Roberto Flórez, el primer espía español condenado por vender documentos a los rusos
Hace 15 años, una unidad operativa del CNI entró clandestinamente en su casa y descubrió los papeles que había robado
Roberto Flórez me parece un personaje con una personalidad fascinante llena de aristas. Me encantaría conocerle, hablar con él y entender qué es lo que le ha motivado en la vida. A veces he pensado que era inestable, otras me parece listo, vivo y manipulador, en ocasiones le veo solitario e incomprendido y al final le he dibujado como alguien que había sufrido mucho y necesitaba ajustar cuentas consigo mismo y su entorno.
Roberto posee el triste privilegio de ser el primer espía español condenado por traición. Nada más y nada menos: vendió documentos secretos a los espías del SVR –el espionaje exterior ruso- destinados en su embajada en Madrid. Por propia iniciativa, estando destinado en la sede central del CNI, ofreció esa valiosa información a cambio de dinero.
Se sentía molesto con sus jefes. Había estado destinado en Perú, donde arriesgó hasta el límite para conseguir la mejor información posible. Suboficial de la Guardia Civil, por sus venas corría sangre bañada en acción. No pertenecía a ese grupo de espías colocados en embajadas que prefieren quedarse tranquilos en el despacho y evitar que les pillen olisqueando donde no deben. Así evitan la expulsión antes de tiempo.
Flórez fue tan osado en Lima que consiguió a finales del siglo pasado lo difícilmente imaginable: estableció relación con Alejandro Toledo, el líder opositor a Fujimori. Hay que ser muy buen agente para conseguirlo y hay que exponerse hasta el límite, asumiendo que pueden descubrir tu verdadera identidad.
Le pillaron y se montó un buen alboroto. El servicio español lo extrajo y sus jefes le obligaron a perderse en un puesto burocrático en la sede central. Estoy seguro de que no tardó mucho en sentir sobre sus hombros el peso de no hacer nada, de recibir encargos chorras, de segunda fila, para un tipo que había llevado a cabo misiones tan complicadas que despertaban en él altas dosis de adrenalina.
Antes de ir destinado a Perú se había infiltrado con mucho éxito en el Centro de Investigación por la Paz Gernika Gogoratuz. Dirigido con entusiasmo por Juan Gutiérrez, cosechó un gran éxito cuando reunió en Estados Unidos a representantes de todos los partidos políticos vascos, lo que llamó la atención del servicio de inteligencia. Flórez apareció un día por la oficina del centro haciéndose pasar por periodista de una agencia de noticias existente, nada conocida, en realidad una tapadera. Congenió a las mil maravillas con Gutiérrez hasta el punto de que no solo se convirtieron en amigos, también en confidentes.
En esta ocasión los problemas vinieron de las filtraciones en prensa. En una de ellas, en 1997, el semanario Tiempo destapó que la agencia para la que trabajaba Flórez pertenecía al servicio secreto. Posteriormente hubo otra que sacaba a la luz una entrevista de Gutiérrez con Jaime Mayor Oreja. Tras publicarse la primera de ellas, el entonces Cesid hizo desaparecer a Flórez, que no pudo dar ninguna explicación a su jefe y amigo. Un tiempo después le mandaron a Perú.
Flórez, como consecuencia de haber sido descubierto mientras realizaba dos grandes operaciones, terminó aparcado en la sede del CNI. Seguro que se sintió olvidado, menospreciado, infravalorado. Alguien que había demostrado su calidad como agente operativo había pasado a ser tratado como si fuera un birria, un castaña.
En algún momento entre 2001 y 2004, decidió que iba a abandonar el servicio y antes se iba a sacar un dinero, tampoco mucho, vendiendo secretos al SVR ruso, antes KGB. Tras llevarse esos papeles y traficar con ellos, pidió la baja y se fue a vivir a Tenerife para dedicarse a trabajar como mediador en conflictos, algo que había practicado ya durante su infiltración en el País Vasco.
Al año siguiente, agentes de la Contrainteligencia del CNI se mosquearon cuando detectaron cómo los sospechosos rusos a los que controlaban desbarataban sus operaciones sin motivo aparente. La reiteración llevó a abrir una investigación interior secreta que tardó dos años en señalar a dos sospechosos, aunque sin pruebas determinantes.
Alberto Saiz, director entonces del CNI, autorizó una entrada clandestina durante el verano de 2007 en casa de Flórez y…¡bingo! Descubrieron que seguía en posesión de la documentación que había enviado a los rusos y también de las cartas incriminatorias que habían cruzado. Unos días después, hace ahora 15 años, la Policía entró en su domicilio tinerfeño y «oficialmente» toda esa documentación robada.
Ese día, viendo las imágenes de la detención de Roberto Flórez, el mediador vasco Juan Gutiérrez reconoció al espía como ese amigo que le ayudó en su trabajo y un día desapareció, al que él conocía como Roberto Díez.
Flórez fue condenado por traición y en diciembre de 2010 el Tribunal Supremo dejó la condena en nueve años. Uno de los visitantes más asiduos que tuvo en prisión fue Juan Gutiérrez. Una amistad intensa y sorprendente entre el traidor y el traicionado.