THE OBJECTIVE
El zapador

La lengua catalana como ariete contra España

«En las cuestiones de la lengua se debe evitar la imposición, el contrariar los hábitos, las costumbres»

La lengua catalana como ariete contra España

Ilustración de Javier Rubio.

Con la restauración de la democracia tras la muerte del dictador Franco, el nacionalismo ha buscado desde entonces arrinconar y excluir al español como lengua cooficial, a pesar de ser la lengua más hablada en Cataluña. Ahora también el español, idioma vehicular del Estado, se ve acorralado en la sede de la soberanía nacional y el ministro de Asuntos Exteriores en funciones persigue que el catalán, el euskera y el gallego sean oficiales en la Unión Europea, priorizando el catalán: el catalán como ariete

Pedro Sánchez quiere ser presidente del gobierno cueste lo que cueste y para contentar a sus insaciables socios ya ha conseguido que las lenguas regionales se hablen en el Congreso, vendiéndolo como un gran avance social. Da igual que hace unos meses Sánchez defendiera lo contrario. Ha «cambiado de opinión», pero a nadie medianamente avezado se le escapa que en realidad lo que necesita son apoyos para una eventual investidura. En un nuevo giro copernicano, los socialistas quieren ahora hacernos creer que el súmmum del progreso es que un tipo de Cuenca y otro de Barcelona necesiten un traductor y un pinganillo para entenderse. El presidente del gobierno en funciones está preso del nacionalismo y el separatismo, pero ello no le impide «avanzar» modificando el relato una vez más. Pedro Sánchez siempre gana.

A menudo, el tapiz historicista que sirve para explicar la relación de Cataluña dentro de España se encuentra deshilachado por discursos presentistas y maniqueos que buscan reescribir la realidad pasada. El nacionalismo catalán ha pretendido moldear el discurso acerca de la identidad y la cultura catalanas. Dentro de la ingeniería ideológica, uno de los capítulos prioritarios es el de la lengua como factor identitario. La coexistencia lingüística del castellano y el catalán en Cataluña desde hace siglos es un hecho probado, y en esencia incómodo, por ello, el nacionalismo catalán proclama que el castellano es ajeno a Cataluña por ser una «imposición centralista» que desdibuja su identidad cultural autóctona. Sin embargo, un análisis histórico detallado arroja una visión más equilibrada y contextualizada del fenómeno lingüístico.

El catalán se fue desarrollando en la Península Ibérica más o menos a la par que las lenguas romances derivadas del latín. Aunque son pocos los textos de los que disponemos, los lingüistas afirman que el catalán tiene una presencia milenaria en la región, pero no el catalán de Pompeu Fabra, sino una versión mucho más primitiva. El castellano tardó varios siglos más en imponerse en el noreste peninsular, no obstante, la presencia del castellano en lo que hoy es la Comunidad Autónoma de Cataluña no puede ser explicada como una intrusión forzada a lo largo de su historia. El castellano, al igual que el catalán, ha sido parte de la tradición cultural y lingüística de Cataluña durante siglos. Su adopción no se puede atribuir a un proceso coercitivo, sino más bien a una elección de utilidad, conveniencia y prestigio por parte de los catalanes, quienes lo fueron incorporando a su vida cotidiana.

El erasmista Juan de Valdés afirmaba en tiempos de Carlos V que «la lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andaluzía y en Galizia, Asturias y Navarra, y esto aun hasta entre la gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña». Juan de Mariana en su Historia general de España (Toledo, 1601) también señala que el castellano es la lengua común de la nación española: «Todos los españoles tienen en este tiempo y usan una lengua común, que llamamos castellana, compuesta de avenida de muchas lenguas, en particular de la latina corrupta».

La industria editorial catalana imprimió en esos años principalmente textos en castellano, jugando un rol crucial en la marginación del catalán, pese a no estar obligada a hacerlo. En los registros del Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico de Cataluña podemos comprobar que la mitad de las publicaciones que existen del siglo XVII están escritas en castellano. La otra mitad están escritas, o bien en latín, o bien en catalán. Durante la Edad Moderna el catalán se fue rechazando en el ámbito cultural y literario, pero ese abandono fue por parte de los propios catalanes. Carente de gramática y ortografía consolidada, el catalán se atomizó, adoptando variaciones individuales y regionales, además de influencias de otros idiomas, complicando su aprendizaje y uso, especialmente en la administración real. 

El argumento de que el castellano fue impuesto por la fuerza surgió en el siglo XIX, en el contexto de una creciente conciencia nacionalista derivada de enfoques románticos. Esta narrativa buscaba presentar a España como entidad invasora, intentando afianzar un sentimiento de victimismo y desapego hacia todo «lo español». La idea de que el castellano se impuso violentamente en Cataluña, y con especial saña desde 1714 con Felipe V, es una simplificación que omite la rica y compleja interacción cultural y lingüística de la región, donde los usos lingüísticos cotidianos y la transmisión cultural del catalán continuaron. El Decreto de Nueva Planta de Cataluña promulgado por Felipe V en 1716 impuso el castellano en la Real Audiencia en detrimento del latín, pero se respetó el código civil de Cataluña, el cual estaba redactado en lengua catalana; y contrariamente a lo que se cree, ni se tradujo, ni se eliminó.

Ese código civil fue compilado de nuevo durante el franquismo (1960) y sigue vigente en la actualidad. Es cierto que las dictaduras de Miguel Primo de Rivera y Francisco Franco, en ocasiones trataron de limitar el catalán, sobre todo en la esfera pública (ojo, también ocurrió en la Segunda República). Pero las restricciones propias de una dictadura las sufrieron todos, no solo los catalanes. De hecho, la burguesía catalana que en su momento representó la Lliga Regionalista (después CiU y ahora Junts) apoyó ambas dictaduras. Y si bien podemos encontrar momentos puntuales de represión también hay que contar la otra parte, pues el régimen franquista duró muchos años y tuvo un giro aperturista a partir de los 50 y 60 con la concesión de premios literarios de lengua catalana, la Nova Cançó de Raimon, Lluís Llach o Joan Manuel Serrat, o permitiendo la enseñanza del catalán en la enseñanza primaria.

Negar las raíces españolas de Cataluña y presentar a los catalanes como víctimas de una constante agresión cultural y lingüística, aparte de nefasto, es falso. Ni siquiera el periódico oficial del catalanismo político, La Veu de Catalunya, pudo negarse a la evidencia, reconociendo en su edición del 17 de febrero de 1910 que: «En las cuestiones de la lengua se debe evitar la imposición, el contrariar los hábitos, las costumbres. El castellano no se ha impuesto por Decreto en Cataluña, sino por adopción voluntaria, lenta de nuestro pueblo, efecto de los grandes prestigios que iba adquiriendo la lengua castellana. Éramos libres, teníamos completa autonomía política, con Cortes más soberanas que las propuestas en las Bases de Manresa, y ya se hablaba y escribía en castellano, y en castellano hemos de leer uno de los discursos más ardientes que se hicieron en el Salón de San Jorge en las últimas Cortes Catalanas». 

La construcción de España como nación no se puede entender sin la contribución de los pueblos que la componen, incluido el catalán. La historia compartida ha generado una identidad común heterogénea en la que convergen tradiciones, valores y, por supuesto, lenguas. El castellano y el catalán son lenguas hermanas que han coexistido a lo largo de los siglos, y su mutua influencia ha configurado la identidad de los catalanes. También la de los españoles. Y nadie puede negar que esa interacción ha producido un rico mosaico cultural. La historia es compleja y generosa en matices, y es imprescindible evitar reduccionismos que simplifiquen la relación entre el castellano y el catalán en términos de imposición y resistencia. Las identidades pueden ser duales, un catalán puede sentirse catalán y también sentirse español.

Además, tiene la opción de comunicarse en catalán o en español, y optar por el español, la lengua común, no debería llevar aparejado el estigma de «catalán de segunda», «ñordo», «colono», «botifler» y todas esas lindezas que gastan los fanáticos identitarios para estigmatizar a los que no comulgan con su catecismo. La objetividad histórica ni está ni se la espera, encontrándonos en todo momento con narrativas polarizadas que solo buscan segmentar y confrontar. Pero algunos no nos resignamos y lo recordaremos las veces que haga falta, más aún cuando estamos presenciando una de las mayores crisis políticas desde que se ratificó la Constitución de 1978. Es crucial abordar las cuestiones lingüísticas desde una perspectiva que permita el entendimiento de la diversidad y dejar claro que el nacionalismo solo pretende construir barreras y perpetuar divisiones internas. Repite conmigo: «El nacionalismo es veneno».

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