THE OBJECTIVE
Lea Vélez

Todos los hombres del presidente

Tenía muchas ganas de ver The Post, la versión de Spielberg de Los papeles del Pentágono y aunque me entretuvo y me gustó, me resultó algo decepcionante. Comprendí que Spielberg, admirador de la película Todos los hombres del presidente, había querido hacer la precuela. Fue una película que marcó un antes y un después en el “cine de periodistas”. De hecho, la de Spielberg cierra con el mismo plano, exactamente, con el que abre la otra.

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Todos los hombres del presidente

Tenía muchas ganas de ver The Post, la versión de Spielberg de Los archivos del Pentágono y aunque me entretuvo y me gustó, me resultó algo decepcionante. Comprendí que Spielberg, admirador de la película Todos los hombres del presidente, había querido hacer la precuela. Fue una película que marcó un antes y un después en el “cine de periodistas”. De hecho, la de Spielberg cierra con el mismo plano, exactamente, con el que abre la otra.

Como soy de esas ingenuas que, equivocadamente, se metieron en la facultad de periodismo impulsadas por ese ambiente cinéfilo de las redacciones del cine, con su ruido ensordecedor de máquinas de escribir a todo trapo, la belleza de los tipos, maquetas, linotipias, con los clichés de la tensión de la hora de cierre, la vibración de las rotativas y la absurda esperanza de tener compañeros de trabajo tan guapos como Robert Redford, anoche me puse el DVD, dispuesta a disfrutar de una de esas películas que impulsaron mi vocación de escribir. Lo pasé fenomenal. Es cien veces mejor película que la de Spielberg, aunque la investigación de Woodward y Bernstein, reflejada en el excelente guion de mi adorado William Goldman, siga siendo tan incomprensible como el primer día. La única forma de que lo que hablan e investigan resulte masticable es habiendo leído antes el libro, toda la prensa de la época y varios libros más de historia, para conocer con detalle todo lo que rodeó al Watergate porque no es la historia del Watergate, que se da por sabido, sino de la investigación periodística, que a la sombra del affaire, reveló que en el escándalo estaba implicado directamente el hombre de confianza de Nixon y por tanto, el mismísimo presidente de los Estados Unidos. Es algo así como si aquí la prensa hubiera descubierto que Rajoy estaba detrás de los papeles de Bárcenas y los reporteros se centraran en encontrar la confirmación de un testigo directo que los lleve a lo más alto.

Pero no es de su guion de lo que quiero hablar, ni de la fascinante investigación de Woodward y Bernstein, ni del Watergate, ni del Washington Post, ni de cine. Es de la sensación que me produjo ver una película que refleja fielmente una época de profesionales, periodistas, políticos, en la que no aparece ni una sola mujer, excepto por algunos testigos accesorios a la trama. De hecho, las dos periodistas que ayudan a sus compañeros en cosas puntuales, solo sirven a la historia porque una tiene un novio entre los implicados y la otra se ha tomado una copa en su apartamento con otro de ellos y este teme que se entere su mujer. Es decir, que los hombres investigan aguerridamente, a base de llamada, tras llamada, con un esfuerzo ímprobo, y ellas, en cambio, se enteran de las cosas gracias a su sexo, en la elipsis entre dos secuencias, tomando copas con exnovios u hombres casados. Me hizo gracia porque refleja una gran verdad muy machista y lo hace conscientemente. Es una película fascinante porque ya mostró a la perfección su época en aquella época, en la que no estaban ya bien vistas las películas solo de hombres, y la sigue reflejando hoy día, pero con otra lectura.

Al comparar en mi mente ambas historias, la de Spielberg y la de Pakula, comprendí que desde los años 70 hasta aquí nuestra sensibilidad como espectadores ha cambiado de forma bestial.

En The Post, Spielberg pone como protagonista a una mujer, no le queda otra, porque hoy en día, nadie se tragaría una película solo de hombres. Por supuesto, lo que sucede es que, al ser la única mujer en un mundo de hombres, el personaje de Meryl Streep es el único verdaderamente interesante, pues se trata de una mujer en una encrucijada política, económica y moral que siente la responsabilidad de que no quiere hundir su periódico precisamente por ser la primera mujer que lo dirige.

En Todos los hombres del presidente, en cambio, solo hay hombres. Claro, está basada en la realidad y esa era la realidad. Las reuniones de redacción parecen partidas de póker de alguna película de los años cuarenta, todo son hombres fumando y discutiendo la portada del día siguiente y los temas de las distintas secciones. Los periodistas que investigan son hombres; los gargantas profundas, hombres; los políticos que organizan todo el tinglado ilegal, a la sombra de Nixon, hombres todos, con amigos hombres; los “ladrones”, hombres. El pasado era un mundo de hombres; el poder era todo de los hombres; la corrupción, de los hombres; la prensa que los acorrala, de los hombres. Vista con la mente de hoy, me chocó la cantidad de hombres por centímetro cuadrado de celuloide y me dije: esto ya no es así. No es así. Nadie soportaría hoy una película solo de hombres y por eso Spielberg ha acudido a Meryl Streep para hacer su precuela. Me hizo sentir bien. Me hizo ver cuánto han cambiado las cosas, al menos en la imagen que de las mujeres dan las películas. En igualdad queda mucho por hacer, tantísimo por hacer. No hay más que ver una de esas fotografías llenas de hombres en las que aparecen los miembros de la Real Academia de las Artes de San Fernando o los rectores de las universidades españolas o los académicos de la Lengua para caer en un déjà vú de Todos los hombres del presidente con su copa y su puro y su humo, tan masculino, que parece llevarnos al pasado obsoleto, pero me alegró sentir que hoy en día ya no se puede hacer una película de hombres, llenar solo de hombres la foto, sin que algo dentro del alma, se resienta.

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