¿Por qué la izquierda no sabe hacer memes?
«Una de las razones por las que, pese a su abultada mayoría, la izquierda hace un humor internáutico menos gracioso es que tal cosa no ocurre ‘pese a su mayoría’, sino debido a ella»
Entre las mil cosas que aprendí con mi profesor de Historia de la Filosofía Antigua, don Pablo García Castillo, muchas no provenían ni de Empédocles ni de Aristóteles, sino de él mismo. Junto a los ánimos que jocosamente nos insuflaba a los jóvenes aspirantes a filósofos (oficio que, aseguraba, sin duda nos daría para comer, aunque otra cosa ya es que también para cenar) y con chascarrillos premonitorios (como el que nos advertía de que no esperásemos demasiada libertad de las cadenas de televisión, dado que por algo se llaman cadenas), hay una anécdota suya que siempre recordaré.
El relato se remonta a un momento tan relevante en la vida de todo académico como es la defensa de su tesis doctoral. Ante un tribunal de cinco egregios catedráticos, García Castillo presentó una disertación sobre el filósofo del siglo III Plotino, figura imprescindible para entender todo el neoplatonismo posterior. Hay quien asegura que con ello mi antiguo profesor se convertiría en el principal referente español sobre tal autor; mas en todo caso una tesis doctoral es un momento peliagudo, del que no todo el mundo sale con sus capacidades mentales intactas. Por ello resultó tan comprometida su situación cuando uno de los evaluadores, recogiendo una vieja hablilla que asevera que Plotino prolongó su lactancia hasta los ocho años de edad, le solicitó su opinión al respecto. ¿Acaso no detectaba el doctorando algo de edípico en todo aquello?
Si internarse en el territorio pantanoso del psicoanálisis suele ser aventura arriesgada incluso durante cenas familiares, hacerlo ante cinco jueces de quienes depende tu carrera y que poseen opiniones, seguramente, muy variopintas al respecto implicaba adentrarse en un jardín selvático. Uno que, con buen tino, nuestro protagonista captó enseguida que debía esquivar. Ahora bien, ¿cómo lograrlo sin dar la sensación de que rehuía una pregunta, pecado que durante un examen puede causar serios daños a tu calificación?
La estrategia que adoptó entonces nuestro hombre fue, empero, tan añeja como astuta. Recurrió al humor. ¿Que qué demostraba el hecho de que Plotino hubiera mamado leche de su madre hasta los ocho años? Nada, aparte de que era un mamón. El ilustre tribunal filosófico rio. Y otorgó al doctorando la calificación más alta. Ya de profesor, este nos narraba el suceso con una moraleja: cuando no puedas convencerlos, al menos hazlos reír. Desde aquel momento la adopté como mi divisa personal.
Traigo esta historieta a cuento de una frase que se ha vuelto célebre en las redes sociales: “La izquierda no sabe hacer memes” (the left can’t meme). Existen ya canciones y libros incluso sobre el argumento. Responde a una sensación extendida: a la hora de hacer chistes en internet (chistes que a menudo cobran la forma de ese nuevo género denominado “meme”) las personas de derechas resultan en general mas graciosas que las de izquierda. Incluso lo reconocen (con lamentos) izquierdistas de pro.
¿Por qué ocurre esto? Cabe sumar tal misterio a otros interrogantes tradicionales de la investigación sobre el humor, como por qué triunfan en él muchos más hombres que mujeres. (La causa no parece ser el machismo, pues incluso sin conocer el sexo del emisor la gente evalúa como más divertidos los chistes de los varones: este reciente estudio eleva a un 63% los que resultan más cómicos que la media femenina).
Y bien, vamos a proponer dos hipótesis acerca de por qué a la izquierda se le dan peor las humoradas en internet. Ambas, sin embargo, parten de un mismo presupuesto: hoy la izquierda woke, postmoderna, la izquierda preocupada por los diferentes grupines identitarios (sexo, género, naciones, etnias, razas, lenguas… que parezcan víctimas), disfruta de una cómoda mayoría en todos aquellos sectores relacionados con transmitir ideas (sea periodismo, universidad o industria del entretenimiento). También, por tanto, en internet.
Uno de los últimos análisis que lo corroboran es este, en torno a las búsquedas en Google. Por lo que concierne al ámbito académico, ya vimos en un artículo anterior cómo los alumnos conservadores sufren maltrato tres veces más que sus compañeros izquierdistas si expresan sus ideas; o que, si resulta que eres una estudiante de derechas, la media dice que te insultarán el doble de veces por tus ideas que por ser mujer. Los datos sobre adscripción ideológica, mayoritariamente izquierdosa, de los periodistas, profesores universitarios o cineastas tampoco dejan muchas dudas al respecto.
Partiendo de ese hecho, pues, creo que hay dos razones para que, pese a su abultada mayoría, la izquierda haga un humor internáutico menos gracioso. De hecho, la primera de esas explicaciones es que tal cosa no ocurre “pese a su mayoría”, sino debido a ella.
En efecto, como apunta la anécdota que he empezado narrando, recurrir a lo cómico es una excelente salida siempre que te halles en situación de inferioridad. El humor se caracteriza por dar la vuelta, o al menos conmover un tanto, las jerarquías que nos rodean: que lo alto sea bajo y lo bajo sea, al menos un instante, elevado. Tal vez por eso provoca siempre sonrisas un accidente tan simple como que cualquiera de nuestros semejantes pose sus reales en el suelo tras resbalar. Si el hambre aguza el ingenio, tu minoría en internet podrá aguzar también tu humor.
Hay una segunda explicación, menos sociológica y más psicológica, que podría ratificar esta tendencia. Recordemos el importante estudio de J. Graham, B. A. Nosek y J. Haidt al que ya me he referido otras veces. Se trata de una investigación que revela que, si se le pregunta a alguien de derechas cómo pensaría un izquierdista sobre diversos dilemas morales, acierta de media mucho más que si es al de izquierdas al que se inquiere sobre la derecha. Es decir, las personas conservadoras entienden notablemente mejor la mentalidad progresista que al contrario.
Y bien, parece lógico que solo puedes ironizar o ridiculizar de modo inteligente a tus rivales si antes los has comprendido bien. De otro modo, lo que harás será reírte de algo que solo tú tienes en tu cabeza, pero que provoca a los demás cierto cringe (pido perdón por contagiarme de anglicismos interneteros mientras hablo de internet).
Es más, si la izquierda a menudo ni siquiera sabe bien por qué piensa la derecha lo que piensa, es razonable concluir que sentirá cierto nerviosismo, más o menos disimulado, al abordar cuestiones para ella tan misteriosas como que no todo el mundo sea izquierdista. Y cuando te agarran los nervios (lo hemos visto todos en la película sobre el Joker) resulta difícil hacer un chiste eficaz. Por el contrario, los tuiteros o blogueros basados y rojopastillados de derechas (y pido perdón de nuevo por el uso de jerga internáutica), que han aceptado ya su inferioridad numérica desde el inicio, no tienen especiales motivos para ponerse nerviosos al dibujar un meme con que responderán a un tuit.
Soy consciente, en todo caso, de que aquí solo estoy bosquejando líneas de exploración que confío en que algún joven investigador recoja, de forma que algún día quede del todo resuelto el misterio de por qué a la izquierda se le dan los memes tan mal. Sin embargo, si este artículo ha excitado en algún otro joven académico el afán de escudriñar otra antañona cuestión, a saber, si la filosofía de Plotino refleja de algún modo su predilección por los pechos maternos, lo daré por bien empleado igual.