Es mejor, aducen, invertir en la lengua de los negocios mundiales y olvidan, porque no les interesa políticamente, que, en hablantes nativos, el español es el segundo idioma del mundo tras el mandarín.
«Médicos, enfermeras, camareros, contables, catedráticos, ingenieros… desisten de Cataluña ante la presión lingüística y las denuncias»
El nuevo decreto 269/2025, que regula «la imagen institucional, los uniformes, las acreditaciones y las distinciones de la Policía de Cataluña», establece que la lengua «propia y habitual de trabajo y de relación con la ciudadanía de los miembros de la PG-ME es el catalán». Para detener ladrones, trabajar en la seguridad de puertos y aeropuertos, asegurar las fronteras o detener inmigrantes ilegales habrá que tener el certificado de la catalanidad absoluta. ¿Qué será lo siguiente? Probablemente, exigir ladrones catalanes.
Poner fronteras lingüísticas (tan visibles, tan absurdas) provoca el fracaso escolar entre los niños castellano parlantes, que juegan a la pilota en patios escrutados por vigilantes de la lengua. También cierra las puertas a trabajadores hispanos sobradamente preparados y necesarios. Médicos, enfermeras, camareros, contables, catedráticos, ingenieros… desisten de Cataluña ante la presión lingüística y las constantes denuncias. Los médicos españoles recién graduados (los famosos MIR) evitan ya escoger hospitales catalanes, por lo que la comunidad ha caído como primera preferencia entre los doctores con mejores resultados en el examen. En definitiva, son barreras que también frenan el desarrollo económico de un país.
Después de años de nacionalismo quejica o procesista nos hemos acostumbrado al catastrofismo lingüístico. La inmersión total en catalán parece que nunca es suficiente. «El catalán está en peligro de extinción, a un paso de la desaparición», claman los «buenos catalanes» y sus partidos en cuanto se huelen elecciones o necesitan pactar alguna amnistía que otra. Sin embargo, la mayoría de los periódicos, de las radios y de las televisiones públicas se publican o emiten en la única lengua que el independentismo considera propia. Hay muchos motivos, todos interesados, en seguir denunciando a los malvados españoles que se empeñan en no entenderles en la heladería, el hospital o en el bar de la esquina.
El enfado eterno se impone y empobrece la vida cotidiana. Sería mejor, para la economía, la educación y el trabajo policial, que buscáramos soluciones prácticas de convivencia entre las dos lenguas que se hablan, desde hace siglos, en Cataluña. En Texas, con una población hispanohablante del 31%, ya lo han hecho. En museos, medios de transporte o en la calle todos los avisos son bilingües. Y el exitoso programa educativo Dual Language ofrece una instrucción bilingüe en todas las materias básicas. Nadie reclama enseñanza en el «idioma oficial», ya que ni siquiera está establecido en la legislación del Estado.
Acabo de beber mi «americano» en esta mañana de Nochebuena, cuando mi cansado cerebro bilingüe me hace preguntas en mis dos lenguas familiares. ¿En medio de un atraco en Las Ramblas, la prioridad policial es conversar o detener al delincuente? ¿Qué será lo siguiente? Exigir a los cacos el B1 de catalán.