THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Retazos de un mundo en fuga

«Sería una pena que el cine clásico —también el mudo y el moderno—pasase a la irrelevancia; por lo mucho que se perderían quienes no llegasen a disfrutarlo»

Rancho Notorious
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Retazos de un mundo en fuga

Escena de 'Horizon'. | Europa Press

Si el antaño prestigioso CIS hubiera venido preguntando a los españoles de distinto sexo, edad y condición por su grado de familiaridad con el cine clásico —¿ha visto usted Casablanca o Ladrón de bicicletas?— durante los últimos 40 años, dispondríamos de una información que nos permitiría dibujar la evolución de la cultura fílmica en nuestro país. Pero ya comprende uno que la sociología tiene que dedicarse a otros menesteres y además disponemos de indicios suficientes para concluir que la relación del público con la tradición cinematográfica se ha deteriorado considerablemente en las últimas dos o tres décadas.

No hace falta acudir a los datos de asistencia a las salas, ni preguntar a los más jóvenes qué películas eligen en las plataformas: aunque aquí hemos dado cuenta de la existencia de una vibrante cultura cinéfila que ha adoptado forma global gracias a la conectividad digital y que encuentra expresiones particulares en cada país, el gran público ha perdido su vieja conexión emocional con el cine como forma primordial de entretenimiento y todo indica que la socialización de los jóvenes no pasa hoy por el contacto con el melodrama hollywoodense o la nueva ola francesa.

Esa realidad ha podido constatarse en los mismísimos Estados Unidos con el fracaso en taquilla de la primera parte de Horizon, la ambiciosa «saga americana» de Kevin Costner, que con un presupuesto de 100 millones de dólares apenas lleva recaudados algo más de 25 en la sociedad a la que su narración va dirigida sin ambages. Se ve que la propuesta de pasar tres horas en una sala de cine repasando los mitos fundacionales de la nación carecen del atractivo que un día tuvieron, pese a que el planteamiento de Costner y sus guionistas rehúye los viejos clichés acerca de los nativos americanos y plantean frontalmente el problema que supone la llegada de inmigrantes europeos a un territorio habitado ya por otros seres humanos.

Esta reescritura del western, cuyos precedentes se remontan a películas como Flecha rota, La puerta del diablo u Otoño Cheyenne, por no hablar de obras abiertamente revisionistas tales como Pequeño gran hombre o La venganza de Ulzana, está en línea con lo que la historiografía más reciente nos enseña sobre esas «naciones nativas» —por usar el título del recién publicado libro de Katherine DuVal— que llevaban siglos asentadas en Norteamérica cuando empezó la célebre expansión hacia el Oeste en nombre del «destino manifiesto» de los nuevos Estados Unidos. Pese a algunas debilidades, que bien pueden tomarse como concesiones al gran público, Horizon es una obra estimable e interesante que a menudo sabe detenerse en sus propias secuencias y acredita de paso un saludable realismo: sorprende la cantidad de disparos que necesita el personaje interpretado por Kevin Costner para matar al forajido de la familia Sykes con quien se enfrenta en ese pueblo minero que recuerda al primer Sam Peckinpah.

Para ilustrar la trayectoria descendente del cine clásico en el imaginario occidental, en cualquier caso, basta fijarse en el destino que ha corrido ¡Qué grande es el cine!, el programa que José Luis Garci —interesante realizador e inmejorable divulgador– ha dedicado a la popularización del gran cine en sus sucesivas encarnaciones. Tras una etapa gloriosa en la televisión pública entre febrero de 1995 y diciembre de 2005, el programa renació en Telemadrid entre 2009 y 2012 bajo el título Cine en blanco y negro, dando paso en esa misma cadena a Querer de cine, que se emitió entre 2012 y 2014.

«El aparente motivo de cancelación de ‘Classics’ en 13tv es elocuente: el canal no quiere películas en blanco y negro»

Después, entre 2021 y la actualidad, fue la cadena privada 13tv la que hizo sitio a Classics, cuya cancelación acaba de anunciarse oficiosamente. El aparente motivo es elocuente: el canal no quiere películas en blanco y negro. ¡Ni Casablanca, ni Ladrón de bicicletas, ni Los siete samuráis! Tampoco Al final de la escapada, ni Manhattan, ni Toro salvaje, que son ya cine moderno. Dado que el juicioso Garci no concibe un programa dedicado al cine clásico que excluya al cine en blanco y negro, no hay más que hablar. Y bien dicho está.

Cuando supe de la noticia, me vino a la memoria aquella campaña atroz de Turner Classics consistente en «colorear» películas clásicas a fin de vencer con ello la resistencia del público a verlas en blanco y negro. Yo mismo recuerdo haber visto la gloriosa Operación en Birmania, el film bélico de Raoul Walsh, en una versión desvaída y artificiosa que restaba vitalidad a la cinta en lugar de insuflársela. En su momento, el magnate Ted Turner justificó la idea diciendo que él era propietario de los derechos de exhibición de los films —unos 3650 procedentes de la MGM, la Warner y la RKO— y que las películas en color atraían más publicidad a la televisión.

Por desgracia, el público estuvo al principio de acuerdo: según cuenta (https://www.mentalfloss.com/posts/ted-turner-tbs-classic-movies-colorized) Jake Rossen, el VHS en blanco y negro de ¡Qué bello es vivir! vendió 5.000 unidades, mientras que su versión coloreada —tres veces más cara— se fue hasta las 80.000. Resulta, por cierto, que el coloreado de esta última obra fue consentido por Frank Capra, arrepentido luego, y se realizó ya antes de que Turner se quedase con la RKO. No faltaron las voces críticas dentro de la industria: John Huston, Billy, Wilder, George Lucas, Richard Brooks, Orson Welles, James Stewart. Para la mayoría, colorear una película en blanco y negro representaba una violación de la integridad artística y la irremediable adulteración de una dimensión estética indisociable de las demás cualidades del film. Tenían razón.

Cuando la versión coloreada de Casablanca llegó a las pantallas domésticas en 1988, el difunto crítico Roger Ebert dijo que era uno de los días más tristes en la historia del cine. Afortunadamente, el interés del público se fue desvaneciendo una vez pasado el impacto de la novedad y la amenaza de acciones legales por parte de algunos creadores —viables o no— contribuyeron a desalentar a Turner, llevando a su vez a la bancarrota a las empresas encargadas del coloreado. Y aunque Turner se deshizo de sus cadenas vendiéndolas en 1996 y nunca se ha arrepentido de colorear el cine clásico, el canal Turner Classic Movies existe desde 1994 y constituye hoy su legado más perdurable: cuando uno entra en un hotel norteamericano y pone la televisión, puede contar con algún clásico hollywoodense en blanco y negro. Si bien hubo hace poco rumores (https://www.theatlantic.com/culture/archive/2023/06/turner-classic-movies-changes/674564/) acerca del futuro de la cadena tras el despido de una parte de su personal, cabe esperar que nada suceda y esa gran biblioteca cinematográfica siga a disposición —previo pago— del público.

«Sería una cadena pública la que habría de esforzarse por transmitir a las nuevas generaciones el acervo cultural»

En una oportuna pieza publicada (https://elpais.com/television/2024-07-15/a-quien-le-interesa-el-cine-clasico.html) en El País, la cineasta Jimina Sabadú lamentaba la desaparición del programa de Garci en 13tv y abogaba por su regreso a la televisión estatal; lo hacía en nombre de la vocación de servicio público que se le supone a esta última. Aunque nos hayamos acostumbrado a verla competir con las televisiones privadas, gastando para ello sumas astronómicas procedentes del dinero de los contribuyentes, sería precisamente una cadena pública la que habría de esforzarse por transmitir a las nuevas generaciones el acervo cultural, poniéndoles delante aquello que más peligro corre de perderse bajo la metálica apisonadora de la novedad. Si nadie pone cine en blanco y negro en televisión, ¿quién les descubrirá La quimera del oro o Pasión de los fuertes? Ahora que las últimas actrices protagonistas que vivieron la era clásica cumplen 100 años (Vera Miles) o se aproximan a esa venerable cifra (Kim Novak), ¿cuántos jóvenes sabrán quiénes son?

Vaya por delante que no pasa nada: se puede vivir sin el cine, siempre y cuando no se haya llegado a amarlo; como se puede vivir sin la novela, la botánica o el arte renacentista. No obstante, la autonomía personal que nos autoriza a decidir en qué vamos a ocupar nuestro tiempo se encuentra inevitablemente constreñida por las oportunidades de que disponemos y por los mundos que llegamos a conocer. En ese sentido, la experiencia cinematográfica de un joven de ahora mismo no puede ser la misma que la vivida por quienes acudían con fervor —genuino o imitativo— a las filmotecas cuando eran estudiantes y se hablaba de Antonioni.

Pero tampoco la de quienes hacían cola para ver Psicosis en 1960 o El padrino en 1972; con la excepción ocasional de los estrenos que se convierten en acontecimientos por razones culturales o políticas: de Barbie a Oppenheimer. Concedido: el tiempo pasa y el mundo cambia. Para el adolescente que nació en 2008, Ciudadano Kane está a la misma distancia que mediaba entre el adolescente de 1941 y la publicación de Madame Bovary o Los miserables. Y, desde luego, el cine no goza ya de la abrumadora ventaja tecnológica de la que disfrutó durante los años de consolidación de la industria entre 1920 y 1950: en ausencia de la televisión, solo la radio y el teatro competían con las películas como entretenimiento de masas e incluso la solitaria Simeone de Beauvoir que visitaba Estados Unidos en el invierno de 1947 se metía en el cine cuando tenía una tarde libre.

«¿Será posible que el cine clásico no sea capaz de superar con éxito la aparición del ‘smartphone’ y el uso masivo de las redes?»

Sería una pena, con todo, que el cine clásico —también el mudo y el moderno— pasase a la irrelevancia; por lo mucho que se perderían quienes no llegasen a conocerlo ni disfrutarlo. Ahora que proliferan las restauraciones y disfrutamos de las mejores herramientas tecnológicas imaginables para ver cine en casa, hay que pararse a pensar en lo mucho que ha aguantado el séptimo arte: veíamos copias pésimas en televisores pequeños, con doblajes lamentables e interrupciones publicitarias frecuentes («no se interrumpe una emoción», rezaba el eslogan creado por Federico Fellini para su campaña contra la inserción de anuncios televisivos en mitad de las películas), todo ello bajo la intensa luz cenital del salón familiar y sin acceso fácil a la información pertinente sobre realizadores, estudios o actores.

Tras sobrevivir a esas penosas condiciones de recepción, que sin embargo nos hacía familiar aquel vasto universo visual, ¿será posible que el cine clásico no sea capaz de superar con éxito la aparición del smartphone y el uso masivo de las redes sociales? La existencia de podcasts como Lo que el tiempo se llevó, en el que las jóvenes hermanas Tena intentan acercar «el cine antiguo al público moderno», permiten albergar cierta esperanza; tampoco faltan librerías especializadas en las grandes ciudades ni han desaparecido las filmotecas. Pero no sería mala cosa que programas como el de José Luis Garci fueran norma, en lugar de contenciosa excepción, en nuestras cadenas públicas. ¡Me sumo a la petición!

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