A favor de los jueces fachas
Ahora que todo es fascismo, a ver por qué no iban a ser fascistas los jueces
Como están pasando las cosas que nos dijeron que no iban a pasar nunca, uno ya se espera cualquier suceso político. Las teorías que antes descartaba, pues ya no las descarta tanto. Esta, por ejemplo: «¿Y si la ley del solo sí es sí que saca a los violadores a la calle no fuera un error tan de bulto sino una argucia para seguir desacreditando a los jueces, ahora por machistas irredentos? Solo dentro de un plan del Ejecutivo por someter al Judicial se entiende que salga Irene Montero a acusar en los micrófonos a los magistrados -y a las magistradas- de sacar del talego a los agresores por ser profundamente machistas cuando siguen la ley que su ministerio propuso. Y que desde Moncloa no se le corrija. El diputado de Podemos Javier Sánchez Serna hasta los llamó «fachas con toga» . Pensándolo bien, a mí me parece muy bien eso que llaman los jueces fachas.
La judicatura es un colectivo afortunadamente lleno de mujeres y que ha asentado contra viento y marea los avances de la democracia en este país, pero el estereotipo de juez facha cala en una parte del electorado como el cuchillo en la mantequilla. Hablo de ese concepto que viene con bolas de antipolilla en el armario de las togas y película americana en la que el juez, siempre viejo y gordo, aparece desnudo en la cama de un motel con dos o tres prostitutas, botella de whisky en la mesilla, barriga, calzoncillo blanco poco venerable, calcetines con liga y carcajada.
Ahora que todo es fascismo -los toros, la misa, tener tres hijos y una furgoneta diésel- a ver por qué no iban a ser fascistas los jueces. Si son unos tipos -tipas, tipes, de nuevo- programados para atender a la realidad y dictar sentencias en las que dos más dos son cuatro en un tiempo en el que se pretende someter la realidad a la emoción de cada cual. Después de darle tantas vueltas al argumento de la voluntad del pueblo por encima de la norma -razón de tantas dictaduras-, resulta que la democracia era un señoro que actúa conforme a una ley que ha votado un parlamento, no porque la ley sea más o menos virtuosa, sino porque, sencillamente, es ley. No porque esté de moda. No porque hayan montado una manifestación en la entrada del juzgado. No porque le convenga al Gobierno. No porque las vestales del Ministerio de Igualdad le hayan montado un curso para enseñarle a decir niñes, no. Un juez que decide en base a un código.
«Si el Gobierno hiciera descansar la gobernabilidad de España sobre los hombros de los agresores sexuales, Junqueras se pudriría en la cárcel y los violadores saldrían mañana en parihuela»
Ahí encuentra uno, aliviado, el suelo de esta civilización que funcionará mientras funcionen los jueces. Yo creo que lo de Cataluña no es que no se haya repetido gracias a desinflamación. No se repitió gracias a los jueces. El otro día, mientras Victoria Rosell echaba unas jajas en el canal 24 Horas y se jactaba de que solamente habían salido a la calle 11 violadores gracias a su ley, me crucé por los pasillos de Onda Cero con el vocal del CGPJ Juan Manuel Fernández y me dieron ganas de agarrarme a él y abrazarlo fuerte como el niño se abraza a su madre después de haberse hecho daño con la bici.
Pero la izquierda va descubriendo cosas como si fuera el primer hombre en el mundo y ahora está descubriendo aquí al juez conservador, que es una etiqueta despectiva pero reiterativa, pues ¿cómo no va a ser conservador un juez si se dedica a conservar la aplicación de la Ley y el imperio del Estado de Derecho por fluido que sea?
Como estamos en el derecho penal de autor, ahora se entiende que estos jueces montéricos y sanchistas debieran actuar influidos por la simpatía del Gobierno con el reo. No sé muy bien qué sensibilidad política habría de empujarles sacar al sedicioso de la cárcel antes de tiempo y, en cambio, dejar al agresor sexual pudriéndose en chirona más de lo que dice la ley. Y por supuesto, esta asimetría quedaría sujeta a las necesidades parlamentarias del Gobierno, que en el caso que nos ocupa son cambiantes, así que en el momento en el que el Ejecutivo dependiera de otras fuerzas, los jueces deberían tener que cambiar su «sensibilidad». Si el Gobierno, en lugar de pactar con los exsediciosos catalanes y la izquierda abertzale, hiciera descansar la gobernabilidad de España sobre los hombros de los agresores sexuales, Junqueras se pudriría en la cárcel y los violadores saldrían mañana en parihuela.
En resumen, cuantos más reparos les ponen a sus señorías, más reconocimiento merecen. Si un juez facha es alguien que en lugar de seguir lo que Irene Montero llama «el mandato feminista» o la voluntad del pueblo -que aquí siempre es la voluntad del Gobierno-, o cualquier otra abitrariedad más o menos esotérica, siguen el dictado del Código Penal y la Constitución, si eso es ser un juez facha, digo, entonces hay que estar a favor de los jueves fachas y cuanto más fachas, mejor.