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Emiliano García-Page: un asunto de camiseta

El presidente de Castilla-La Mancha es un individuo de apariencia tranquila, pero que cuando hay que morder lo hace

Emiliano García-Page: un asunto de camiseta

Ilustración de Alejandra Svriz.

Al parecer, Emiliano García-Page (Toledo, 1968), presidente de Castilla La Mancha, ya no suda la camiseta del Sanchismo Club de Fútbol. No suda igual que sus compañeros y molesta cuando en un descanso habla con los rivales y les comenta que el PSOE, su partido de toda la vida, está a un paso del abismo. Cuando los ciclos políticos adquieren tal cariz —entiéndase, la pérdida de poder territorial confirmado ahora en Galicia— se corre peligro de que el ciclo se convierta en ciclón. Eso ha declarado. Y entonces sí que el drama se hace irreversible. Sus colegas se le han echado a la yugular. La más aguerrida, la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, quien le ha recriminado no sudar la camiseta y alegrarse del triunfo del PP en las pasadas elecciones autonómicas gallegas.

Page es un individuo de apariencia tranquila, pero que cuando hay que morder lo hace. «He tenido la misma camiseta desde mucho antes de los que ahora las reparten. La camiseta del PSOE no es una camisa de fuerza. Yo lucho para que Carles Puigdemont no termine por colocar una camisa de fuerza a todas las instituciones del Estado», le ha respondido a la actual todopoderosa número dos del partido y ministra de Hacienda. El pasado lunes, tras conocer los pésimos resultados gallegos, comentó que habían sido «un producto regional pero con guiso nacional». Justo lo que no quería oír el jefe del Gobierno y ninguno de los miembros de su equipo.

Las palabras del líder manchego encajaban en su propia lógica política, pero no en la de Moncloa: yo desapruebo el pacto con Junts, el proyecto de amnistía y por ende la exculpación de Puigdemont de cualquier delito. Por tanto, me satisface la victoria de los populares en Galicia, porque eso significa la derrota —temporal, hay que decir— del independentismo catalán.

Sánchez y Page se odian políticamente. La cosa viene de lejos. El presidente de Castilla La Mancha respaldó públicamente la candidatura de Susana Díaz frente a la del actual primer ministro en las primarias para la secretaría general del PSOE en 2017. Incluso llegó a adelantar que si ganaba Sánchez, él ya no volvería a ocupar ningún cargo político. Al final y contra pronóstico éste ganó a la dirigente andaluza, pero Page incumplió su compromiso pues se presentó a la reelección como presidente castellano manchego.

Si se dejara llevar por los sentimientos más oscuros, Sánchez hubiese dado orden para abrirle un expediente disciplinario que condujera a su expulsión. No se piensa que lo vaya a hacer, pero no soporta la discordancia del castellano manchego ni la de nadie en la línea de cierre de filas que ha impuesto desde su llegada al poder en junio de 2017. Ya lo hizo hace un año y medio con Joaquín Leguina, el histórico presidente de la Comunidad de Madrid, por dar su voto a Isabel Díaz Ayuso y hace unos meses con el dirigente vasco Nicolás Redondo Terreros por su crítica al proyecto de amnistía. El caso de Page resulta más complicado, pues acaba de revalidar la presidencia de su comunidad por tercera vez y en esta ocasión como en 2019 por mayoría absoluta. Además, el mapa socialista de poder territorial se ciñe únicamente a Castilla La Mancha, Asturias y Navarra. No es momento pues para debilitarlo más todavía.

¿Es Page el último superviviente del tsunami sanchista? Él no se siente así, pese a que en el último comité federal donde se aprobó la coalición de gobierno con Sumar de Yolanda Díaz y se habló de la necesidad de buscar el apoyo del partido de Puigdemont, no se escuchó más nota discordante que la suya. «Yo no me siento solo. En la forma y expresión pública puede parecerlo, pero en el fondo no», confesó en el programa de la Sexta Salvados en diciembre último pocos días después de la investidura de Sánchez. 

En el partido aparentemente no se mueve una mosca. Todo aquel que discrepe con lo que dicta el jefe arriesga terminar en el ostracismo y perder prebendas. Sin embargo, hay militantes de base o votantes socialistas que sintonizan con lo que opina el presidente castellano manchego. Más allá de las posiciones de dirigentes históricos como Felipe González y Alfonso Guerra, que se oponen a la amnistía por cuestionar su validez política y ética y su encaje constitucional, hay voces como la del ex ministro Jordi Sevilla en el Gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero, que cree que no se dan las condiciones para que la norma excepcional sea un proyecto integrador y pacificador del conflicto catalán, pues ni siquiera hay un gesto de arrepentimiento o de compromiso de no repetir el levantamiento de 2017 por parte de los independentistas.

Y hay otros líderes emergentes y de probable brillante futuro político como Juan Lobato, secretario general del PSOE en Madrid, quien ha roto una lanza en favor de Page: «Hay que escuchar su opinión, porque se lo ha ganado, se lo merece y tiene un gran respaldo».

Page, que estudió Derecho en la Universidad de Castilla La Mancha, es de origen humilde y carácter campechano. Se ha separado hace unos meses de su esposa y vive en un piso de alquiler con su hijo varón. Tiene una hija estudiante de Medicina, además de un hermano gemelo, que se ha dado de baja del partido porque, justifica, no se identifica con «el nuevo PSOE». Comenzó su carrera política como alcalde de Toledo y sirvió luego como consejero en los gobiernos regionales de José Bono y José María Barreda a partir de 2015.

No siempre ha llegado al poder como resultado de ser cabeza de la lista más votada, algo que le ha generado roces con sus oponentes. Le sucedió cuando llegó a la alcaldía en 2007, donde hubo de apoyarse de Izquierda Unida. E igualmente, en su primer mandato para la presidencia de su comunidad. Tuvo que recurrir al respaldo de Podemos quitándole el puesto a María Dolores de Cospedal, la hasta entonces presidenta. El PP había sido la lista más votada. Formó una coalición con el entonces movimiento creado por Pablo Iglesias. Por vez primera los morados entraban en un gobierno en España.

El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, durante una entrevista con THE OBJECTIVE. | Víctor Ubiña

Page no se ve en un futuro como sucesor de Sánchez ni aspira a ello. Lo repite una y otra vez cada vez que se lo preguntan. Quizá carezca de la astucia y el atrevimiento de este último.«Bajo ningún concepto daría batalla para eso. Lo he dicho mil veces y no sé porqué no me creen. No tengo la más mínima intención ni la más mínima probabilidad», declaró hace tres meses. A fecha de hoy resulta poco verosímil que este político que se declara «español, no nacionalista y socialdemócrata» pueda suceder a Sánchez. Si eso ocurriera significaría, más allá de la muerte del llamado sanchismo, una reprobación total del mandato del actual inquilino de La Moncloa. 

«Yo a lo que aspiro es a ser presidente de todos», le dijo a Gonzo, el presentador de Salvados en diciembre. Tiene claro que de haber sido diputado se hubiera opuesto al acuerdo con Junts, pero para ello hubiese renunciado antes a su acta parlamentaria y así no votar. Ese gesto describe bien el carácter del político castellano manchego. Anuncia que va a romper amarras, pero cuando se trata de decir basta y hasta aquí hemos llegado, hace una finta y amaga el golpe. Quizá sea temor, carezca del arrojo necesario o tenga más escrúpulos que Sánchez.

La realidad es que Page no se siente hoy en día cómodo con la música que suena en la política española. Con la insoportable polarización y la incapacidad de lograr pactos de Estado tan necesarios para cualquier reforma entre las dos grandes formaciones. No tiene reparos en decir que no se lleva mal con el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, aun cuando discrepa de su discurso bronco desde que está al frente del partido. Sus compañeros del PSOE le exigen que se sume al cierre de filas emanado por Moncloa y hacer de la necesidad virtud al pensar en el conflicto catalán, como repite Sánchez. Nuestra camiseta es la única válida, le avisan. No juegues con otra, porque de lo contrario deberás atenerte a las consecuencias. Page piensa que su camiseta, la auténtica y con la que siempre jugó, es la socialista por encima de personalismos. Con eso a lo mejor no le basta para salir vivo políticamente.

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