Cambiar al mismo tiempo de Gobierno y oposición
Tras las próximas elecciones debería establecerse una nueva dinámica política de convivencia y tolerancia
El economista John Maynard Keynes es el autor de la conocida frase: «Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Y qué hace usted, señor?». Pues eso, cambiar también, digo yo, bordear los obstáculos, dar rodeos o aprovechar algún atajo. Ahora bien, una cosa es cambiar de opinión cuando «los hechos cambian» y otra lo que ha hecho el presidente Sánchez, presentar sus mentiras cómo cambios de opinión. Si digo hoy: «Préstame por favor cien euros que te los devuelvo mañana», no puedo decirte mañana que he pensado que va a ser mejor para todos que no te los devuelva.
Es verdad que el camino más directo para conseguir nuestros objetivos no es el del centro, ni el de la izquierda, ni el de la derecha sino el que en cada circunstancia y en función de nuestras prioridades nos lleva antes y con mayor seguridad al destino elegido, el «camino de en medio» de Aristóteles, que no es una medida fija o estática sino algo más difícil y complejo, y cuyo hallazgo requiere discernimiento práctico y juicio moral. Por eso se puede cambiar de opinión cuando el camino se tuerce o mudar de preferencia política cuando los nuestros nos fallan. Pero otra cosa muy distinta es decir lo contrario de lo que se piensa hacer porque nos conviene, y luego afirmar que se ha hecho porque en realidad nos convenía a todos. Bien harían los españoles en tener en cuenta esta diferencia entre mentir y cambiar de opinión en las próximas elecciones; y también en buscar en esa elección el «camino directo» para nuestro destino colectivo: la reconciliación y la integración del país.
Y no hace falta recurrir a Aristóteles para darse cuenta de que las cosas son así; esto lo sabe bien cualquier caminante, aunque, sin embargo, lo olvidan con frecuencia quienes constituyen el llamado «suelo electoral» de los partidos; esos que siempre votan lo mismo, porque ellos son «de izquierda» o «de derecha» sin importarles quien esté al frente de «los suyos» en cada momento, un filántropo o un charlatán, el eurocomunista Berlingüer o el califa Julio Anguita, Felipe González o Pedro Sánchez; sin que les altere la corrupción en sus filas porque por definición los corruptos son siempre los otros; ni la mala gestión que achacan a la «meteorología» (es que nos ha tocado a nosotros la crisis económica); ni el deterioro de las instituciones democráticas (nosotros somos los demócratas, los otros autoritarios por naturaleza, claro está); ni, por supuesto, las mentiras de sus líderes (bueno, todos los políticos mienten algo ¿no?).
Estos electores fieles, el suelo electoral de los partidos (del PP y del PSOE para ser más exactos, porque los de UPD y Ciudadanos cuando han visto el percal se han ido con el suelo a otra parte), siempre razonan de esta manera para conseguir llegar a una conclusión previamente querida o huir de otra que les disgusta; incluso cuando esto no les ofrezca ninguna ventaja personal. Cómo subraya Steven Pinker en su libro Racionalidad. Qué es. Por qué parece escasear. Por qué es importante, basta con que el razonamiento «realce la corrección o la nobleza de su tribu política, religiosa, étnica o cultural» para que lo abracen. Es lo que se llama sesgo de mi lado, y que se apropia de las mentes de los que lo padecen. Esos que siempre ven las patadas en la espinilla que dan los del equipo contrario y los penaltis injustos contra el suyo; el «fascismo», la «derecha extrema» o «la extrema derecha» (Sánchez dixit) en el ojo ajeno y «la democracia plena» o «una izquierda centrada» en el propio.
«Los grandes partidos de izquierda y derecha no han bajado de cierto suelo. Sus hinchas y el marketing político están ahí para evitarlo»
En una democracia no hay nada peor que este patriotismo de partido. Cuenta Pinker que tras una investigación sobre este sesgo de mi lado cuando se presentaba a los participantes en la misma unas imágenes de una manifestación y en el título se etiquetaba como una protesta contra el aborto en un centro de salud, «los conservadores veían una manifestación pacífica, mientras que los liberales veían que los manifestantes bloqueaban la entrada e intimidaban a quienes acudían. Cuando se etiquetaba como una protesta contra la exclusión de los homosexuales en un centro de reclutamiento militar, eran los conservadores los que veían horcas y antorchas, y los liberales quienes veían a Mahatma Gandhi». Traducido al terreno patrio es lo que ha pasado aquí con los escraches a Pablo Iglesias y a Rosa Díez, a Irene Montero y a Inés Arrimadas; o con la manifestación de Podemos ante el Congreso de los Diputados y la manifestación y asalto del Congreso americano por los trumpistas; y sin ir tan lejos, lo que sucede ahora mismo con la descalificación por Sánchez de los medios críticos con su gestión tachándolos de derechistas y la que hizo constantemente el propio Trump contra la prensa americana tachándola de izquierdista.
El psicólogo canadiense Keith E. Stanovich relaciona este sesgo con nuestro momento político. Sugiere que no estamos viviendo en una sociedad de la posverdad sino en una sociedad «de mi lado». «Los lados» – afirma Pinker- «son la izquierda y la derecha, y ambos lados creen en la verdad, pero tienen ideas inconmensurables de lo que esta es». «Yo siempre votaré por la justicia», «por los de abajo», «por la solidaridad», afirma la banda izquierda; yo siempre lo haré por «la libertad», «por la nación», «por la ciudadanía», responde la banda derecha, sin que probablemente ninguno sepa concretar muy bien de qué están hablando en realidad.
Hasta ahora, amparados en esas «ideas inconmensurables» los grandes partidos de izquierda y derecha no han bajado nunca de un cierto suelo. Sus hinchas y el marketing político están ahí para evitarlo, buscando constantemente pruebas que ratifiquen sus creencias y mostrando indiferencia hacia las evidencias que podrían refutarlas; alimentando lo que Pinker llama «nuestro sesgo de confirmación». Y así para cierto electorado de Vox los inmigrantes cometen muchos delitos tan solo porque un día aparece una noticia acerca de un inmigrante que atracó una tienda, pero nunca piensan en el número mayor de tiendas atracadas por ciudadanos nacidos en el país; el electorado del PSOE ve solo la subida del salario mínimo interprofesional, la mejora de las pensiones, los empleos creados, las leyes en favor de la igualdad, o la consecución de los fondos europeos y no puede ver la ley del sólo sí es sí que ha rebajado penas a los violadores (felizmente modificada con el apoyo del PP), la ley de Memoria Democrática pactada con Bildu en lugar de con el PP, la reforma del Código Penal ad hominem para eliminar el delito de sedición y favorecer a los independentistas, pavimentando el camino para que lo vuelvan a hacer; la ley sobre la transexualidad y sus excesos; la perdida de imparcialidad de las instituciones democráticas (CIS, Tribunal Constitucional); y, en fin, el deterioro del imperio de la ley y de la convivencia democrática.
En estas percepciones hay un matiz importante. Lo que ve el electorado del PSOE no será «derogado» (Feijóo ya ha anunciado que no derogará, por ejemplo, la reforma laboral pactada con los empresarios), aunque evidentemente la derecha aplicará su propia agenda durante cuatro años, pero lo que ve el electorado del PP, en cambio, son asuntos que de consolidarse por voluntad general irían mucho más lejos del alcance de una legislatura y dejarían su impronta.
«Estamos en uno de esos momentos que Steven Pinker denomina ‘ultrajes comunitarios’»
Por otra parte, inevitablemente, nos guste o no, hay determinada categoría de sucesos que mueven a las sociedades a movilizarse en un cierto sentido. Estamos en uno de esos momentos. Son los que Pinker denomina «ultrajes comunitarios» , ataques flagrantes y ampliamente atestiguados contra un miembro o símbolo de un colectivo, que son percibidos como una afrenta intolerable e incitan a la colectividad a sublevarse para hacer justicia: la explosión del USS Maine en 1889, que condujo a la guerra hispano-estadounidense; el hundimiento del RMS Lusitania en 1915, que desencadenó la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial; el incendio del Reichstag de 1933, que posibilitó la instauración del régimen nazi; Pearl Harbor en 1941, que envió a América a la Segunda Guerra Mundial; el 11-S, que desembocó en las invasiones de Afganistán e Irak; y el hostigamiento a un vendedor ambulante en Túnez en 2010, cuya inmolación desató la Revolución tunecina y la Primavera Árabe.
En nuestro ámbito doméstico buenos ejemplos de estos «ultrajes comunitarios» serían sucesos ya lejanos como el 23-F que trajeron la victoria socialista del 82; el asesinato por ETA de Miguel Ángel Blanco, que condujo al final de la banda terrorista; la participación en la guerra de Irak y la mentira de Aznar sobre los atentados terroristas en Madrid, que dio lugar al primer gobierno de Zapatero. Y también sucesos más recientes como la declaración unilateral de independencia en el Parlamento catalán seguida de las hogueras en Barcelona y la quema de banderas españolas. Por mucho que se quiera mirar para otro lado este será el trasfondo de la elección del 23 -J y lo que moverá al electorado.
Dice también Pinker que «las instituciones exitosas de la racionalidad jamás dependen de la brillantez de un individuo, pues ni siquiera el más racional de nosotros está libre de sesgos». Así es; por ello deberíamos aspirar a que, tras las próximas elecciones, gane quien gane, imperen en nuestro país contrapesos y controles en la gobernanza tanto nacional como territorial, procedimientos contradictorios en el sistema judicial, así como una verificación de hechos y una edición profesional en el periodismo. Es decir, mecanismos que nos hagan avanzar cómo sociedad de la misma manera que se progresa en el mundo académico con la comprobación en la ciencia y la revisión por pares de los artículos científicos. En una democracia no solo gobierna el gobierno sino también la oposición, así que, eligiendo el «camino directo» que nos recomienda Aristóteles, tal vez podríamos darnos el lujo esta vez de cambiar al mismo tiempo gobierno y oposición y establecer así en el país una nueva dinámica política de convivencia y tolerancia; una dinámica que no vea en la oposición «la derecha extrema ni la extrema derecha» ni que tampoco, en la otra esquina, vea en el socialismo que sustituya a Sánchez el «bolivarismo» venezolano.