Villa Casado y Villa Ayuso: el cisma del PP tiene su origen en dos pueblos rivales de Ávila
Apenas cinco kilómetros separan el Sotillo de la Adrada, de donde procede la presidenta de Madrid, de La Adrada, pueblo vecino, rival y cuna de Sebastián González, tesorero del PP y mentor de Casado
Entre la Puerta del Sol, donde se ubica el gobierno de la Comunidad de Madrid, y el número 13 de la Calle Génova, sede del PP, hay 1,6 kilómetros, 19 minutos a pie según Google Maps. En estos últimos días, sin embargo, la distancia sentimental entre ambos puntos se ha alargado hasta un infinito pespuntado de cuchilladas por la espalda. Isabel Díaz de Ayuso y Pablo Casado, viejos amigos y castellanos nuevos en Madrid, han convertido el PP en el polvorín más mediático de nuestra historia política reciente. Parece que no ha quedado ni una alfombra por levantar, ni un detalle por escudriñar, ni un rincón por explorar… excepto el verdadero corazón de las tinieblas. Remontando las carreras políticas de ambos duelistas, arribamos a un insólito antagonismo paralelo en el abulense Valle del Tiétar, con dos pueblos enfrentados al más puro estilo Villarriba y Villabajo. Villa Ayuso y Villa Casado.
Entre los ayuntamientos de La Adrada y Sotillo de la Adrada hay 4,9 kilómetros. Se tarda, dice Google, una hora y un minuto en recorrer la distancia a pie. No hay semáforos, pero una cuesta notable justo a mitad de camino complica las cosas. Sobre todo a los numerosos turistas madrileños –la capital queda a un centenar escaso de kilómetros– que acuden a la zona sedientos de naturaleza pero poco acostumbrados a sus realidades más abruptas. Sotillo, pueblo de Leonardo, el padre de Isabel Díaz de Ayuso, ha cobrado cierta fama estos días como origen último del caso que ha desatado la guerra en el PP.
La presidenta de la Comunidad de Madrid y rebelde con causa del PP creció apegada al terruño paterno, donde su naturaleza indisimuladamente (le va el puesto en no disimularlo, de hecho) urbanita desahoga esa necesidad tan nuestra de sentir esencias telúricas aunque sea en la forma parcial de esos días a lo Verano azul en los que se forjan amistades para toda la vida. Por ejemplo, la que une a Isabel y su hermano Tomás con Daniel Alcázar Barranco, cuya empresa Priviet Sportive S.L. se convirtió en el ‘casus belli’ de la guerra civil del PP por el ya famoso contrato con la Comunidad de Madrid. Los sotillanos hoy se enorgullecen de ser algo parecido al otro Kilómetro Cero del ayusismo.
En los bares y comercios del pueblo, la «canallada a Isabel» resuena cual mantra local en un ambiente que recuerda a las espesuras que deja un derbi futbolero. «La presidenta ha venido aquí toda la vida, son gente muy normal, honrada y muy buenas personas», explica Mari Carmen, en las inmediaciones de ‘La Laguna’, el bar de la familia Ayuso en plena Nacional 501. «No me creo que esa gente haya cogido ni un duro, con lo que son, siempre en la misma casa, la que Isabel y su hermano cogieron en herencia de su padre», añade. En Sotillo de la Adrada, se pregunte a quien se pregunte, lo tienen claro: «Casado tiene una envidia a Isabel que no puede verla, y esto es porque ella tiene lo que hay que tener para decirle las cosas a la cara a Sánchez», afirma Miguel, otro vecino de la localidad.
El amor de Sotillo de la Adrada por su vecina más ilustre es conocido, pero nadie ha parecido reparar, sin embargo, en una sorprendente coincidencia: el vínculo clave del otro gran protagonista de esta historia, Pablo Casado, con La Adrada, pueblo vecino y rival, algo así como el Villarriba del Villabajo que sería Sotillo en ese emparejamiento arquetípico de pueblos rivales que demanda nuestra narrativa rural.
A cinco kilómetros del pueblo donde Ayuso pasó su infancia y juventud, encontramos la cuna de un personaje tan poco conocido en Madrid como fundamental para la historia reciente del Partido Popular. Sebastián González, orgulloso benefactor de la Villa de La Adrada, ex diputado, senador y padre político de Pablo Casado. Nada más llegar a la presidencia del PP, Casado, que había heredado el puesto de salida de González para diputado por Ávila –Sebastián pasó a ser candidato al Senado– nombró a su mentor nada menos que tesorero del partido. «Él estaba medio retirado ya, había llegado a ser número tres del partido pero esperaba vivir con tranquilidad como senador raso, viniendo por el pueblo siempre que podía, esas cosas, cuando Casado le llamó y le hizo una gran faena. Pero tuvo que aceptar, porque necesitaba a alguien de máxima confianza para el cargo, después de lo que había pasado con los tesoreros del PP», explica José, ya desde la Villa de la Adrada. Dicen por La Adrada que Sebastián González estaba en el pueblo cuando recibió esa llamada, trabajando en el huerto, como Cincinato.
Pero antes de profundizar en los personajes, la toponimia nos permite analizar la densidad de la trama. La Villa de La Adrada es una pintoresca localidad del Valle del Tiétar, al sureste de Ávila, en la frontera con la provincia de Madrid. Encajonada entre escarpadas montañas, su origen se pierde en el pasado más remoto, con restos arqueológicos y puentes romanos, por ejemplo, pero su entrada en la Historia llegó por todo lo alto en la época heroica de la Reconquista: en 1393, el rey Enrique III le concedió el privilegio de villazgo, con el que comenzó una pujante historia de éxito simbolizada por la construcción de su castillo en la zona alta del pueblo, imponente estandarte de su poderío. Con personajes como Álvaro de Luna, valido del rey Juan II de Castilla, o el académico Tomás de Montes y Corral, La Adrada -pueblo en el que el poeta León Felipe ejerció de boticario- ha representado a lo largo de la historia el papel de enclave de la nobleza, y aun hoy, cuando no le queda más remedio que volcarse en la más prosaica industria del turismo, sus 2.757 habitantes, según el INE de 2021, siguen sintiendo un orgullo diferenciador.
Si las alturas de La Adrada albergaban la nobleza, la clase trabajadora, fundamentalmente labriegos, se fue acumulando más abajo, en la zona arbolada del señorío, que fue prosperando hasta que, en 1642, bajo el reinado de Felipe IV, recibió el título de villa independiente con el nombre de El Sotillo, aunque conservando el «apellido» de la Adrada. Basta pasear por el pueblo y ver en los carteles esta coletilla de La Adrada tachada con spray para saber que no tienen mucha simpatía con sus vecinos. Lo cuenta Víctor: «De joven, quedábamos ‘orugas’ -mote que se les da a los sotillanos en la zona- y ‘pelones’ -el propio de los adradenses- a mitad de camino y resolvíamos los problemas a guantazos». Su conexión con la autovía de Madrid y su pujanza más «proletaria» la convierten hoy en un núcleo vibrante, con 4.721 habitantes, casi el doble que la que un día fue su metrópolis. Una nueva forma de entender la vida que se emancipa. «Sotillo tiene mucho más músculo, es más industrial, hay comercio y hay vida. La Adrada, en cambio, se ha quedado como un pueblo bonito para el turismo, de segunda residencia, más señorial, pero la circunvalación les hizo polvo», analiza Carmen. «Sotillo es más feo, sí, pero estamos todos muy unidos y va como un tiro», agrega. Además está ese hilo directo de asfalto con Madrid… Aunque el aire sotillano marcó su desarrollo personal en vacaciones y fines de semanas, la culminación de Isabel Díaz de Ayuso es puro Madrid. Allí nació hace 43 años, se crió en el barrio de Chamberí, estudió Periodismo en la Complutense y culminó (de momento) su carrera convirtiéndose en la presidenta de la comunidad autónoma.
Pablo Casado nació dos años antes que ella en Palencia, donde transcurrió su infancia y adolescencia antes de irse a estudiar a Madrid, Derecho en la Complutense y ADE en la Rey Juan Carlos. En la capital comenzó a foguearse en la política entre los cachorros de Nuevas Generaciones, cuya poderosa rama madrileña llegó a presidir, hasta que en 2007 dio su primer gran salto «senior» al ser elegido en 2007 diputado en la Asamblea de Madrid. Ejerció tan solo un par de años. Repentinamente, el partido decidió promocionarlo, incrustándolo primero en las tripas del partido, en los gabinetes de Manuel Pizarro y del mismísimo José María Aznar, para lanzarlo al ruedo definitivo en 2011, cuando consigue el acta de diputado del Congreso. ¿Qué ha pasado? ¿Cuál es la clave de ese despegue? Una pista: durante sus tres primeras legislaturas, Casado no fue diputado ni por Palencia ni por Madrid, sino por… Ávila.
Ha pasado La Adrada. Ha pasado Sebastián González, un personaje cuya centralidad en la vida pepera ha sido opacada por una legendaria discreción. No constan entrevistas ni casi menciones a su labor en la prensa, pese a lo destacado de su currículum. Veamos. Nacido (hace 66 años) y criado en las calles adradenses, González emprendió el inevitable viaje iniciático a Madrid para licenciarse en Derecho por la Complutense, pero regresó rápidamente a la provincia. Eso sí, a su capital. Entre las murallas de la ciudad de Ávila, se labró un creciente prestigio como abogado y, a comienzos de los 80, se asoció con un prometedor joven cinco años menor que él llamado Ángel Acebes. La relación de ambos trascendió la profesión para transformarse en familiar: un hermano de Acebes se convirtió en cuñado de González. La confianza se convirtió en complicidad y González, que ya había engrosado las filas de Alianza Popular apadrinado por Feliciano Blázquez, un clásico del partido, animó a su concuñado a meterse en política. Ángel Acebes, se convirtió en la cara más visible de un dúo exitoso. Tocó techo en Ávila como alcalde de 1991 a 1995, y al año siguiente dio el salto a la política nacional, nada menos que como coordinador general del PP con el que José María Aznar había conseguido, al fin, llegar a la Moncloa. Así pues, Acebes disfrutó de los años de vino y rosas de la derecha ocupando ministerios tan poderosos como los de Administraciones Públicas y del Interior, hasta que, en 2004, Aznar le entregó la secretaría general del partido.
Mientras, González prosperaba también en política… pero en el estilo más discreto que siempre le ha caracterizado. Menos relumbrón y más estabilidad. Más apegado a la provincia, en el Ayuntamiento de Ávila, por ejemplo, «solo» llegó a concejal, pero prolongó su carrera en el puesto de 1987 a 2004, periodo que aprovechó para acumular poder: además de impulsar la fundación de la Universidad Católica de Ávila, en 1991 fue nombrado procurador regional de las Cortes de Castilla y León, y, sobre todo, desde 1993 ejerció también como presidente de la Diputación Provincial. Desde ese cargo demostró que no había olvidado su terruño. En la Adrada le reconocen sus esfuerzos por dotar al pueblo de las mejores infraestructuras, entre ellas uno de los mejores institutos de enseñanza pública de toda la comunidad autónoma, y la reforma del orgullo del pueblo, su castillo, que luce impoluto como atracción turística y emblema del valle del Tiétar. «Siempre que ha podido se ha portado de maravilla con el pueblo, con el castillo, con el instituto, ahora con el colegio… Pero bueno, ya sabemos que la gente es desagradecida a veces. Aquí se los quiere mucho, su hijo mayor jugaba al fútbol con el equipo del pueblo, y el pequeño viene mucho por aquí, conserva muchas amistades en el pueblo», relata Manuel. «Eso sí, a veces tiene que tragarse algún sapo, porque dar la cara por lo que hace el partido cuando a la gente no le gusta es tela», añade. El hijo pequeño de Sebastián González se casó el verano pasado, con invitados de La Adrada y presencia del propio Pablo Casado. «Casado ha venido mucho por aquí, siempre se ha portado bien con el pueblo por Sebastián. Él lo ha traído por aquí cuando no era nadie y Pablo se lo ha devuelto viniendo a hacer campaña por aquí cuando era primer espada», apunta Esperanza.
En 2004, a punto de cumplir el medio siglo de vida, ese momento clave de la mediana edad, una ambición más intensa llamó a la puerta de Sebastián González y se lo llevó a Madrid. Su concuñado Ángel Acebes lo llamó a filas nombrándolo secretario general de Organización del partido después de catapultarlo al Congreso como diputado por Ávila. De carácter espartano, a González le tocó vivir malos tiempos en la calle Génova. Zapatero se había hecho con el poder y el PP comenzaba a mostrar las grietas provocadas por los excesos de los buenos tiempos. Él aguantó el tipo y revalidó su escaño en las elecciones de 2008 y 2011. En estas últimas, tuvo como compañero de cartel por Ávila a un chaval que acababa de cumplir los 30 años: Pablo Casado. El futuro posible, la renovación en marcha. González se entusiasmó con él y lo apadrinó, siempre desde la discreción que le caracteriza, orientándolo por los complicados vericuetos del Congreso. El cariño por su pupilo fue creciendo hasta la prueba máxima de las elecciones de 2015, cuando González le cedió la cabeza de lista para el Congreso por Ávila, retirándose él, una vez más, a un segundo plano, en este caso el Senado. Casado no lo olvidaría.
La apuesta de González resultó ganadora. Con los casos de corrupción acorralando al PP, la vieja guardia, con Aznar a la cabeza, decidió darle galones a los jóvenes… que se mantuvieran fieles al fuego sagrado de los orígenes. En el célebre Congreso del partido de 2018, Casado venció a la más «institucional» Soraya Sáenz de Santamaría con una estrategia que puede resumirse en esta declaración: «No puede liderar el partido alguien que no está orgulloso de su pasado. Yo lo estoy: de Aznar, de Rajoy y de Fraga». En realidad, más que una renovación se propugnaba una vuelta a los orígenes. Detalle importante: aunque Aznar se crió a los pechos gallegos de Fraga, compartió con muchos otros históricos del partido el padrinazgo del abulense Feliciano Blázquez, que falleció en 2017, justo un año antes del congreso crucial.
Para volver a la buena senda, eso sí, el PP tenía que deshacerse del lastre de la corrupción, encarnado por el totémico Luis Bárcenas: la línea oficial lo señalaba como culpable del desvío del PP auténtico de los mejores tiempos aznaristas. El nombramiento de un nuevo tesorero con un perfil radicalmente distinto se antojaba clave, y Casado se acordó de su mentor adradense. La prudencia de Sebastián González le había permitido transitar las espesuras de Génova sin mancharse la reputación. Solo tiene que preocuparse de una pequeña sombra, la mención en los famosos papeles de Bárcenas de una «Reunión con Cospedal y Sebastián González» en 2006, sin aclaración alguna acerca de su contenido. Lo mínimo que se despacha entre la élite del PP. González aceptó el cargo y, hasta ahora, lleva las cuentas en Génova. Un trabajo que, para su desgracia, le impide estar en su amada Adrada todo lo que le gustaría.
Ahora, para colmo, tiene que ver cómo Isabel Díaz de Ayuso, con raíces en Sotillo de La Adrada, destroza lo que su pupilo ha ido sembrando todos estos años. Él sigue paseando por su pueblo cada vez que puede, pero ve cómo su predicamento pierde fuelle. En las últimas elecciones al Senado, ni siquiera fue el más votado en la Adrada. Sus convecinos prefirieron a otro de los tres candidatos del PP, Juan Pablo Marín… ¡alcalde de Sotillo! En La Adrada comentan que a González ese golpe le ha dolido como pocos en su carrera. En su declaración oficial de bienes como senador, González declaró dos viviendas, una en Ávila y otra en La Adrada, donde también posee una parcela que le dejaron sus padres. Su arraigo parece evidente, pero el tirón popular (nunca mejor dicho) del ayusismo se impone a la inercia histórica y la discreción… por muy conciliadora que sea. José Ramón, dueño del bar El Castillo, reconoce sin mucho entusiasmo que González es uno de sus parroquianos, «pero se toma cañas por muchos otros sitios». Como ejemplo, menciona con intención el Tirolín, «que es de un primo de Ayuso». Incómodo, insiste en no hablar del tema: «En el pueblo la gente no está interesada en la política».
Pero cuando se rasca un poco más no parece así. No se habla de otra cosa que de la guerra en el PP, y muchos vecinos parecen haberse subido a la cresta de la ola de Vox. En semejante contexto, el ayusismo gana enteros ante el casadismo, y no precisamente con la labor de González. «Fue Casado quien descubrió y dio la alternativa a Ayuso, cuando nadie la conocía, él la había tenido en su equipo de Génova un montón de años. De hecho, las familias se conocen y han estado juntos por aquí, por los dos pueblos», relata David, junto al parque de El Riñón. «El problema aquí no es el de los pueblos ni el de las personas. El problema es que Casado ha sido muy blando con Sánchez, y la gente quiere alguien que hable claro y diga las cosas como son, y esa es Ayuso. Sea de Sotillo o de la China popular. Además, hacerle la guerra sucia a la única que ha dado la cara contra Sánchez, la única que le quita votos a Vox y que puede hacer crecer al PP… Casado ha cavado su propia tumba», señala Isabel.
Puente de unión entre estos dos mundos a escasos kilómetros es Arturo González Cardialliaguet, hijo menor de Sebastián González, que trabaja como asesor del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, a las órdenes de Isabel Díaz Ayuso. Anteriormente, había desempeñado el cargo de Comisionado para el Cambio Climático con Ángel Garrido, puesto del que fue desalojado tras sufrir el fuego amigo de los políticos y la crueldad de la prensa. Pero Ayuso es una política con memoria y lealtades, una sotillana que trasciende las fronteras de su patria chica y es querida también en La Adrada. El mapa sentimental de los bares, tan español, explica el reparto de su cariño: en La Adrada se puede tomar cañas en el Tirolín, de su primo Juan, y en Sotillo es la reina de La Laguna, el bar de su familia directa. El ayusismo es universal.
Aunque un tercer bar en discordia, el ‘Canadá’, es propiedad del alcalde de La Adrada, Roberto Aparicio, del PSOE. Tanto La Adrada como Sotillo, como toda la provincia de Ávila, es territorio popular, pero la fragmentación del voto de la derecha y la proliferación de agrupaciones municipales han hecho que gobiernen los socialistas con mayoría absoluta. «Hay gente que culpa a Sebastián de que el PP de La Adrada sea tan débil, porque no se ocupa aquí del partido, y la gente buena se ha ido. Pero también antes se le criticaba que tuviera mucha influencia. Ya sabes que la gente nunca está contenta y que nadie es profeta en su tierra», reflexiona Guillermo. En las recientes elecciones de Castilla y León, el PSOE ganó en la Villa de La Adrada con 361 votos, por 333 del PP, 178 de Vox, 103 de Podemos y 14 de Ciudadanos. En Sotillo, el PP arrasó con el 40,65% de los votos, doblando prácticamente al PSOE, que hubo de conformarse con el 22,36%. Esa debe de ser la unidad que reinvidicaba la sotillana Carmen, una unidad, la del pueblo de Ayuso en torno al PP, que haría bien en poner en práctica la nueva dirección que llegue a Génova 13.