MyTO

Contra la defensa (gremial) de la filosofía

«La buena filosofía, aunque por desgracia ocupe en muchas librerías los mismos estantes que algún que otro género fraudulento, no funciona como la autoayuda»

Zibaldone

vnwayne fan | Unsplash

Seamos claros desde el principio: la filosofía no te hace más feliz, ni mejor persona. Mi madre, sin ir más lejos, jamás ha leído a un filósofo, ni falta que le hace. No necesita haberse devanado los sesos con Kant y Aristóteles para ser una de las mejores personas que conozco. Probablemente, la filosofía no te ayude –a la hora de la verdad– a saber cómo educar de la mejor forma a tus hijos, ni a afrontar la muerte de un ser querido, así como tampoco a elegir pareja o amigos. En definitiva, es posible que no te dé las respuestas que necesitas en los momentos más importantes de tu existencia. O peor, puede incluso que te las dé pero te dejen indiferente.

Siento defraudar a aquellos que pensaban, desde fuera, que la filosofía podía ayudar a todas esas cosas –claro que entonces no se comprende por qué no han entrado ya en sus fauces; quizá no se lo tragan del todo, y hacen bien, no como los que caímos en la trampa como bobos–. La (buena) filosofía, aunque por desgracia ocupe en muchas librerías los mismos estantes que algún que otro género fraudulento, no funciona como la autoayuda. Te he ahorrado muchas, muchísimas horas de tu vida, así que puedes dejar de leer aquí. No hay de qué.

Si todavía no te he convencido y sigues leyendo esto, quizá se deba a que aún conservas algo de esperanza. O, tal vez, no estás en absoluto de acuerdo con lo anterior, y crees que la filosofía verdaderamente satisface esas necesidades vitales. Eso dependerá, por supuesto, de cómo entendamos la disciplina, lo que nos conduce a una pregunta importante: ¿qué demonios es la filosofía? Pues bien, para poder responder a esa cuestión será necesario, ya de partida, llevar a cabo un ejercicio filosófico. Y siento decepcionarte de nuevo, pero no existe una única y definitiva respuesta. Sucede que cada filósofo tiene su propia idea respecto de qué es, qué problemas aborda y de qué manera. Heidegger, Ortega y Gasset, Gustavo Bueno, Deleuze, Guattari, Agamben, Hannah Arendt, Feinmann o Bunge, por mencionar algunos, tienen todos ellos un libro titulado, precisamente, «¿Qué es la filosofía?».

Llegados a este punto, imagino que la confusión será enorme. Si cada filósofo tiene una definición diferente, entonces estarás tentado a razonar lo siguiente: «Si entre ellos mismos no se ponen de acuerdo, quiere decir que aquello que concierne a la filosofía, empezando por su propia noción, tiene un carácter relativo, es decir, que todo vale, y que por lo tanto también lo que pueda pensar yo sobre ese asunto. Así que para qué adentrarme en esa disciplina tan oscura que ni si quiera puede dar una respuesta definitiva a en qué consiste». ¡Error! Resulta que, aunque no lo sepas, del mismo modo que había que filosofar para saber qué es, al decir eso también estás haciendo filosofía, sólo que de una manera burda.

Permíteme esta grosera analogía: estarías adoptando el papel del cuñao’ que te dice con un exceso de confianza, pero sin tener ni idea de lo que está hablando, que eso (sea lo que sea) él lo solucionaría en un periquete así o asá. Vamos, que intentando huir de ella acabarías por abrazarla, pero torpe y malamente. Así que, como tantas veces se ha dicho ya, no existe la posibilidad de darle la espalda a la filosofía, sino que, al ignorar su historia y también sus planteamientos actuales, se estará siendo un mal filósofo. Tan pésimo, seguramente, como el cuñao’ solucionando tus problemas de boquilla. La filosofía no es necesaria, como tantas veces se dice a modo de eslogan. Al menos no en el sentido que le quieren dar algunos, es decir, el de beneficiosa; si la filosofía es necesaria lo es en un sentido más escolástico, esto es, el de inevitable.

¿Y qué pasa entonces con el problema que tenemos encima de la mesa estos días, sobre si Filosofía y Ética deben o no estar en las aulas de la ESO y Bachillerato? (Recordemos que el PSOE ha incumplido el pacto del Congreso en el que aseguraba que se recuperarían las horas lectivas de estas asignaturas en el ciclo educativo). En esto hay que ser también honestos y abandonar la ingenuidad a la que algunos acuden como trinchera. La defensa del gremio de profesores de secundaria, del todo lícita y, aquí sí, recomendable, no debe confundirse con la defensa de la filosofía en general. De hecho, aunque pueda sonarte extraño, una cosa y la otra tienen muy poco que ver.

El estudio de la historia de la filosofía, con esa lista de nombres lejanos, no asegura ni mucho menos la buena salud y la fecundidad de la disciplina. Que a un jovencito confuso le dé clases un Merlí no quiere decir que después vaya a convertirse en un gran ensayista, ni que vaya a escribir un tratado que aporte algo sustancial a la historia del pensamiento. Es más, muchos de los grandes filósofos no fueron profesores, sino que se dedicaban a cualquier otra cosa  –Spinoza a pulir lentes, Voltaire a traficar con esclavos (ya advertíamos al principio que ser filósofo no te hace necesariamente buena persona)–, y desarrollaban sus teorías en el ámbito privado, al margen de la academia.

Sería conveniente preguntarse cuántos de los profesores que pretenden defender la filosofía lo hacen realmente, más allá de querer conservar sus empleos. Es decir, cuántos se toman en serio el contenido que imparten, cuántos se dedican a seguir estudiando una vez han obtenido su plaza, cuántos tratan de aportar ideas originales a su presente. Pues ya te lo digo yo: muy pocos. Cómo quieren despertar el interés entre los alumnos que van al instituto, cómo quieren defender la filosofía, si después cuando terminan de dar una clase se olvidan del quehacer filosófico.

Los que tengan algún interés particular en la materia, por su parte, estarán ya hartos de elogios que subrayan la belleza de la inutilidad de la filosofía, su carácter excepcional y precioso en un mundo que funda su ética, estética y antropología en el desdén mercantil a lo valioso. A lo que nos hace –dicen– realmente humanos, atentos a los parámetros de la vida buena. A menudo, estas loas (acertadas en el fondo) cargan su poesía de un aire de funeral, como quien destaca las virtudes de un recién fallecido en el día de su entierro.

La razón por la que este discurso no convence más que a los que ya estaban persuadidos seguramente sea que el sentido común percibe una disonancia entre su letra y la realidad de la filosofía académica, que sin duda no agota el territorio total de esta disciplina (que se caracteriza, precisamente, por ocuparse del todo). Hay quien ha distinguido entre problemas de la filosofía y problemas de filósofos. Los primeros, por lo recién dicho, conciernen a todos; los segundos no importan a –casi– nadie. Convendría entonces preguntarse si la filosofía administrada en los centros educativos, al orillar a esos segundos problemas, ha convertido la crisis de la filosofía en un problema gremial.

En definitiva, las malas noticias para la filosofía pueden empujar  a la necesidad de una reflexión crítica que dote de un nuevo impulso a la disciplina y la coloque en el lugar que por naturaleza sólo ella puede ocupar: la de un saber no especializado que, en conversación con las técnicas y las Artes, las dote de sentido y las coordine, como saber imprescindible en un tiempo de disrupciones, riesgos e incertidumbres.

La defensa puramente negativa de la filosofía seguramente sea baldía aunque, a la vista de la alternativa, más que convincente. Y es que es mucho más provechoso estudiar una somera lista de autores a vuelapluma que conformarse con conocer los designios de un único pensador: el Ministerio del Interior y un coro de técnicos diletantes que elevan sus prejuicios y deseos a filosofemas. El equilibrio que se impone es, por tanto, esbozar una defensa autocrítica pero no autodestructiva que señale al tiempo la necesidad de la filosofía y su estatuto privilegiado respecto de la barbarie de la especialización y el pensamiento escrito en páginas del BOE.

«Lo cierto es que el punto crítico para la enseñanza de la filosofía en el que nos encontramos se da tanto en el instituto como en las universidades»

Lo cierto es que el punto crítico para la enseñanza de la filosofía en el que nos encontramos se da tanto en el instituto como en las universidades. Sin duda, hemos caído en dinámicas viciosas que alejan el espíritu filosófico de las aulas. A la vista de este escenario, se necesita, en primer lugar, recuperar la discusión. La filosofía no puede seguir explicándose sin dejar hueco (el principal) a la exposición argumentativa, puesto que su ejercicio se lleva a cabo, fundamentalmente, en el diálogo. Y ese diálogo sería mucho más fructífero si, en vez de plantear la disciplina como un acrítico barrido de autores –jamás se cuestiona por qué entran unos y no otros– se discutiesen temas en particular. De ese modo, los argumentos de los diferentes pensadores podrían ser utilizados por los alumnos como herramientas con las que construir sus propios razonamientos.

En la universidad, donde se presupone un mayor interés por parte del alumnado, lo suyo sería discutir desde la lectura de los textos fundamentales. No podemos, evidentemente, abarcar todos los grandes pensadores en cuatro años. Eso no es lo importante; se debería, por el contrario, capacitar a los estudiantes para que ellos mismos puedan enfrentarse a los pensadores que elijan. Para que sean filósofos creativos que hagan uso de la historia del pensamiento y puedan razonar en la actualidad, recuperando, como apuntábamos, el diálogo socrático y la antigua disputatio.

Ese diálogo, por supuesto, una vez adquirido y trabajado podrás ejercerlo allá donde vayas, te dediques a lo que te dediques. Porque, entre otras cosas, lo bueno que tiene la filosofía es que opera en todas partes. Este debería ser el sentido que le diésemos a ese otro eslogan, el de «sacar la filosofía a la calle». No el de dar clase a la intemperie, como hemos visto que hacen algunos profesores de instituto recientemente por el día mundial de la filosofía, confundiendo el significado literal con el alegórico, y condenando a los chavales a sentarse en el suelo, a pasar frío y a coger un constipado. Que a nadie le extrañe después el aborrecimiento de los alumnos y la fama de lunáticos que se ganan a pulso algunos docentes.

«Para decidir qué es lo mejor, si incluir o no la filosofía en el programa educativo, deberás saber primero qué es la filosofía y, además, tratar de esclarecer qué es lo más conveniente tanto para ti como para tus hijos, para el prójimo o también (si nos ponemos estupendos) para el mundo en su conjunto»

Cuando salgas del trabajo, de ese puesto utilísimo –qué duda cabe– con el que te ganas la vida, tal vez te veas obligado a rellenar el tiempo de alguna manera y te encuentres así con algún artículo puñetero como este, que problematice cuestiones de tu presente. Si, pongamos por caso, tienes hijos (o piensas tenerlos), no podrás negar que el asunto del contenido de la enseñanza obligatoria te toca de lleno. Para decidir qué es lo mejor, si incluir o no la filosofía en el programa educativo, deberás saber primero qué es la filosofía y, además, tratar de esclarecer qué es lo más conveniente tanto para ti como para tus hijos, para el prójimo o también (si nos ponemos estupendos) para el mundo en su conjunto.

Siento decirte que una vez te hayas preguntado por esas cuestiones y hayas tratado de darles respuesta te habrás convertido, quizá sin darte cuenta, en filósofo. Seguramente en uno mucho más avezado que antes de alimentar esos quebraderos de cabeza. No hay duda de que entonces ya no te resultará indiferente descubrir respuestas, porque no esperarás recibirlas pasivamente, como quien acepta un consejo barato de un libro de autoayuda. Ahora serás tú quien las encuentre, hallando también con algo de suerte buenas dosis de sentido.

Es bueno preguntarse si necesitamos o no conocer desde temprano lo que puedan enseñarnos Kant, Aristóteles o personas como mi madre, pero a sabiendas de que cada posible respuesta requerirá una sólida defensa filosófica.

8 comentarios
  1. estherbh

    Bien. Entonces el problema principal, según el articulista, no es saber en qué consiste la filosofía o, mejor dicho, qué papel puede desempeñar en la actualidad. De lo que se trata es de saber si es correcta la defensa de la filosofía por parte de un grupo de funcionarios interesados en mantener sus puestos. Si es interesante como conocimiento solo depende de cómo se enseñe pero me temo que el afán de tener un trabajo seguro anula cualquier posibilidad de calidad en la enseñanza y todo se resume en una dependencia ideológica y personal a la que el profesor debe atenerse (incluso cabe la posibilidad de que estas circunstancias anulen y restrinjan el pensamiento mismo).

  2. Meursault

    El artículo busca más la polémica (que se hable de ello) que argumentar contra la defensa “gremial” de la filosofía. Lo que se “argumenta” sobre la filosofía en secundaria o bachillerato se puede decir de todas y cada una de las asignaturas del currículo, por ejemplo, cuando señalan “Que a un jovencito confuso le dé clases un Merlí (entiendo que esto es una connotación peyorativa del personaje) no quiere decir que después vaya a convertirse en un gran ensayista” puede reconvertirse en “que a un jovencito confuso le dé clase un Roger Penrose no quiere decir que después vaya a convertirse en un gran físico matemático” y así con la literatura, la economía, etc. No creo que nadie del gremio de profesores de ESO y Bachillerato, a estas alturas, confunda la filosofía (buena o mala) con las asignaturas que se imparten en los sistemas educativos. Una cosa es la disciplina y otra bien distinta cómo se aborda o se traduce la disciplina por parte del Ministerio o de las distintas comunidades autónomas. También esto es aplicable al resto de materias del currículo.
    Por otro lado, que haya que reconsiderar el contenido de lo que se imparte en Historia de la filosofía, por ejemplo, y el modo en el que el profesor se ve obligado a impartirla por los parámetros (impuestos por la normativa ministerial) que la prueba de acceso a la universidad fija, no quiere decir que su reforma pase por su desaparición o su eliminación de los currículos académicos. También podríamos hablar del sentido del resto de asignaturas que componen el currículo de ESO y Bachillerato. Lo que ocurre es que eso es otra cuestión, que tiene más que ver con una discusión profunda de los fundamentos del sistema educativo y los fines que persigue que con la idea de si esta o aquella asignatura es realmente provechosa para el alumno que la cursa. Siendo analíticos y críticos, no podemos mezclar categorías diferentes para no incurrir en errores categoriales, por ejemplo, defensa de la Filosofía (¿así, en mayúscula, filosofía pura, buena, verdadera filosofía?) frente a una defensa gremial de la filosofía (¿defensa del puesto de trabajo del profesor de filosofía (como si fuera la de los trabajadores del metal en Cádiz), a los que, importándoles un carajo la FILOSOFÍA, solo buscan mantener su empleo, siendo la Filosofía un mero medio para su miserable fin, acomodados en su garbancero quehacer “prostitutivo” de la sacra Filosofía?) que parece que solo mezclan los autores del artículo.
    Bien: ha habido, hay y habrá Filosofía por y a pesar de la Academia (la platónica y la actual de universidades e institutos). La Filosofía es independiente de la Escuela y de la Academia. No está de más, pese a esto, defender o exigir la existencia de instituciones donde se produzcan y promuevan las actividades propias de la Filosofía (o de cualquier otro ámbito del saber). De hecho, la Filosofía española ha sufrido como pocos países europeos la ausencia del amparo de esas instituciones, pues la universidad ha acogido más teología que Filosofía hasta casi finales del s. XX. En definitiva, la Filosofía no nos necesita ni a los autores de este artículo, ni a mí, ni a Adán para darse.
    Entrando en la necesidad o no de la enseñanza filosofía en la ESO y Bachillerato, también hay que extremar el cuidado argumental, no sea que los argumentos que utilicemos para justificar la no necesidad de la filosofía en la secundaria, acaben sirviendo para justificar la desaparición de todas las asignaturas del sistema educativo y, con ello, la desaparición del derecho a la educación pública, gratuita y de calidad que tan reciente es en nuestro país (cuestión que cuenta con muchos adeptos en la actualidad).
    Los autores del artículo señalan que en la asignatura Historia de la filosofía, con esa lista de nombres lejanos, no asegura ni mucho menos la buena salud y fecundidad de la disciplina, dando a entender que en las asignaturas de ciencias o matemáticas no se encuentra un componente historicista (se va al grano y se quita la hojarasca de la historia y el autor, fuera el cuándo, el dónde y el quién para quedarse solo con el qué y el cómo) y que la historicidad es el componente esencial de las asignaturas de filosofía. No es cierto. Esa afirmación solo pone de manifiesto el desconocimiento que los autores tienen de la actual reivindicación del “gremio” de profesores de filosofía de ESO y Bachillerato del que sí están dispuestos a escribir. Únicamente hay carácter histórico en la asignatura de 2º de Bachillerato que, curiosamente, lleva por nombre HISTORIA de la filosofía y que ha vuelto a ser incluida como materia troncal y obligatoria para todos los alumnos que cursen dicho nivel (otra cosa es la discusión sobre el número de horas que debe tener a la semana). No es eso lo que está en la reivindicación. Tanto la ética (en sus diferentes denominaciones) de 4º de la ESO (también la asignatura de Valores Éticos en 1º, 2º y 3º de la ESO) como la asignatura de Filosofía de 1º de Bachillerato (también la optativa de 4º de ESO) como la Psicología de 2º de Bachillerato atienden a aspectos sistemáticos y no históricos. En la asignatura de Ética se trabaja desde el cuestionamiento de conceptos como “Libertad”, “Justicia”, “Individuo”, “Sociedad”, “Autonomía-Heteronomía” “Derecho”, “Deber”, “Norma”, “Ley”, “Democracia”, “Ser humano”, “Humanidad”, y un largo etcétera. Desde ellos, se reconstruyen, casi a la manera del Menón, su modo de darse en nuestra sociedad actual, su importancia o falta de ella, su fundamentación. En la asignatura de Filosofía, tal como establecen las últimas leyes educativas, se tratan problemas y conceptos organizados en bloques temáticos: la pregunta por la filosofía y su sentido, la pregunta por la realidad (metafísica), por la posibilidad de conocerla (epistemología), la pregunta por el que pregunta (antropología)…Basta con mirar las Competencias, los Objetivos, los Estándares y los Criterios (ítems que pueden y deben ser revisados, criticados, reelaborados, cuestionados) recogidos en la Ley para confirmar que el carácter histórico brilla por su ausencia. Conceptos y teorías están a la base de las asignaturas vinculadas a la filosofía. Los autores no solo desconocen la reivindicación sino también el currículo actual en lo concerniente a la disciplina.
    También dicen que los profesores, cuando se acomodan, no investigan, (¿claro ejemplo de un argumento (falacia) Ad Hominem?) convirtiéndose en (¿perversos?) desapasionados funcionarios de la materia que nada hacen por elaborar nuevos argumentos, (¿nuevas filosofías que pasen a la historia del pensamiento?) e ideas originales. Extrapolándolo a otras asignaturas: ¿Es el profesor de secundaria de artes plásticas un artista?, ¿debe serlo?; ¿Es el profesor de secundaria de historia un historiador?, ¿Debe serlo?; ¿Elabora el profesor de secundaria de Física nuevas teorías físicas?, ¿Debe hacerlo?; ¿Es el profesor de secundaria de matemáticas un productor de nuevos teoremas o un mero transmisor de los ya existentes? Que lo sea, aunque es un ideal al que se debe tender por principio (¿idealismo?), no es lo que lo define. El profesor de secundaria y bachillerato de filosofía tiene como cometido específico transmitir los conocimientos de la materia a sus alumnos y despertar en ellos, entre otras cosas y en la medida de lo posible, un interés apasionado por estas cuestiones que vaya más allá del mero resultado en la nota final. Desempeñan un rol específico dentro del sistema educativo. Es su obligación (laboral, contractual) cumplir con su función de transmitir los contenidos de su disciplina a los alumnos a los que ampara el derecho a la educación. Para eso están y ese es el motivo por el que reciben una remuneración económica. Lo demás, entra dentro del ámbito privado del personal docente.
    Que sea verdad que, según dicen ustedes sobre una apreciación puramente subjetiva, no investiguen (acomodados como están en su funcionariado funcional) podría tener mucho que ver con el diseño de la jornada laboral del profesorado de secundaria. En la universidad, el profesor tiene repartida la jornada laboral en horas de docencia e investigación (esta última, cada vez más imposible pues se han aumentado las cargas de trabajo burocrático). Las horas de docencia universitaria son menos en comparación con las de ESO y Bachillerato porque tienen una parte de su jornada, al menos formalmente, para la investigación. En la enseñanza media (el convenio de la educación privada aumenta todavía más las horas lectivas y de permanencia en el centro) el horario semanal del profesorado como funcionario se compone de 37,5 horas semanales que se desglosan en 30 h de obligada permanencia en el centro y 7,5h (de casa) para los deberes inherentes a la labor docente: preparación de clases, corrección de exámenes, etc. Las 30h de permanencia en el centro se desglosan en horario regular de 28 h equivalente a 30 periodos y horario no regular (claustro, evaluaciones, Consejo Escolar…) de 2 horas. Las 28 horas de horario regular se desglosan, con carácter general, en horario lectivo (con grupos de alumnos) de 20 periodos y horario complementario de 10 periodos (guardias, tutorías con padres, apoyo a Jefatura de Estudios…) Es decir, la jornada se va sin contemplar ni un minuto a la investigación. A ello hay que sumar los diferentes cursos de formación que las comunidades autónomas exigen para la remuneración de trienios y sexenios que hay que realizar anualmente de forma obligatoria se quiere recibir ese complemento. Por no hablar de los problemas de toda índole y seriedad de los alumnos que, en función del grado de implicación de cada uno de los profesores, acaban llegando también al domicilio del docente. Aun así, gran parte del profesorado de enseñanzas medias realiza labores de investigación, elabora artículos, escribe libros, participa en eventos de carácter divulgativo en diferentes foros…todo ello, claro está, de forma totalmente altruista. Podría presentar una lista extensa, con nombres y apellidos, que pondría en entredicho esa afirmación que tiene más de opinión arbitraria que de argumento fundamentado. Pero, los autores de este escrito exigen más al profesorado.
    En fin, he leído y releído el artículo intentando encontrar algo de verdad en él y, francamente, no he dado con ella. Lo titulan “Contra la defensa (gremial) de la filosofía” pero, con ambigüedad pasmosa, la acaban medio defendiendo medio atacando si se contrapone a una defensa (la de verdad, la buena, la propia de los filósofos de pedigrí) de la Filosofía. Hay más opinión infundada que argumentación fundamentada. Hay, a mi modo de ver, más afán de aparecer, de aprovechar el escaparate, de fabricarse un espacio, de provocar, de llamar la atención, de irrumpir en la fiesta sin la invitación correspondiente, que de llegar hasta el final de lo que se sostiene. La cuestión es mucho más simple:
    Para beneficio de todos, ¿debe haber sistema educativo público y gratuito para todos? O bien respondemos sí o bien respondemos no. Yo digo sí. ¿Debe haber ética, filosofía e historia de la filosofía como un ciclo que abarque el último curso de la enseñanza obligatoria y los dos cursos del bachillerato? O sí o no. Yo, por beneficio de todos, digo sí. Solo habiendo este ciclo podremos discutir si se imparte de un modo u otro, si se incluyen unos contenidos y otros. Para discutir el modo de darse la filosofía, la filosofía debe darse dentro de los planes de estudio de ESO y Bachillerato. Todo lo demás, hueridad.

  3. Guillerm0

    Tal y como usted dice, seamos claro desde el principio: no comparto su opinión. Y no lo hago desde su primera afirmación. La filosofía nos hace mejores personas. Con esto no quiero ofender, y menos a su madre, que es como usted lo justifica. Ahora bien, debemos reconocer que cualquier conocimiento, y no solo el filosófico, nos hace mejores. En cambio, estoy de acuerdo con la distinción entre filosofía y autoyuda. Y no con la consideración de que la filosofía no satisface necesidades vitales. La filosofía da respuesta a la principal necesidad vital: descubrir el sentido. Y es correcto, los filósofos no se ponen de acuerdo. Afortunadamente. Eso no es malo, sino bueno. No solo en el sentido de ‘necesario’, sino también en el de ‘beneficioso’, siguiendo la distinción empleada en el artículo.
    Por este motivo, la respuesta a la pregunta sobre su inclusión en secundaria debe ser afirmativa. No por interés gremial, que es una acusación infundada, sino por el beneficio para el alumnado.
    Evidentemente, no hay beneficio si se estudia una lista de nombres, pero es que ese no es el contenido de la asignatura. Esta asignatura tiene un contenido diferente, propio y útil. Es falso que sea bella por inútil. Todo lo contario es útil, si se utiliza, claro. Luego no puede reducirse a algo transversal en el sentido de que deba desaparecer su tiempo en el tiempo de las otras materias. Y sí puede entenderse como transversal en el sentido de que aborda cuestiones inherentes al ser humano. Estudiemos o no la asignatura de filosofía nos enfrentaremos a cuestiones filosóficas, correcto, ¿pero no deberíamos hacerlo bien? Aunque no hubiese escuelas seguiríamos viviendo, pero es que lo ella busca es la ‘buena vida’.
    En definitiva, me gustaría saber lo que dice sobre estos temas Kant, Aristóteles, su madre y muchos más. Pero lo haré mejor si me enseñan a comprender y valorar aquello que me explican. No se trata de dotar de destrezas inexistentes, sino de orientar las que poseemos. Este es el fin de la escuela, por lo que no puede abandonar la enseñanza de algo tan vital como lo que se enseña en las asignaturas filosóficas.
    Si lo hace, todos seguiremos viviendo, evidentemente, y nos formaríamos en el ámbito privado, unos menos y otros más. ¿Qué pasaría si no se enseñase inglés o matemáticas? Pues lo mismo, que tendríamos que aprenderlo por nuestra cuenta. Ahora bien, buscamos el mejor de los sistemas educativos. Y en ese no pueden faltar la enseñanza de las cuestiones filosóficas.

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