Valencia, lo que la dana deja al descubierto
La factura de la tragedia es la puntilla para la economía de la región, lastrada por la falta de inversiones en infraestructuras

Ilustración de Alejandra Svriz.
La Cámara de Comercio de Valencia ha estimado en 13.316 millones de euros la cuantía de daños, tan sólo directos, provocados por la dana del 29 de octubre. Una factura colosal comparada con los 42.000 millones de euros que costó el rescate de las cajas de ahorro en toda España. Lo peor es que este quebranto no está limitado al corto plazo, tendrá consecuencias para el PIB español durante varios años. Urge, por lo tanto, tanto el Gobierno central como el autonómico reparen los daños que sufren las fuerzas económicas y repongan las infraestructuras arrasadas.
La dana es un pesado fardo que impide a los españoles ser optimistas y, para los valencianos, es la puntilla a la idílica y adulterada imagen del Levante Feliz. La economía valenciana lleva decenios lastrada por el aplazamiento de inversiones públicas en infraestructuras básicas, en educación y sanidad, lo que empeora los riesgos de caer en la pobreza y los asociados al clima y a la escasez de agua. Comparadas con el resto de comunidades autónomas, las cifras de dotación financiera e inversión pública por habitante son paupérrimas. Estamos en los últimos puestos del ránking autonómico en materia de abandono escolar temprano (14,3%), muy superior a la media de la UE (9,6%), y dos puntos por encima de la media nacional (12,3%); en número de médicos por 100.000 habitantes (514,3), y en riesgo de caer en la pobreza (24,3%). No es de extrañar que en materia de oportunidades de renta o prosperidad relativa también nos encontremos en el furgón de cola (62,6 sobre 100, en 2021).
Es innegable que la futura instalación de la planta de giga-baterías en Sagunto invita a cierto optimismo. Sigue pendiente, sin embargo, la mejora de la competitividad en los sectores industriales tradicionales, y la mejora de la protección social de los trabajadores. Desde luego, contamos con los fondos europeos, pero con la ayuda del Gobierno central, o sin ella, estamos obligados a transformar estos desafíos en oportunidades de futuro, y sacar del limón limonada para que la Comunidad Valenciana salga de los últimos puestos de entre las comunidades autónomas.
Un proyecto de gran angular debería entender que las fuerzas motrices del crecimiento que crean valor y riqueza no se encuentran única ni principalmente en el esfuerzo físico del trabajo, tampoco en la mayor dotación de capital físico de las empresas. Desde luego, estos factores son importantes para el crecimiento, pero dan lugar a una producción de bienes físicos de naturaleza material. Por el contrario, otros bienes de tipo inmaterial e intangible como son los descubrimientos, inventos e ideas, la investigación en IA y, en general, los cambios tecnológicos, permiten crecer sin límites, puesto que desafían la ley de los rendimientos decrecientes de Ricardo. Difieren de los bienes físicos en que se pueden utilizar por muchas personas al mismo tiempo, sin que por ello se consuman; además, permiten que el propietario pueda controlar su uso haciéndolos parcialmente excluibles mientras dure el monopolio de exclusividad.
Debemos impulsar un tipo de economía tecnológicamente avanzada, que gravite en torno a la sociedad del conocimiento y la información, refuerce la cohesión social, que proteja eficazmente el esfuerzo de los creadores, emprendedores e investigadores, y suprima las actuales barreras a la innovación y la investigación. Es clave el papel de las universidades valencianas, centros de investigación y parques tecnológicos y científicos, pero hay que acabar de una vez con la burocratización que les pone plomo en las alas.
«El retraso en la construcción del corredor mediterráneo supone un coste elevadísimo en eficiencia y competitividad»
Por otra parte, las inversiones públicas o privadas en infraestructuras derraman sus efectos positivos (externalidades) sobre el resto de empresas y sectores económicos: la autopista AP-7 fue un determinante poderoso para conectar las exportaciones españolas con los mercados europeos, para la llegada de turistas a nuestras playas, y para que se localizase la Ford en Almusafes. Hoy en día, por las razones políticas que sean, el retraso en la construcción del corredor mediterráneo (CM), cuando quedan apenas unos pocos kilómetros para su finalización, supone un coste elevadísimo en eficiencia y competitividad para las empresas españolas, que perpetúa el actual sistema de transporte por carretera ineficiente y contaminante. Un claro anacronismo en la UE. Además, hace falta que la plataforma ferroviaria del CM sea como la tenemos ahora en el trayecto Madrid-Barcelona o Madrid-Valencia para que podamos optimizar su uso para mercancías, que el servicio liberalizado se planifique y las empresas se organicen con tiempo.
Tampoco debemos perder de vista que, en términos geoestratégicos, China ha pasado de calificarse a sí misma como «Estado cercano al Ártico», y ser «Estado observador» del Artic Council, a ser un miembro activo. Tras el deshielo del Ártico, el establecimiento de la Ruta de la Seda Polar es clave en la estrategia del PCCh para alcanzar en 2035 la autosuficiencia tecnológica y suceder a EEUU como líder hegemónico global. Ello le aportaría, además de seguridad frente a la piratería del cuerno de África, un ahorro en distancia y tiempo estimado en 20-30 días. Asimismo, le permitirá aprovisionarse de energía, materias primas, recursos minerales, y «tierras raras» necesarias para la industria de alta tecnología e innovación, y las tecnologías verdes.
En mi opinión, el giro estratégico de China hacia el Ártico (y el Pacífico) tendrá efectos negativos sobre la competitividad del puerto de Valencia en el futuro. Por ello, debemos consolidar su posición como cuarto puerto de Europa, y destino prioritario de las exportaciones chinas hacia la EU-27, su cliente número uno. Concentrar los esfuerzos sobre el puerto, el corredor mediterráneo, y el túnel pasante que atravesaría la ciudad, para hacer posible la conexión, es el limón que necesita Valencia con el que hacer limonada.
«Mirar el futuro mediante el gran angular equivale a privilegiar la calidad del crecimiento y el gasto público antes que la cantidad»
Estas grandes infraestructuras y las tecnologías asociadas son clave para atraer el talento nacional y extranjero, arrastrar al resto del tejido productivo, y potenciar nuestras rentas de situación y ventajas competitivas: clima y localización geoestratégica. Carecemos también de una sanidad pública de mayor calidad, para lo cual debemos ofrecer contratos a los profesionales de la sanidad (MIR, etc.) en las mismas condiciones de decencia que el propio Gobierno de Sánchez exige a las empresas privadas; y, además, reducir sustancialmente las listas de espera, y alejar a los sindicatos de la gestión de los hospitales públicos, para que prevalezca la profesionalidad frente al amiguismo. Es la mejor forma de refutar la idea de que «no hay nada más privado que lo público».
Mirar el futuro mediante el gran angular equivale a privilegiar la calidad del crecimiento y el gasto público antes que la cantidad, aplicar políticas respetuosas con el medio ambiente y los recursos naturales no-renovables, y movilizar recursos humanos ociosos, como son los parados y las personas en riesgo de exclusión social y pobreza. Las políticas sociales pueden ser un factor de crecimiento cuando se diseñan de forma que sean compatibles con la corrección de desigualdades y la erradicación de la pobreza, sobre todo la infantil.
Los valencianos no huimos tanto de ser engañados por El Benefactor como de ser perjudicados mediante el engaño de ayudas públicas en lugar de inversiones en las grandes infraestructuras antes señaladas, como exige desde hace decenios nuestra sociedad civil. Nos sobra músculo e inteligencia para tener éxito a condición de que, esta vez, las autoridades no nos fallen.