Mayo del 68 francés, franquismo y espías españoles
Se cumplen 55 años de la OCN, creada por el miedo de la dictadura de Francisco Franco al contagio del motín francés
En mayo de 1968, las autoridades del franquismo controlaban bastante bien las universidades cuando en el exterior estalló un conflicto que les provocó una profunda preocupación. El día 3 se produjo un enfrentamiento violento entre los estudiantes del campus de Nanterre y la policía: había comenzado lo que ahora conocemos como el Mayo del 68.
En París, en los siguientes días, se consolidó la primera sublevación universitaria con marchas que atravesaron sus calles con una virulencia inusitada. A los estudiantes no tardaron en sumárseles los trabajadores de potentes industrias y empresas como Renault, que con huelgas cerraron las instalaciones. Francia terminó paralizada en una protesta extendida contra el sistema político del gaullismo.
El español Luis González-Mata vivía en ese momento en París. Trabajaba como agente negro para el servicio de información de la Dirección General de Seguridad –sin estar en nómina pero cobrando su paga habitualmente-. El todopoderoso coronel Eduardo Blanco, director general de Seguridad, el organismo policial más importante de la represión franquista, y anteriormente jefe del servicio de información, le concedía la libertad de ganarse la vida haciendo misiones puntuales para otros servicios extranjeros siempre que no fueran contra los intereses que él le marcaba.
‘Cisne’, alias de González-Mata, no tardó mucho en recibir la llamada del coronel Blanco desde Madrid. El gobierno de Franco no estaba preocupado por el mal momento que estaban pasando las autoridades francesas, pero sí le inquietaba que la comunidad de españoles residente en el país no solo participaran en las algaradas, sino que pudieran utilizar el ambiente de protesta para exportar a España el movimiento antisistema. Por eso, le pidió que identificara a los españoles que estaban participando en las protestas, aunque debía hacerlo con la mayor discreción para no molestar a los colegas galos, a los que oficialmente apoyaban desde España.
La Policía no es suficiente, recurren a los militares
El tema era muy grave y preocupó especialmente al ministro de Educación, José Luis Villar Palasí, que había sido designado en abril de ese año. No le pareció que los policías de Blanco pudieran ejecutar la misión sinuosa y discreta para evitar que la universidad española acabara contagiada por los movimientos revolucionarios franceses y pidió ayuda a la cúpula militar. Les alegó que corrían el peligro de que los estudiantes acabaran convirtiendo las aulas en el centro de un movimiento de insurgencia contra el franquismo.
Como respuesta crearon la Organización Contrasubversiva Nacional (OCN), un servicio secreto dependiente del Alto Estado Mayor, pero dedicado a temas civiles. Al frente colocaron al comandante José Ignacio San Martín, un hombre del régimen, un tipo duro, que acometió la tarea de evitar revueltas estudiantiles como las de París y perseguir los movimientos que pretendían luchar contra el franquismo.
Obsesionados con que no les pasara lo que a los franceses, hicieron mucho más que asesorar al ministro en temas de información. Montaron un dispositivo para que nadie se moviera en la universidad: reclutaron a los bedeles que antes han sido guardias civiles, infiltraron a agentes propios para que estudiaran diversas carreras y captaron todo tipo de informadores.
Antes de que acabara el año, la OCN se adaptó a los nuevos retos, como la creación de una unidad operativa especializada en el control y seguimiento de aquellas personas sospechosas de actividades subversivas. También dieron un paso adelante en la manipulación de las situaciones: diseñaron una sección para crear grupos y asociaciones favorables al régimen que se enfrentaran abiertamente a los detractores.
La OCN siempre mantuvo unas pésimas relaciones con el Servicio de Información de la Dirección General de Seguridad del coronel Eduardo Blanco. Ambos eran plenamente franquistas, estaban dirigidos por militares, pero no se entendían y mucho menos se respetaban. La contienda, con el paso de los años, terminó cayendo del bando de la OCN dada la preferencia que mostró por sus actividades Luis Carrero Blanco. El vicepresidente y luego presidente vio que la OCN daba resultados en la lucha contra la sublevación en la universidad y lo amplió a otros campos, como la Iglesia, los sindicatos o los partidos políticos.
Después de la OCN vendría el Servicio Central de Documentación (SECED), al que sustituiría el CESID y, finalmente, el actual CNI. La evolución en 55 años ha sido brutal, poco que ver en la actualidad con el pasado.