THE OBJECTIVE
El buzón secreto

El descomunal expediente de Arnaldo Otegi en el CNI sigue engordando

Su aparición en la lista Pegasus confirma que los espías no han parado de investigarle en más de 30 años

El descomunal expediente de Arnaldo Otegi en el CNI sigue engordando

El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi. | Europa Press

Arnaldo Otegi, coordinador general de EH Bildu, es uno de los sesenta políticos espiados con el sistema Pegasus, según el laboratorio Citizen Lab. Sin embargo, la presencia mayoritaria de dirigentes independentistas catalanes ha minusvalorado su presencia fuera del País Vasco y la de su compañero diputado Jon Iñarritu.

No me cabe duda de que la desagradable impresión que se han llevado los políticos catalanes al sentir violada su intimidad, no es la misma que ha podido despertar en Otegi, una persona habituada desde hace muchos, muchos, años a estar permanentemente bajo el objetivo del servicio de inteligencia. 

La izquierda abertzale siempre ha sido objetivo del servicio secreto. Lo mismo daba que estuviera agrupada en coaliciones y asociaciones legales que en grupos fuera de la ley. Sus relaciones de dependencia con ETA eran el argumento poderoso que guiaba a los espías para considerar prioritaria la necesidad de descubrir todo lo relacionado con sus actividades. El dosier sobre Otegi es uno de los más voluminosos de la División de Contraterrorismo de La Casa, y está ejecutado con un control permanente de sus actividades desde que entró en ETA, pero especialmente a partir de 1990, cuando fue designado portavoz de Herri Batasuna.

 El 11 de marzo —fecha del atentado islamista contra trenes en Madrid— y los días posteriores, el servicio secreto estuvo escuchando las conversaciones de Otegi para intentar confirmar o desmentir si ETA estaba detrás de las bombas de la capital. Fue gracias a estas intervenciones que descubrieron la llamada de un desconocido perteneciente al mundo etarra que le informaba de que la banda terrorista nada tenía que ver con las bombas.

Espías en su casa

Antes de que comenzara el verano de 2004 dos hombres llamaron a la puerta del domicilio de Otegi en Elgóibar (Guipúzcoa). Su mujer, María Julia Arregui, les abrió la puerta y les preguntó qué deseaban. Se presentaron como empleados de Euskaltel, la empresa de comunicaciones vascas. Estaban haciendo en la zona labores de ampliación de la red de fibra óptica y de captación de clientes. Se habían encontrado con un problema: necesitaban tomar imágenes del cableado de la fachada, que no se veía desde el exterior, pero se habían dado cuenta de que sí estaba a la vista desde su casa.

La esposa de Otegi aceptó que pasasen y los acompañó hasta el otro extremo de la vivienda, desde donde podrían hacer su trabajo. Poco después comenzó su mosqueo. Los hombres, en lugar de trabajar juntos, se separaron y ella no pudo controlar lo que hacían. Sí notó que observaban distintos lugares de la casa con detenimiento y al irse le dio la impresión de que, con sus cámaras, de una forma disimulada, grababan el interior de varias habitaciones.

Otegi había comentado en varias ocasiones que había sido sometido a espionaje por parte del CNI, por lo que su mujer consideró la situación y se asomó a la ventana para anotar la matrícula del coche en el que se desplazaban los dos operarios. De inmediato telefoneó a un amigo abertzale para contarle lo que había sucedido, quien a su vez llamó a Euskaltel. La empresa confirmó sus sospechas: no habían encargado un trabajo de ese tipo a ninguno de sus trabajadores. Posteriormente descubrieron que las placas del vehículo eran de identidad reservada.

Negociador con el Gobierno

A comienzos del año 2002, como máximo representante de la izquierda abertzale, Otegi comenzó a reunirse en secreto en un caserío de Elgóibar con el dirigente socialista Jesús Eguiguren para hablar sobre paz y el fin de ETA. No tardaron en descubrir que ninguno de sus movimientos pasaba desapercibido al servicio secreto —y a la Ertzaintza, que también perseguía información sobre esos temas—. Buscaron otro sitio más discreto en Azpeitia, pero los espías no tardaron mucho en dar con ellos. Esas conversaciones, que serían el germen de una tregua de la banda —rota, cuando el acuerdo estaba cercano, por el atentado contra la terminal 4 del aeropuerto de Barajas—, comenzaron de una manera complicada por la oposición del presidente Aznar, pero culminarían con cierta libertad tras la llegada del presidente Rodríguez Zapatero.

Antes y después de que ETA dinamitara el aparcamiento de la T4, y con él las negociaciones, el control sobre Otegi y los líderes abertzales llevó a que muchos políticos vascos, catalanes y madrileños sospecharan o descubrieran que sus conversaciones telefónicas o personales con Otegi eran seguidas y grabadas por agentes de La Casa. Dirigentes del PNV, como el lendakari Juan José Ibarretxe, denunciaron en numerosas ocasiones el espionaje al que estaban siendo sometidos dirigentes de su partido por el CNI. Era cierto, con un matiz: el origen de las acciones encubiertas estaba en el control sobre Otegi.

El CNI quiso saber durante la malograda tregua lo que Otegi y sus compañeros opinaban y las acciones de cualquier tipo que planearan. Tras la ruptura, su interés residía en su postura en relación a ETA y, por encima de todo, querían estar informados hasta el último detalle de la vida del que podía convertirse en el Gerry Adams español. Eso sin contar que sabían que Otegi mantenía relaciones con la cúpula de ETA y que detectar a los mensajeros podía llevarlos hasta los jefes.

Estas informaciones no solo las obtenían los espías gracias al control de Otegi. Algunos otros dirigentes abertzales estaban sometidos a una vigilancia similar. De hecho, cuando Pernando Barrena era portavoz de Sortu en 2014, disparó un tiro al aire al verbalizar su sospecha de que su teléfono estaba intervenido por el CNI al detectar que la batería se le gastaba más rápido de lo habitual en algunos momentos clave de su trabajo. Según su interpretación, era motivado por un programa espía «indetectable» que le habían instalado.

Desde que Otegi ingresó en 2009 en la prisión de Logroño y recuperó la libertad en marzo de 2016, no cejó el control del CNI sobre él. Por diversos medios, La Casa montó un dispositivo permanente para saber a qué se dedicaba, qué opinaba y con quién se relacionaba. Conocían su influencia en la izquierda abertzale y no lo perdieron de vista. En la actualidad, esa operación continúa, como ha quedado demostrado con el descubrimiento del virus Pegasus en su móvil. Algunos opinan que el CNI lo conoce mejor que su mujer. Argumentos tienen para sostenerlo.

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