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La izquierda se pone facha con Ferrovial

«A mí me cuesta entender cómo Arnaldo Otegi se ha convertido en un hombre de Estado y la familia Del Pino, traidores a España»

La izquierda se pone facha con Ferrovial

Pedro Sánchez. | Ricardo Rubio (Europa Press)

Hay que agradecer a Ferrovial que, ante la noticia del traslado de su sede a los Países Bajos, haya puesto a la izquierda a hablar de España, que ya es algo. El sumatorio de discursos dice que las empresas españolas deberían de poner el ardor patrio por delante de otros ardores fiscales o accionariales para así no traicionar a su bandera y mover su domicilio. El jueves, Nadia Calviño se presentó en lo de Carlos Alsina con un discurso como de Lladró en contra de Rafael del Pino en el que lamentaba su falta de compromiso con su país. El patriotismo, aquí sí, forma el corpus fundamental de la reprimenda al empresario y, llegado un momento, uno no sabe si estaba escuchando a una ministra del PSOE o a Primo de Rivera. 

El caso es que Pablo Iglesias siempre mentaba la lucha de clases y, por mucho que viviera en el chalé de La Navata con tinaja en la piscina, cortacésped y mucama del ministerio, iba por ahí capando patrones en sus discursos. Sánchez era de otra manera. En los principios de la legislatura, se hacía acompañar a todos los sitios donde se aparecía por la charanguita del Ibex 35 y los CEO de las grandes empresas llenaban las cuatro primeras filas de actos en los que James Rhodes tocaba el piano en camiseta. Después, su Gobierno convirtió a los empresarios en avariciosos, insolidarios, saqueadores y, ahora, enemigos de una patria cuya lealtad a los demás no exige: ni a los investigadores, ni a los médicos, ni a las enfermeras que, después de formarse en los colegios y universidades públicas de este país gracias a los impuestos que pagamos, se piran a Inglaterra porque cobran el doble y me parece muy bien.

«Si Puigdemont se larga a Waterloo, la izquierda no le reprocha sus insultos a España porque hay que entenderlo»

Ni se les exige lealtad a los independentistas, ni a los abertzales. Porque en España, si dices que Vera de Bidasoa no es España, para la izquierda eres poco menos que un héroe de la pluralidad y de algún tipo de conga asimétrica encabezada por Miquel Iceta, una matraca anticentralista que debiéramos aceptar de buen grado en favor del progreso y de un país mejor. Por ejemplo, si Puigdemont se larga a Waterloo, la izquierda no le reprocha sus insultos a España porque hay que entenderlo, y también conviene entender a Junqueras y a Jon Inarritu, a Bildu y a los retales de ETA a los que les humea la pistola, pero a Rafael del Pino, que da de comer a no sé cuántas mil familias, hay que hacerle besar la bandera. A mí me cuesta entender cómo Arnaldo Otegi se ha convertido en un hombre de Estado y la familia Del Pino, traidores a España, pero en el sanchismo estamos en eso, qué le vamos a hacer.

La izquierda nos quiso convencer de que las fronteras eran una filfa. Tanto dieron la matraca con que eran ciudadanos del mundo, apátridas liberados del yugo del orgullo de haber nacido aquí o allá. ¡Hijos de la Pachamama! La nacionalidad era una ordinariez. Quemaban banderas, hacían trizas los pasaportes, fundaban batucadas y apoyaban a cualquier selección deportiva que se enfrentara a la nuestra. Redujeron cualquier identidad a la categoría de constructo encorsetante. Nos instaban a derribar cuanto fuera susceptible de alinear la libertad del individuo y la concepción que tenía de sí mismo en cada momento o momente. Ayer había gente en la izquierda defendiendo que si yo ahora digo que soy una mujer lesbiana mexicana de veintidós años siendo como soy un maromo de 45 de San Sebastián (Gipuzkoa), quién era nadie para negarlo. Cualquier categoría era susceptible de no aceptar lo que le venía dado y de cambiarse según la emoción de cada momento, todo menos esta condición empresarial nacional que nos ocupa, que debe ser conservada férreamente y sujeta a los valores de lealtad, de tradición y de patriotismo. Pero si se puede cambiar uno el sexo en el formulario que viene con los cereales, ¿cómo no se va a poder decidir el domicilio social de una empresa? 

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