THE OBJECTIVE
Pau Luque

“This sentimental motherfucker!”

En una de las últimas escenas de la temporada final de The Wire “Slim” Charles ejecuta a “Cheese” Wagstaff en venganza por haber entregado a “Proposition” Joe a Marlo Stainfield

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“This sentimental motherfucker!”

En una de las últimas escenas de la temporada final de The Wire, la genial serie de David Simon que he vuelto a ver este invierno, “Slim” Charles ejecuta a “Cheese” Wagstaff en venganza por haber entregado a “Proposition” Joe a Marlo Stainfield. Se trata de una ejecución sumaria que perjudica el negocio que tienen entre manos y, por ello, Clinton “Shorty” Buise, uno de los gánsteres presentes en la escena, se queja de “Slim” Charles amargamente: “This sentimental motherfucker just cost us money!”.

Ah, el nuestro es el tiempo de los hombres y las mujeres sentimentales. Sin ir más lejos, pocas cosas más valoradas hay en nuestros días que la figura del político sentimental. El crédito político, y desde luego el prestigio moral, no proviene de la capacidad para poner en práctica ideas políticas, de la habilidad para crear consensos o – no digamos – del interés en argumentar racionalmente a favor de alguna posición. Proviene de que el político de turno tenga la actitud emotiva correcta, de que llore cuando tenga que llorar, ría cuando tenga que reír, se indigne cuando toca indignarse y de que casi todo el tiempo agite – en un sentido figurado – alguna bandera.

Nada de esto es una novedad. Son muchos los que han escrito ya sobre el papel de las emociones y los sentimientos en la política. Tampoco es una noticia que los políticos sentimentales nos cuestan tiempo, de vez en cuando derechos individuales y muchas más veces, como dice “Shorty” Buise respecto de “Slim” Charles, dinero.

Lo que tal vez sí es una novedad es señalar que los políticos sentimentales nos cuestan también sentimientos. El político sentimental – invocando los propios sentimientos – pone en marcha un círculo que deshilacha los lazos de lealtad social: él se identifica sólo con los sentimientos de una parte de la sociedad y esa parte de la sociedad se identifica sólo con ese político. De este modo el político sentimental no sólo inhibe los sentimientos de la parte de la sociedad con la que no se identifica, sino que, a fuerza de hablar conmovido (o aparentemente conmovido) sólo a unos, termina inhibiendo también los sentimientos de encuentro que comparten esas dos – o más – comunidades socioculturales.

Estos últimos sentimientos son los más difíciles de engendrar y mantener porque amplían el perímetro de las relaciones tribales. Y los políticos sentimentales, muy en boga últimamente tanto en el centro y en la periferia como a izquierda y derecha, nos cuestan esos sentimientos transversales o intergrupales. Ante tal espécimen de político, en los días malos uno se ve tentado de parafrasear infielmente la lamentatio de “Shorty” Buise: “This sentimental motherfucker just cost us sentiments!”.

Todo el asunto remite a aquella paradoja enunciada por Milan Kundera según la cual nada hay más insensible que un hombre sentimental. Nada más letal para los sentimientos que permiten la existencia de los lazos de lealtad social y política que un líder político sentimental.

Posiblemente lo mejor para gestionar con sabiduría, generosidad y sensibilidad los diversos sentimientos presentes en una sociedad, y sobre todo para afianzar los sentimientos que posibilitan las relaciones sociales transtribales, son líderes políticos que no sean sentimentales.

No es un caso anómalo: si yo tuviera que ir a terapia para intentar solucionar algunos problemas sentimentales, ¿preferiría un terapeuta que tuviera los sentimientos a flor de piel y sesgara todo el análisis o uno que tomara cierta distancia? Y es que también respecto de la administración de los sentimientos, y no sólo de los recursos materiales, vale la sobada advertencia de Max Weber de que hay que hacer política con la cabeza y no con otras partes del cuerpo. 

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