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Fernando Grande-Marlaska, el pararrayos de Pedro Sánchez

Arrastra un gran desgaste político y judicial de seis años al frente de Ministerio del Interior, con más manchas que aciertos

Fernando Grande-Marlaska, el pararrayos de Pedro Sánchez

Ilustración de Alejandra Svriz.

Si se observa una foto de él cuando en los noventa era un joven y audaz juez estrella, látigo de los etarras en la Audiencia Nacional, a otra desde que entró en el Gobierno de Pedro Sánchez en 2018 o a cualquiera de los últimos días tras la muerte de dos guardias civiles en el puerto de Barbate (Cádiz) a manos del narco, es fácil concluir que Fernando Grande-Marlaska Gómez (Bilbao, 61 años) ha envejecido muchísimo lo cual acentúa la delgadez, la barba rala y un pelo corto completamente encanecido. Y no sólo por los efectos lógicos de la edad, sino por el desgaste político y judicial de seis años al frente de Ministerio del Interior, con más manchas que aciertos, y la desmoralización que arrastra.

Ahora está en el ojo del huracán tras el asalto, el pasado día 9, de una narcolancha, en pleno puerto de Barbate y jaleados sus tripulantes por varios testigos, contra una pequeña y frágil embarcación de control de la Guardia Civil. Murieron dos agentes y resultaron heridos otros cuatro. El ministro había visitado un día antes la zona del Campo de Gibraltar asegurando que el control y la vigilancia en la batalla estaban asegurados. Sin embargo, desde que de manera inexplicable el Ministerio del Interior decidió hace un año y medio desmantelar una unidad de élite creada para la lucha contra el narcotráfico se ha incrementado notablemente la entrada de droga procedente de Marruecos.

Las críticas le han llovido a Marlaska. El domingo en Pamplona la viuda de uno de los agentes fallecidos se negó a que el ministro se acercara al féretro de su marido para colocar sobre la tapa una condecoración. Todo ello recordó al incidente acaecido en Palermo en 1992 cuando la viuda de uno de los escoltas del juez Giovanni Falcone asesinados a manos de la Mafia increpó a las máximas autoridades del Estado.  

Se diría que Marlaska es un ministro abrasado, que en circunstancias normales hace ya tiempo habría sido cesado o él mismo hubiese recogido sus bártulos de la madrileña Castellana 5, del piso donde reside con su marido Gorka, filólogo, en la sede del Ministerio del Interior. Si todo eso no ha sucedido es porque representa el perfecto pararrayos de Sánchez, uno, o tal vez el primero, en competencia con Félix Bolaños, de sus leales soldados que no cuestionan nada que venga de La Moncloa. Y por supuesto menos aún las negociaciones sobre la amnistía, que a él como jurista le debe generar al menos alguna duda sobre su constitucionalidad.

Sus colaboradores empaquetaban cajas días antes de que el candidato socialista se presentara a la reelección el pasado noviembre. Él confesaba estar cansado, pero sin ánimo de regresar a su puesto como presidente de la Sala de lo Penal en la Audiencia Nacional. Había perdido amistades entre sus antiguos colegas. Sin embargo, cuando Sánchez, en el discurso de investidura, hizo una referencia explícita a él –«es un gran ministro de Interior y tiene toda mi confianza»- le brillaron los ojos y debió de pensar que era estupendo seguir mandando aun a costa de tener en contra a la oposición del PP y Vox y dudas de los propios socios del Gobierno.

Y no sólo eso, que entra dentro de la lógica política, sino a no gozar de la confianza de los altos mandos de la Policía Nacional y Guardia Civil, entre los que día a día está cada vez más desacreditado. En especial, por el cese del coronel de la Benemérita Diego Pérez de los Cobos, jefe de ese cuerpo en Madrid durante la pandemia. El alto jefe benemérito se negó a entregar a su superior un informe confidencial sobre la inoportunidad de las manifestaciones feministas en víspera del confinamiento. El Tribunal Supremo falló en contra de la destitución y obligó al ministro a reintegrar a Pérez de los Cobos en su puesto.

Marlaska resulta más de una vez arbitrario en los nombramientos en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. En ocasiones no le acompañó la fortuna como fue el caso de la designación de María Gámez, de directora general de la Guardia Civil. Tuvo que abandonar por un caso de corrupción de su esposo. Es peculiar en otros. Por ejemplo, el nuevo director de la policía en Cataluña está siendo investigado por acoso laboral, lesiones psíquicas y prevaricación. Tal vez se fía de su instinto y pulcritud, de un concienzudo examen de los papeles como cuando era juez y no vaciló en llevar a la cárcel a Arnaldo Otegi por tratar de reconstruir Herri Batasuna. Por cierto, la sentencia, de la que no es responsable pues no juzgó el caso, fue revocada mucho tiempo después por el Tribunal de Justicia europeo. 

Marlaska, a secas como se le conoce en el mundo político, es el titular más longevo de ese departamento, lo cual en teoría podría ser un mérito. Sin embargo, no es del todo así. En su debe está haber sido reprobado por el PP por su mala gestión en el asalto de la valla de Melilla, en julio de 2022, donde oficialmente murieron 23 inmigrantes. Las ONGs hablan de más de medio centenar en territorio español a manos de los agentes marroquíes y con la complicidad de los cuerpos de seguridad españoles. Sin duda, es la mancha más grave en su gestión junto con el trágico caso de Barbate, que le va a llevar a otra reprobación la próxima semana del PP y Vox en el Senado y quizá también en el Congreso un día antes si Podemos vota a favor.

Es obstinado y a la vez ambiguo en sus decisiones, aunque eso resulte un oxímoron. Forma parte de su psicología. En el caso de Melilla resistió el embate de la oposición y minimizó el contenido de un documental de la BBC donde se cuestionaba el comportamiento de los propios guardias civiles españoles frente a la invasión de los miles de inmigrantes marroquíes y subsaharianos y el atropello de los gendarmes del país vecino, que entraron a saco en territorio español. Hasta la vicepresidenta Yolanda Díaz, dirigente entonces de Podemos, criticó la actuación policial.

En cambio, el presidente Sánchez respaldó al ministro. Hace pocas fechas ha recibido otra bofetada de condena del Supremo al devolver en caliente a Marruecos a los jóvenes que asaltaron la frontera, violando la ley de extranjería y los derechos humanos. Rabat alentó esa huida en masa para tratar de desestabilizar España durante la crisis diplomática del Frente Polisario en verano de 2021.

La lista de sus decisiones controvertidas es numerosa: la marcha de Navarra de la Guardia Civil de Tráfico, los contactos del número dos de su ministerio con el entorno de los presos etarras o el caos que impera en el madrileño aeropuerto de Barajas con varios centenares de inmigrantes en espera de saber su destino. En su haber está haber cerrado bajo la presidencia española de la UE el Pacto Europeo de Migración y Asilo, acuerdo que ha sido muy criticado por organismos como Amnistía Internacional y el control de las bandas juveniles criminales.

Marlaska es un hombre educado, cariñoso con sus subordinados y muy trabajador. Optó por la judicatura casualmente pues lo que quería era ser funcionario europeo. Como juez en Bilbao y luego en la Audiencia Nacional mostró gran arrojo a la hora de procesar al mundo de los etarras hasta el extremo de que fue amenazado de muerte por la banda terrorista. Ahora, sin embargo, ha facilitado el acercamiento de presos al País Vasco y no se ha opuesto a que finalmente las competencias hayan pasado a manos del Gobierno de Vitoria. Se siente vasco y español. «En la sociedad vasca todo gravita en exceso sobre el tema nacionalista», le declaró a Rosa Montero en una famosa entrevista, en 2006, en El País donde por primera vez confesó que era homosexual y que había contraído matrimonio con otra persona de la misma orientación.

Su homosexualidad no le causó problemas con sus colegas del mundo de la magistratura, pero sí incomprensión por parte de su madre, viuda de un policía municipal. Durante unos años tuvo que romper relación con ella con gran dolor, según cuenta en su autobiografía, Ni pena ni miedo, pero al final ella entendió y aceptó a la pareja del ministro, su gran amor de toda la vida.

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