¿Cómo es posible que el «gobierno de la gente» no tenga el apoyo de la gente?
No es la economía ni una ola conservadora. Una mayoría de españoles percibe la gestión de Sánchez como una sucesión de timos a su identidad y dignidad
Son dos las motivaciones básicas que según Hobbes tenemos los seres humanos: la búsqueda permanente de placer y de poder; dos deseos constantemente insatisfechos (Sánchez parece conocerlos bien). Pero junto a estas dos pulsiones podemos encontrar otras como la búsqueda del reconocimiento de la propia identidad y dignidad, el Thymos, a la que ya se refería Platón en su obra La República en la que se reservaba para la clase guardiana o guerrera un reconocimiento social que se les otorgaba por su valor al arriesgar la vida por la comunidad.
En opinión de Fukuyama (Identidad: La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento) «la demanda de reconocimiento de la propia identidad es un concepto maestro que unifica gran parte de lo que está sucediendo en la política mundial de hoy, desde el nacionalismo blanco en EEUU a fenómenos más amplios como el aumento del nacionalismo tradicional y el Islam politizado». Tenemos identidades definidas por nuestra raza, género, lugar de trabajo, educación, afinidades o nación, e incluso tenemos identidades por preferencias musicales, formas de vestir o de adornar nuestro cuerpo con peinados o tatuajes o por ser seguidores de un club de fútbol. Y exigimos respeto a todas ellas. El movimiento gay, por ejemplo, no se contentó con que se legislara un contrato similar al matrimonio; querían con razón que los sistemas políticos reconocieran explícitamente la dignidad de gays y lesbianas mediante la misma institución matrimonial que regula las relaciones heterosexuales.
«Los economistas»—escribe Fukuyama— «asumen que los seres humanos están motivados por lo que etiquetan como preferencias o utilidades, deseos de recursos materiales o bienes. Pero se olvidan del Thymos, la parte del alma que desea el reconocimiento de los demás, ya sea como isotimia, reconocimiento como igual en dignidad a los demás, o megalotimia, reconocimiento como superior (de esto parece que nuestro actual presidente también sabe mucho). Gran parte de lo que convencionalmente consideramos una motivación económica impulsada por necesidades o deseos materiales es, de hecho, un deseo timótico de reconocimiento de la dignidad o el estatus de uno». Lo cual es cierto para los individuos, pero también para los grupos sociales, las naciones o los grupos de identidad sexual, deportiva, profesional, etcétera…; tal y como se muestra, por ejemplo, en el uso común y generalizado de expresiones como «orgullo gay» o «dignidad nacional».
Ese Thymos es el que explica la reacción electoral de los españoles ante lo que han percibido como sucesivos timos del presidente Sánchez contra su identidad y dignidad, y eso es lo que diarios que en su día fueron matutinos independientes han bautizado como «antisanchismo emocional».
«Lo que motivaba también a los indignados del 15-M era una demanda de respeto a su ‘dignidad’ como jóvenes sin empleo ni futuro»
Lo que motivaba también a los jóvenes indignados del 15-M español no era tan solo una reivindicación economicista, dejar de ser una generación apartada de la vida social (sin trabajo, sin vivienda y sin posibilidades de emprender una vida normal), sino una demanda de reconocimiento, ejemplificada en el lema «no nos representan» contra una política bipartidista alejada de los problemas de la gente, internamente poco democrática, fuertemente jerarquizada y dominada por las cúspides de los partidos (de todos). Lo que les movía para acampar en la puerta del Sol era la «indignación» ante la falta de consideración que la sociedad política mostraba respecto a su dignidad como jóvenes sin empleo ni futuro, el desprecio de su Thymos. La misma motivación que ha llevado a los nuevos indignados, una mayoría de españoles, a votar ahora contra el presidente Sánchez en las elecciones municipales de mayo, como un anticipo de un cambio radical en el rumbo del país.
La RAE define la acción de timar como «engañar a alguien con promesas o esperanzas». Hay dos clases de timos; los que juegan con nuestros sentimientos más nobles y los que lo hacen con los más inconfesables. Del segundo es un clásico de la España franquista y subdesarrollada el llamado timo de la estampita en el que, a instancias del estafador, el estafado compra por un precio irrisorio un fajo de billetes que le ofrece el cómplice del estafador, que se hace pasar por un tonto que desconoce su valor. La variante más moderna es el timo del tocomocho, donde lo que se ofrece es un billete de lotería premiado con una fortuna. En estos casos el alma del estafado y el estafador se parecen como dos gotas de agua. Las dos igual de malvadas.
Del timo que juega con los buenos sentimientos hay también multitud de ejemplos. A mí, sin ir más lejos, me estafaron una buena cantidad regresando desde Francia a España con el truco de una familia entera que se había quedado tirada en la carretera un domingo y necesitaban dinero para pasar la noche. En escena, padre, madre, hijos y una actuación impecable con la promesa de devolver el dinero prestado una vez que volvieran a nuestro país. Este segundo tipo de timos es el que ha sufrido en varias ocasiones durante la última legislatura el Thymos de una gran parte de españoles; y muy especialmente el de los que tenemos el corazón en la izquierda; lo cual, y no es retórica, es tan respetable y moral como tenerlo a la derecha.
«El timo duele más cuando el que lo ejecuta lo hace en nombre de tus ideales»
Duele más este tipo de timos, cuando el que lo ejecuta lo hace en nombre de tus ideales, esos a los que uno no ha renunciado y considera usurpados por el timador. El trilero nos enseñó la bolita de la lucha contra la corrupción, la socialdemocracia, y el desarrollo del Estado cuasi federal del 78, pero cuando pudimos ver lo que estaba debajo del cubilete, lo que se mostraba a la vista era peor que la nada: el monstruo Frankenstein, un programa alejado del consenso democrático construido en España tras el franquismo; es decir, contrario a la reconciliación nacional y al respeto a la diversidad de creencias religiosas, morales, sexuales, etc.. La vuelta, aunque moderada por el espíritu de nuestro tiempo, al trágala, trágala, perro del siglo XIX y de la Guerra Civil.
La imposición de una nueva moralina feminista, ecologista, animalista, anticapitalista, que no tiene nada que envidiar a la del franquismo y el nacional-catolicismo de las Semanas Santas de ceniza y de «la familia que reza el rosario unida, permanece unida»; una moralina excluyente que ahora pretende arrojar a los infiernos del fascismo a los que discrepan de sus preferencias y de sus jerarquías de valores; que excomulga a los que no están de acuerdo, por ejemplo, con el espanto del «lenguaje inclusivo»; la visión de la historia como una mala película de buenos y malos; la prohibición por ley de la tauromaquia o la caza, o con un sinfín de cosas así. Lo que encontramos debajo del cubilete del presidente fue la alianza con los herederos del «mundo etarra» sin que estos hubieran condenado claramente la barbarie asesina, las concesiones al independentismo «rupturista» y a la imposición en Cataluña de «una sola lengua», el catalán, como hizo ya en su día el franquismo con el español. Resumiendo, «la mejor España», según el PSOE, frente a «la peor», es decir la polarización y el enfrentamiento.
Tras esta sucesión de timos al Thymos de muchos colectivos, percibidos así por una mayoría de ciudadanos, se ha producido la derrota sucesiva del PSOE y de sus aliados en las elecciones autonómicas de El País Vasco y de Galicia, la debacle de sus candidaturas en las autonómicas de Andalucía y Madrid; y, por fin, el mayor de los desastres en las municipales y autonómicas a nivel nacional ¿Cómo es posible que el «gobierno de la gente» no tenga el apoyo de la gente? Los polemistas profesionales del actual poder tratan de responder a ese enigma dando pábulo un día sí y otro también a la idea de que ese resultado se debe a la actuación de «poderes ocultos», mediáticos y económicos o directamente a que el pueblo está «alienado»; vamos, a que son tontos. Ya se sabe, «si ganan los nuestros ha ganado la democracia y si ganan los otros, han ganado los poderes ocultos». Pero la respuesta, si quisieran escucharla, es mucho más sencilla. No es la economía, ni la ola conservadora, ni la conspiración mediática; tampoco es esa pretendida «alienación»; es la dignidad, el Thymos de una mayoría de los ciudadanos de este país (es decir, de España), el que ha dado un portazo al presidente Sánchez y a sus políticas en todas las elecciones que se han celebrado hasta ahora; y se lo dará en la siguiente si no entiende un mensaje expresado con claridad y reiteración. Pero esa derrota será solamente suya, no de los ideales de la izquierda.
Agustín Galán Machío es doctor en Sociología y periodista. Ha sido consejero de Comunicación de las misiones de España en la ONU y en la UE, y de las Embajadas en México, Moscú, Bruselas, Roma y Lisboa.