Estados Unidos nos espía y todos lo saben
Para los americanos lo de ser aliados no es impedimento para violar la intimidad
Son muchos los que lo niegan, incluso tras la aparición de evidencias. Aceptan como lógico y habitual que un enemigo tradicional como Rusia muestre interés desmedido en espiarnos y rechazan con contundencia que un amigo, un aliado, alguien con el que compartimos tantos valores como Estados Unidos, no respete nuestra intimidad.
La primera gran potencia mundial acaba de volver a hacerlo y nadie en el país norteamericano se ha rasgado las vestiduras. Algunos de sus grandes socios, como Israel o Corea del Sur, aparecen señalados en la última filtración de documentos relacionados con la guerra de Ucrania. Lo más llamativo para los incrédulos es que la CIA informa de algo tan especialmente grave como que el Mosad, el servicio secreto exterior de los judíos, impulsó las manifestaciones populares en contra de una reforma judicial del primer ministro Benjamin Netanyahu. No hay nada que se me pueda ocurrir que sea tan grave como que un servicio secreto actúe contra su responsable político. Pues bien, los espías estadounidenses en Israel se dedican a investigar esos temas privados del país más amigo de entre los amigos.
En el pasado, miremos el momento histórico que miremos, siempre actuaron de la misma forma. Sus grandes aliados de la OTAN, como Alemania y Francia, han recibido unas cuantas veces con estupor las noticias que confirmaban la intromisión. Francia se enteró en 2015 de que sus tres anteriores presidentes habían sido vigilados por la NSA, la Agencia de Seguridad Nacional encargada del espionaje de señales. Diez años antes, el Gobierno galo había tomado la aguerrida decisión de expulsar a cinco agentes de la CIA tras acusarlos de efectuar espionaje político, económico y científico.
Esa gran potencia que es Alemania padeció el mismo tipo de espionaje en la misma época. La presidenta Ángela Merkel sufrió el pinchazo de su teléfono, al igual que su ministro de Asuntos Exteriores. Se quejó a su colega estadounidense de entonces, Barack Obama, y públicamente declaró que era inaceptable el «espionaje entre amigos». La respuesta habitual es pedir perdón, cuánto lo siento, no volverá a suceder.
Un enemigo llamado Unión Europea
Sin contar otro tipo de espionaje dirigido contra la Unión Europea, una organización que les fastidia bastante y a la que han espiado continuamente, especialmente en asuntos económicos. ¿Para qué, si no es por el tema del dinero, les podía interesar espiar al Banco Central Europeo en los años 90?
En 2010, la CIA y la NSA habían desplegado 80 equipos de espionaje de señales en otros tantos países del mundo. 20 de ellos estaban en Europa y uno, en la embajada de Estados Unidos en la calle Serrano de Madrid.
Varios países europeos han sido tan torpes, o tan interesados, que han colaborado con Estados Unidos en este espionaje a terceros países. Dinamarca, Alemania o España les han ayudado a poder interceptar señales, aunque nadie les prometió que eso les vacunaría para evitar que también robaran en su territorio.
Sólo existe una excepción, un conjunto de excepciones, a esa agresiva determinación estadounidense de que no puede haber secretos en el mundo que ellos no conozcan: los países integrantes de la red de espionaje por satélites Echelon. Hablamos de las naciones de habla inglesa Reino Unidos, Nueva Zelanda, Australia y Canadá.
En España, desde que Franco se hizo con el poder, los estadounidenses nos han espiado sin parar y han tratado de dirigir nuestro destino a donde ellos más les interesara. Cuando se producía una desviación, mandaban a sus espías. Así ocurrió en la primera época del socialista Felipe González. No se fiaban de él y mandaron unos funcionarios de la CIA para que colocaran micrófonos en el palacio de la Moncloa antes de su cita con el ministro de Asuntos Exteriores soviético, Andrei Gromiko. Tras la expulsión de los implicados pillados in fraganti y una protesta diplomática discreta, los de la CIA no hicieron ni caso y montaron otra operación para intentar chantajear con asuntos privados al vicepresidente Alfonso Guerra. Descubiertos de nuevo, González se hartó y ordenó expulsar a toda la delegación de la CIA en Madrid. Una medida valiente. Pero como en el cuento del alacrán y la rana, los estadounidenses, cuando les vuelvan a pillar, dirán eso de «es que somos así».