Bush y Blair espiaron al presidente Aznar
Historias de traiciones y gestos de valentía en las semanas previas a la invasión de Irak hace 20 años
Han pasado 20 años de la convulsión mundial producida por la decisión del presidente de Estados Unidos, George Bush, de invadir Irak para acabar con el sátrapa Sadam Husein. Dos eran los principales motivos: poseía y estaba fabricando armas de destrucción masiva, y respaldaba las acciones terroristas de Osama Bin Laden y su grupo Al Qaeda, los autores del ataque contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Los dos se demostrarían falsos.
El presidente José María Aznar decidió subirse al carro de los atacantes, un carro poderoso, pero con solo otros dos inquilinos: Bush y Blair. La decisión le apartó de los intereses mostrados por la mayoría de los países europeos, opuestos a una intervención sin comprobar fehacientemente con anterioridad si Irak disponía de esas armas o estaba a punto de contar con ellas. Al frente del grupo opositor estaban Rusia, Francia y Alemania.
El mundo de la política está lleno de traiciones. Nadie confía ciegamente en las palabras pronunciadas por un dirigente en privado, creen que todos pueden mentir, que mantienen ocultas sus verdaderas intenciones. Los servicios de inteligencia están encargados de informar a sus responsables políticos de los planes reales de cada país, por lo que ejecutan misiones que pueden parecer estrambóticas, fuera de lugar. Y más si el mundo vive tormentas como la que predecían se iba a desatar en Oriente Medio.
La CIA dudaba de Aznar
La CIA albergó dudas sobre la postura que Aznar adoptaría en los días previos al ataque. Todos conocían su apoyo a la guerra, pero los movimientos contrarios desatados en España les hacían temer que no soportara la presión y finalmente se echara a un lado.
Dos semanas antes del inicio del ataque, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos y el Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno (GCHQ) de Reino Unido, decidieron montar una operación, obviamente secreta, para interferir las comunicaciones del presidente Aznar y de su ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio.
Existen dudas sobe si Bush y Blair conocieron y autorizaron esas investigaciones que violaban ampliamente la confianza entre aliados. Lo habitual suele ser que, en el tema de líderes extranjeros, los servicios actúen con libertad sin informar antes y después a sus jefes políticos. Tampoco es necesario indagar en el resultado de esas escuchas. La CIA desconocía la tozudez de Aznar y su convencimiento real de que hacía lo que creía mejor para colocar a España en un nivel internacional más alto.
Pinchazos en la ONU
En las dos semanas anteriores al inicio de la guerra de Irak el 20 de marzo de 2003, el espionaje a Aznar no fue el único ejecutado por estadounidenses y británicos. El ordenador para escribir órdenes echó humo esos días. Los técnicos de Echelon, la red anglosajona de espionaje con satélites tuvo que aumentar sus horas de trabajo. La mayor preocupación de los que querían ir a la guerra residía en la ONU. Allí peleaban las diplomacias de partidarios de uno y otro bando. El objetivo: demostrar que había motivos para un ataque en marzo, sin retrasos.
El primer espiado fue Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas. Una falta de respeto tremenda al orden internacional, pero los servicios de inteligencia se mantienen al margen. Se supo que habían violado sus comunicaciones porque lo denunció tiempo después Claire Short, ministra británica de Desarrollo Internacional, que dimitió por no estar de acuerdo con el conflicto, y que reconoció que le habían enviado transcripciones de las conversaciones privadas de Annan.
En esas dos fatídicas semanas, la NSA y el GCHQ también violaron la intimidad de seis embajadas ante la ONU: Angola, Camerún, Chile, Guinea Conakry, México y Pakistán. Seis miembros del Consejo de Seguridad de la ONU con derecho a voto sobre la decisión de invadir. Los espías querían conocer sus motivaciones y debilidades, para pasárselas a sus propios diplomáticos y que las utilizaran para presionarles adecuadamente y conseguir su apoyo a la resolución final contra Sadam.
En esta ocasión no tardamos en enterarnos porque lo contó el periódico The Guardian, a quien se lo había filtrado por motivos de conciencia una funcionaria de 28 años del GCHQ. Katherine Gun fue detenida y se enfrentó a dos años de cárcel por revelación de secretos. Esta traductora de mandarín despertó las simpatías del mundo entero —se rodó una película sobre ella— y finalmente la Fiscalía británica retiró los cargos para evitar al ejecutivo de Blair una mala publicidad.